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Desde mi cueva

-Me voy a marchar.

Esto es lo último que escucha un niño entre paredes que hablan cuando sabe que las cosas no van bien, antes de que todo cambie.

Juan sintió frío desde la cama. A pesar de estar arropado con unas cálidas sábanas de invierno, todo su mundo se le volvió oscuro, húmedo y en silencio.

Su habitación nunca había estado tan a oscuras y aislada como en esos momentos. A la frase que acertó a escuchar le siguió el silencio más lento y desgarrador, incapaz de reconocer ninguna situación conocida.

Era como estar encerrado en una cueva sin tener opción a salir y encontrar el sol.

Ahí era todo hostil y ensombrecido en esos momentos de su vida…

Una existencia que caía desde un altísimo techo, desde una casa que creía estar construida de ladrillos. Ahora se desmoronaba y caía …

Solo sentía que estaba cayendo…

Sin control.

Pronto Juan se sintió tan solo, que su garganta le pidió ayuda para reclamar sed de existencia “¿nadie me va a explicar nada?”.

Y empezó a toser. Una tos que comenzó siendo tímida, pero ante la incertidumbre se tornó insistente.

Mamá tardó en llegar, y tomó una bocanada de aire nuevo antes de asomar su cabeza por la puerta entreabierta de la habitación de Juan. Su voz quería parecer tranquila, y a pesar de estar enganchada a un hilo de voz, su aliento dejó que el aire llegase hasta el pequeño Juan con una caricia en su flequillo, desde el amor más profundo de su entraña.

-“Dime cariño, ¿estás bien?”

-“Ujum, ujúm… mamá, necesito beber agua. Me duele un brazo y no puedo dormir”

-“Bueno, bueno. Vamos a ver” -Y sentándose sobre la cama, la mamá de Juan le susurró al oído: “Juan, ¿hay algo que me quieras preguntar? ¿Quieres que hablemos de algo?”

-“¿Dónde está papá?”

Juan tomó fuerza y su voz me mostró entera. No así como la de su mamá cuando quiso explicarle:

-“Papa se ha ido, necesita descansar. Yo también. y por eso dormirá fuera esta noche”

Juan no entendía la respuesta cuando sabía más de lo que él mismo hubiera querido saber de todo este capítulo, que anunciaba el comienzo de una etapa incierta.

Su mamá le dio un beso en la frente y le prometió que mañana vería a papá. Él mismo le llevaría al colegio.

Pero ella estaba llena de miedos. Se sentía segura de su entereza como mujer, pero como una niña desprotegida ante la responsabilidad del posible daño en el corazón de su hijo.

“Mi familia se ha roto, y me siento responsable. ¿cómo lo hago a partir de ahora? “  Y la mamá se sintió igual que Juan desde su cueva. La cueva oscura, húmeda y en silencio que les separaba, sin saber que compartían el mismo espacio. Solo que ninguno de los dos abrió los ojos para encontrarse.

Sentada en la silla de la cocina y con la mirada perdida recordó cómo sería lo mejor en estos casos, cuando hay que dar noticias como ésta a los niños. Niños que son listos y sensibles, y no se merecen una verdad a medias, ni capas de pintura para camuflar las grietas de esta pared a punto de caer. Es una pared en la que se han colgado muchos cuadros, memorias en fotos, momentos compartidos que ahora dejarán de serlo. “Ahora estás sola”- se repetía una y otra vez.

Y mientras la mamá de Juan pensaba y pensaba cómo será mañana, Juan desde su cama cerró los ojos y sintió que, de pronto, en esa cueva de piedra fría, donde estaba tumbado solo, sin luz, sin nadie que le arrullase…  podía empezar a respirar. Que además de respirar podía pensar tranquilo, mientras todo pasa afuera. E imaginó que así podía haber sido mientras estaba en la tripita de mamá. Y no sentía miedo.

Entonces, como si una energía especial le indicase el camino, se llevó una mano hasta el ombligo y su mano pudo protegerle a través del calor que desprendía su cuerpo.  Y así, desde el calor de la protección natural que nace en el centro de nuestro cuerpo, sintió tocar en ese momento el mismísimo centro del universo.

Y Juan se quedó plácidamente dormido.

Ahora, más mayor desde esa noche, sabe que nadie le irá a abandonar jamás, y que puede elegir cuándo esconderse en su cueva, ya menos fría e incómoda, y más confortable y protegida. Y podrá descansar, cerrar los ojos y sentir su pecho al respirar.

En su corazón está quien le cuida.

Y sabe que cuando no pueda dormir, mamá le traerá el soplo de un aire nuevo, para ahuyentar sus miedos y acercarle las estrellas. Y papá le llevará al colegio, y caminarán de la mano hasta despedirse.

Así, unidos con fuerza por los lazos de la vida.

Una unión tan especial que no hay ninguna ley ni villano que lo destruya.

 

Y siempre que quiera, le espera su cueva.

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Raquel De Diego

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