Podemos definir la disciplina como la capacidad para aprender o enseñar hábitos, normas o directrices con el objetivo de conseguir metas que nos acerquen al éxito. Requiere práctica y entrenamiento, perseverancia y constancia y se basa en la cultura del esfuerzo: las cosas importantes, cuestan.
Y educar es importante, y cuesta…
¿Cómo la disciplina proactiva nos puede ayudar a ser mejores padres y madres?
El término proactividad suele relacionarse con iniciativa o actividad. “Yo soy muy proactivo, siempre estoy haciendo cosas” o “mi hijo es muy proactivo porque no para quieto”. Y aunque hay parte de movimiento y acción, la esencia del término hace referencia al poder para decidir nuestra respuesta.
El psiquiatra austríaco Victor Frankl, en su libro “El hombre en busca de sentido”, publicado en 1946, definió el término proactividad como la última libertad humana.
Vivió y sufrió la experiencia de los campos de concentración nazis. Le despojaron de sus ropas, de su familia y de su libertad; sin embargo, descubrió que había una cosa que no le podían arrebatar: el poder de decidir la actitud ante la situación que estaba viviendo.
¿Qué actitud adoptamos ante una discusión con nuestros hijos?
¿Qué actitud adoptamos ante algo que no esperábamos y nos incomoda?
¿Qué actitud adoptamos ante las dificultades como padres y madres?
¿Qué es la disciplina proactiva?
No podemos decidir ni controlar lo que nuestros hijos nos dicen, responden o hacen, pero sí podemos decidir y controlar lo que decimos, cómo respondemos y qué hacemos al respecto.
Es ahí donde reside la auténtica proactividad, en la capacidad y libertad de escoger la actitud con la que quiero afrontar la situación y dar el siguiente paso.
Cuando todo va bien, no nos solemos parar a pensar en los efectos y consecuencias de nuestra proactividad. Es cuando nos enfrentamos a situaciones complicadas cuando debemos ser más conscientes de nuestro poder de decisión y de nuestra parte de responsabilidad en la relación con nuestros hijos.
Ejemplos prácticos
Hace una semana avisaron a tu hijo de la fecha del examen de inglés. Desde entonces, te has pasado todas las tardes diciéndole “estudia que te va a pillar el toro”, “deja el móvil y ponte a estudiar”, “como suspendas, te quedas sin Play una semana”…
Opción A:
– “¡¡¡¡Te lo dije!!! No sé qué hacer contigo… no te quedas con una semana, sino con dos semanas sin Play”.
Aquí no hay diálogo, solo hay monólogo de descarga:
- Actuamos bajo la rabia, enfado o malestar.
- Nos enfocamos en el problema y en cómo nos hace sentir a nosotros.
- Situamos la culpa en el otro sin ofrecer oportunidad de mejora o cambio.
- Estamos respondiendo y actuado de manera reactiva.
¿Qué conseguiremos con nuestra actitud?: bloqueo, frustración y negación hacia el diálogo por parte de nuestro hijo.
Opción B:
– Vamos a hablar de lo que ha pasado. ¿qué sientes?… ¿qué crees que podrías haber hecho distinto? ¿en qué podemos ayudarte?
- Dejamos el “tener razón” a un lado y establecemos un diálogo con intención de ayuda, de escucha y comprensión.
- Tendemos un puente para que nuestro hijo sienta que hay posibilidad de mejora y margen de acción.
- Le ayudamos a reflexionar sobre aquellas cosas que puede hacer de manera distinta la próxima vez como dejar el móvil fuera de la habitación cuando estudie o planificarse las tardes con lo que va a estudiar.
¿Qué conseguiremos con nuestra actitud?: que sienta que es capaz y que hay manera de conseguirlo. Para ello, debemos bucear en lo que es importante para él y le otorga sentido a lo que hace, independientemente de su edad:
- ¿Por qué quieres aprobar el examen?
- ¿Para qué es importante para ti aprobar el examen?
Y esto requiere tiempo.
Tiempo para preparar nuestra conversación, tiempo para compartir y tiempo para estar. Déjate sorprender por las respuestas de tus hijos, por sus sentimientos y sus decisiones, verás cómo también puedes aprender de ellos.
Cuando la actitud que adoptamos con nuestros hijos es positiva, está basada en soluciones y acepta que el fracaso es una parte del crecimiento personal, nos permite afrontar las situaciones difíciles como una oportunidad de mejora y como una parte del proceso de aprendizaje.
Sí. Nuestros hijos tienen que equivocarse. Es en la gestión de la equivocación donde reside el éxito y el crecimiento.
Para Victor Frankl fue determinante para mantener la esperanza y no perder las ganas de vivir, el visualizar el futuro más allá de las vallas electrificadas. Se imaginaba dando clase a sus alumnos cuando ese calvario pasara. Identificó su sentido, aquello que la vida esperaba de él, más allá de lo que él esperaba de la vida.
Debemos ayudar a nuestros hijos a encontrar su propósito. Lo que le gusta, con lo que disfuta y con lo que ayuda a los demás. Solo de esa manera podrán decidir de manera proactiva sus respuestas.
La proactividad, como toda competencia o habilidad, se puede aprender, se puede mejorar y se debe practicar.
Así que te animo a ponerte manos a la obra con la siguiente pregunta:
¿Qué quieres conseguir como padre o madre?
Y recuerda, eres libre para decidir.