Hace unos meses tuve el placer de acudir a la presentación de un estudio en la que intervenía como ponente el Director del Informe PISA, Andreas Schleicher, una de las voces más autorizadas en el mundo educativo. La última dispositiva que utilizó en su intervención me sobrecogió:
Esta diapositiva me hizo reflexionar acerca del adjetivo ‘competentes’.
¿Quiénes son estas personas? Creo que para descubrir a qué se refería Andreas cuando hablaba de “personas competentes” debemos ir al origen de la palabra educar.
La palabra educar lleva la raíz de la palabra latina ducere (educare >> educere) ex: (fuera de) y ducere (guiar, conducir). Educar vendría siendo, por tanto, guiar a la persona para que saque lo mejor de sí, para que desarrolle todo su potencial.
Un buen docente sería, por tanto, aquel que es capaz de descubrir el potencial, hasta el momento desconocido, de cada uno de sus alumnos. Sacar lo mejor de cada uno de ellos, ver más allá para descubrir que capacidades les hacen únicos, para luego ayudarles a potenciarlas y desarrollarlas.
Siendo así, la habilidad principal de un buen profesor es su capacidad de observación y orientación personalizada con el objetivo de que cada uno de sus alumnos consiga brillar.
A las semanas de acudir a esta presentación, visité un centro Kumon. Lo que viví allí hizo que esa diapositiva y el impacto que tuvo en mí, volviera a mi cabeza.
Por un lado, conocí la filosofía Kumon, que tan bien definió así su fundador, Toru Kumon: “Todos los niños poseen un potencial infinito, innato y desconocido. Todos y cada uno de ellos pueden convertirse en personas con mucho talento si cultivan su capacidad estudiando en su punto ideal”.
Toru Kumon ideó su método de aprendizaje teniendo muy en cuenta la definición de educación. Ese viaje de acompañamiento hacia la búsqueda y desarrollo del potencial de cada niño.
Después tuve la suerte de tener una charla reveladora con José Ignacio Rosado, el responsable del centro, la cual me hizo volver a pensar a cerca de la competencia de la que he hablado antes. A este adjetivo habría que añadirle una variable más: la vocación. José Ignacio me contó cómo había hecho de la pasión por la educación y los niños su profesión e incluso su negocio. Esta persona había conseguido desarrollar su vocación abriendo una franquicia Kumon. Dejó su trabajo, que nada tenía que ver con el que más tarde desarrollaría aquí, para trabajar en lo que realmente le apasionaba.
“Trabajaba en un sector que nada tiene que ver con la educación hasta que escuché la publicidad que Kumon estaba haciendo en la radio para abrir centros. Aunque desde un primer momento me encantó todo lo que iba conociendo de Kumon, era muy escéptico. Sin embargo, hubo un punto de inflexión en todo el proceso. Ese momento fue mi primer día de formación práctica donde pude disfrutar viendo el impacto de mis orientaciones para desarrollar el talento y el trabajo autónomo de los alumnos del centro piloto”, me contó José Ignacio, una persona que transmite pasión y entusiasmo en cada palabra.
José Ignacio, pero también Marta, Eduardo, Lorena, Juan Luis, Ángela, Beatriz… y una larga lista de más de 230 personas que antes eran economistas, filólogos, administrativos, psicólogos… y casi todos simplemente padres y madres enamorados de la educación, y que un día decidieron que lo suyo era la docencia. Gracias a Kumon lograron dar un giro profesional en su vida y ahora dirigen su propio centro educativo y disfrutan cambiando la vida de cientos de chicos y chicas de su ciudad..
El mundo necesita gente apasionada por lo que hace. Y en Kumon se respira todo esto.
Si te apasiona la docencia, tienes una titulación universitaria y te gustaría abrir una franquicia Kumon, visita su web y descubre los siguientes pasos.
Mientras, te dejamos un vídeo sobre la metodología Kumon.