José María Gasalla es conferenciante, escritor y profesor de Deusto Business School. Ha trabajado en procesos de cambio y desarrollo directivo en empresas como Alcampo, Banco Santander, Barclays, Bankia, BBVA, Cámara de Comercio o Coca Cola. Podremos escuchar su ponencia ‘Educar es cuestión de confianza’ el próximo 7 de marzo en el evento que ha organizado Gestionando hijos y Prensa Ibérica en Las Palmas de Gran Canaria.
José María, ¿confiamos poco en nosotros mismos y esto nos lleva a educar de puntillas, con mil miedos?
Sin duda. No podemos generalizar y, además, tendríamos que hablar de falta de autoconfianza específica, es decir en lo referente a la educación y la relación con los hijos. Y en este caso, sí. Falta autoconfianza con frecuencia.
Es como si, a menudo, a las cabezas de las madres y padres viniesen interrogantes que debilitan su autoconfianza: ¿Estoy dedicando suficiente tiempo a cada uno de mis hijos? ¿Estoy manejando bien los límites? ¿Soy coherente entre mi decir, exigir y mi hacer? ¿Estoy suficientemente preparado para ser madre o padre?
Es interesante, para reforzar nuestra autoconfianza, ser conscientes de que no se trata de acertar siempre, y que posibles alejamientos temporales nada tienen que ver con una actuación acertada o no por nuestra parte. Ellos necesitan ese espacio para ir creando y reforzando su propia identidad y autoconfianza.
Alguna vez has dicho que de la misma forma que nunca viviríamos con alguien en quién no confiamos, no estaremos a gusto viviendo con nosotros mismos si no confiamos en nosotros. ¿Por qué nos cuesta tanto esto de la autoconfianza?
Tu pregunta encierra una interesante reflexión. De hecho, hay muchas personas que conviven mal con ellas mismas. Y claro está, si están mal con ellas mismas tampoco van a estar bien con otra u otras personas a su alrededor. Y si estas personas, son “personitas,” la influencia sobre ellas va ser grande y no va a ser positiva, por supuesto.
Muchas veces se buscan los problemas existentes en una organización o unas personas que aparentemente impiden el que un sujeto se sienta bien. Y pocas veces, por desgracia, ese sujeto mira hacia adentro de él o ella. Su creencia es que los demás son los que le impiden “ir siendo feliz” por la vida. Y lo mismo sucede en una familia que, en definitiva, es una pequeña organización.
Y quiero mencionar aquí que uno de los parámetros críticos de la autoconfianza es la autoestima, es decir el quererse a uno mismo. Y, ¡ojo! no se trata de querer, mimar a nuestro ego, sino de respetarnos, escuchar a nuestro yo interior. No es fácil amar a los demás si no comenzamos por amarnos a nosotros mismos. Y nos cuesta porque todavía tenemos creencias que se oponen a ese amor a nosotros mismos tildándose de egoísmo o egocentrismo. Y, sin embargo, todos recordamos aquello de que: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Somos los referentes de nuestros hijos, ¿qué consecuencias puede tener para la educación que ellos perciban esta falta de confianza en nosotros mismos?
En efecto, somos el primer y gran referente. Y se trata de un referente que actúa sobre el consciente e inconsciente del niño desde sus actos, más que desde sus palabras. A mí me gusta decir que el ejemplo es la herramienta más potente de la educación con la que cuentan los progenitores.
Y si esa madre o padre tiene una baja autoconfianza va a significar que se haga difícil confiar en ella o él, no se le va a percibir desde una posición de liderazgo familiar. Y, por otra parte, ese progenitor de baja autoconfianza va a tener dificultades en confiar en sus hijos. Si no consigo confiar en mí, ¿cómo voy a confiar en otros?
Y, como consecuencia de la baja autoconfianza, estarán muy presentes los miedos. Miedo a hacer y a no hacer, miedo a perder a mi hijo o su amor, miedo a arriesgar, miedo a vivir….
Has dicho en alguna ocasión que la sobreprotección es uno de los enemigos de la autoconfianza. ¿A qué te refieres?
Casi te he respondido en la pregunta anterior cuando me refería a los miedos.
La sobreprotección no es ni más ni menos que una consecuencia de la falta de autoconfianza de algunos padres y la falta de confianza en sus hijos. Y se da desde la actitud mental doble que implica que por un lado “el entorno, la vida cada vez es más amenazante” y por otro “mi niño sigue siendo un niño aunque mida 1,80 m de estatura”.
La sobreprotección no solo limita la libertad de ese niño que se va haciendo adulto (aún muy a pesar de algunos padres) sino que le retrasa, le bloquea, le limita su desarrollo y madurez.
Y aún peor. Cuando un niño ha vivido “entre algodones” y sobreprotegido, no ha ido adquiriendo “anticuerpos” y defensas que va a tener que utilizar ante adversidades que antes o después seguro que van aparecer en su vida.
Y en la misma línea, la autoconfianza del niño- joven- adulto será baja pues no ha ido pudiendo reforzarla a través de procesos prueba- error y de validación de sus talentos y competencias.
¿Si no confiamos en nuestros hijos estamos perjudicando su autoconfianza?
Claro. Sin duda. Si lo que recibe de sus padres es un “no sirve para eso” o “eres un vago, podrías haberlo hecho mejor” o “sólo sirves para pasar el tiempo jugando” o… la autovaloración del niño dejará mucho que desear y además seguirá lleno de miedos cada vez que sus padres vayan a evaluar alguna de sus actuaciones.
Y, por otra parte, el niño no confiará ni en sus padres ni en otras personas, excepto algún amigo al que se ate, ya que estará falto de una seguridad interior, cosa que le hará sentirse muy vulnerable y a veces perdido ante la vida.
Al confiar en nuestros hijos les damos alas para surcar nuevos horizontes. Además, les hacemos ver como padres que estamos dispuestos a arriesgar, a creer en la palabra del niño, en sus compromisos, en sus peticiones de perdón etc…Eso sí, confiar implica y exige respetar al otro y ser consciente de lo diferente que puede ser a nosotros.