La semana pasada una amiga me contaba lo contenta que está desde que puede pasar todas las tardes con sus hijos. Dejó su trabajo hace unos meses y cada día de la semana va a buscarlos a la puerta del cole. Me explicaba lo diferente que es para ella vivir la maternidad desde esta nueva realidad. Sobre todo lo notaba en su forma de actuar en situaciones “complicadas”. Por ejemplo, me decía que su hija suele demandar mucha “presencia en exclusiva” y no importa lo que haga porque ella siempre quiere más.
Algo que me llamó especialmente la atención (y es por esto que estoy escribiendo este post) fue lo que me dijo que hacía para abordar esta situación: “antes lo hubiera vivido con culpabilidad y hubiera cedido ante muchas de las cosas que me pide. Ahora, ¡estoy tan tranquila conmigo misma! La escucho, me importa lo que siente, me reservo ratitos para ella…pero tengo muy claro cómo quiero ser como madre y donde están los límites. Y la diferencia es que ahora puedo respetarlo con mucha tranquilidad y coherencia sobre lo que realmente creo que tengo que hacer”.
Esta conversación hizo que me replanteara, una vez más, el impacto que tiene la culpabilidad tanto en nosotras como madres (digo madres porque es más frecuente pero es extensible a los papás) como en nuestros hijos. Creedme cuando digo que esta es una de las emociones que más aparece en nuestros cursos. Las mamás se sorprenden aliviadas al comprobar que no son las únicas que tienen la sensación de estar haciendo cosas mal ¡Nos podemos sentir culpables por tantas cosas!
Siempre digo que la culpabilidad es la emoción más tóxica que hay. ¿Te has planteado alguna vez el precio que pagas por sentirte culpable? No sólo no es constructiva, sino que rebaja tu autoestima y tu confianza como madre. Hace que te sientas permanentemente en deuda, y ello puede traducirse en hacer cosas que realmente no quieres hacer. Las haces sólo por evitar sentirte más culpable todavía (y no digo que esto sea así siempre). La culpabilidad no te deja ser la clase de madre que quieres ser. No estás en armonía contigo misma y esto inevitablemente repercute en la educación de tus hijos. Tú lo sabes, y ellos lo notan. En definitiva, todos salimos perdiendo.
En el caso de mi amiga, es una suerte que ella pueda ir a recoger a sus hijos cada tarde. Hay tantas mujeres a las que les encantaría hacer eso y no pueden… Pero no hace falta ir a recoger a tus hijos para dejar de sentirte culpable, eso es lo que quiero decir. Cuando conectamos con la TRANQUILIDAD y la CONFIANZA (que todas tenemos) poseemos más claridad y más recursos para gestionar el día a día con nuestros hijos. ¡Esta actitud nos ayuda muchísimo más!
Mamá, no eres perfecta, eres humana. Haces todo lo que puedes, todo lo que está en tus manos. ¡Y eso ya es suficiente! A veces esto significa estirarte en el sofá y no hacer nada para que tus hijos se coman la cena porque has tenido un día horrible. Y otras veces será sentarte pacientemente con ellos hablando sobre cómo les ha ido el día mientras acaban todos los deberes. Tenemos limitaciones, metemos la pata y perdemos los nervios. Los niños no necesitan papás perfectos, necesitan papás humanos que, por encima de todo, les quieran y les acepten como son.
Imagen: Sad looking woman. Bradley Gordon/Flickr