Nos habló de ella Alberto Soler en su ponencia en la que reflexionaba sobre la autonomía. Emmi Pikler fue una pediatra nacida en Viena que ejerció en Budapest en los años 30. Creía en la importancia de que el niño fuera lo más autónomo posible y pensaba que era importante dejarles libertad para que resolvieran las situaciones por sí solos. En 1946 pasó a dirigir la casa cuna Lóczy, en la que cuidó a numerosos hijos privados de sus padres y en donde defendió la importancia de que el niño descubriera el mundo por sí mismo y se sintiera competente y capaz de tomar decisiones. Como señala su hija Anna Tardos, “Emmi Pikler demostró que es posible evitar el daño de la institucionalización aplicando lo que había aprendido en experiencias con familias normales”.
Antes de hacerse cargo de esa casa cuna, nos cuenta su hija que fue una pediatra muy conocida en Budapest. Los niños que atendió (de más de 100 familias) enfermaban menos. Pero para esta pediatra lo fundamental era promover un desarrollo saludable físico y mental y no tanto curar enfermedades. ¿Qué era para Pikler un bebé sano? Un bebé activo, competente y tranquilo, que vive en paz con su entorno y consigo mismo. Y para promover la salud mental y física de los niños guiaba a las familias hasta que le ofrecieron, en 1946, hacerse cargo de la casa cuna.
Tres principios de la filosofía de Emmi Pikler
El primero es la libertad completa de movimiento. Por eso, afirma su hija, “retiraba todos los equipamientos que animaban la pasividad de los bebés, como los asientos o los andadores”. Así, dice su hija, “enseñaba cómo un niño pequeño, movido por su propia iniciativa, es capaz de estar activo, moviéndose continuamente, para explorar. A los padres les animaba a respetar la necesidad de los hijos de espacio y de su propio ritmo: “Cada hito del desarrollo motor es alcanzado por la propia iniciativa del bebé como resultado de sus propios esfuerzos”.
El segundo es la importancia de un cuidado respetuoso en la relación entre el niño y el adulto responsable. Creó, nos cuenta su hija, “una cultura de modos de tocar, de coger al bebé, de prestarle atención, de responder a sus señales”.
El tercero y más difícil fue que demostró que el daño de crecer en una institución podría evitarse si se ponían en marcha principios de favorecer la autonomía y de cuidado amoroso. “Logró crear, en el contexto de una institución, un ambiente facilitador que hacía posible que los bebés crecieran como niños saludables, activos, exploradores, con seguridad en sí mismos y confianza en los adultos y un sentimiento de pertenencia”.
Algunas reflexiones de Emmi Pickler
“Intentar enseñar a un niño algo que puede aprender por sí mismo no es solo inútil. También es perjudicial”.
“Si prestáramos más atención a las señales e iniciativas de los niños, apoyando su sentimiento de capacidad y competencia, podríamos criar niños más tranquilos con menos problemas, niños que sabrían de manera más precisa qué les interesa y lo que necesitan. Podrían jugar de manera más autónoma. Tendrían una buena relación con sus madres y otros adultos, una relación humana positiva que empieza por la adaptación mutua. Con este tipo de relación como base, la adaptación del niño a la sociedad sería un proceso saludable con menos conflictos. La vida emocional sería más rica y más equilibrada y el ajuste social más satisfactorio. Todo esto eliminaría la necesidad de muchas medidas educativas correctivas y haría innecesaria la intervención somática”
“Cuando un niño actúa por iniciativa e interés propio, adquiere capacidades y conocimientos mucho más sólidos que cuando intentamos enseñarle”
“Es esencial que el niño descubra por sí mismo. Si le ayudamos a resolver todas sus tareas, le quitamos lo más importante para su desarrollo mental. El niño que consigue algo por medio de experimentos autónomos adquiere conocimientos completamente distintos de los que adquiere un niño al que se le ofrece previamente una solución”.
“La prudencia y la confianza en uno mismo se desarrolla si permitimos que los niños lleven a cabo, gradualmente, tareas sin que interfiramos en ellas”.
“Si el niño está en una trona no puede jugar por su cuenta. Si algo se cae, no puede cogerlo y tiene que depender de que la madre lo rescate. Tiene que pedir ayuda en lugar de aprender cómo resolver un problema. Un niño limitado o confinado se convertirá en un niño pasivo o enfadado”.
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