“Eduardo tienen los ojos más bonitos de la tercera planta. Compiten con los de Ramona de la segunda, pero los suyos están mucho más vivos, todavía sabe cómo mirarte y hacer que te sonrojes.
Durante toda su vida había sido un conquistador. En su juventud, las “mocitas” del pueblo en el que vivía se peleaban por sentarse a su lado en misa para que les diera la mano en el momento de la paz.
Eduardo levantaba pasiones.
Vivió como se vivía hace 70 años,sin prisa, en blanco y negro, con un poco de hambre pero jugando en una calle sin coches. Escuchando a Gardel en la radio y robando manzanas del huerto del vecino.
A los 19 conoció a Rosario, que fue hasta el año 2007, el centro de su Universo. Se enamoraron a primera vista en las fiestas del pueblo y vivieron apasionadamente juntos durante 40 años. Viajaron, trabajaron más horas de las que se pueden contar y tuvieron 3 hijos. Una vida casi perfecta. Pero a Rosario se le acabaron las fuerzas en invierno y no llegó a Año Nuevo.
Eduardo necesitó 5 años para volver a tener ganas de salir a la calle y cuando por fin comenzaba a sentir que podía seguir su camino solo, un nuevo e incómodo amigo llamó a su puerta. Parkinson.
Olivia vivía fuera, Carlos tenía demasiados compromisos y José… Bueno, José nunca fue muy dado a estar disponible.
Y pasó lo que tenía que pasar. La Residencia “Los Olivos” fue su siguiente domicilio.
Otro año para adaptarse, al “tembleque” como lo llamaba él, a su nueva vida, y volvió a resurgir y ser el “gentleman” que siempre había sido.
Pero había un problema. Tenía un moño alto, como si quisiera ser alguien importante, unas gafas horribles y un trasero demasiado grande para las “maravillosas instalaciones del hogar que siempre había soñado, la residencia Los Olivos”. Se llamaba Fina ( para más “inri”) y era inconcebiblemente insoportable.
“¿¿¿Ya estamos otra vez Eduardo??? ¿¿¿Ya estamos lanzando sopa hasta la mesa de enfrente???? Te he dicho UN MILLÓN de veces que no empieces hasta que yo llegue!!!No ves que no puedes hacerlo sólo???? aissssss….¡¡¡cansadita me tienes!!!!”
“Eduardooooo, ¡¡que no cojas el vaso si sabes que se te va a derramar hombre!! ¡¡que parece que lo haces a propósito!!! A tí te divierte verme gritar, ¿¿¿verdad???”
No.
A Eduardo ni le apetecía ver cómo ella gritaba ni embadurnar su chaqueta de Cashmere de sopa juliana.
Pero no quería rendirse. Sólo era eso. Quería seguir intentando valerse por sí mísmo. Ya casi había perdido el control en sus manos y dependía casi totalmente de alguien.
Dejó de intentarlo cuando Fina traspasó el umbral y el 23 de Octubre, durante el desayuno, mientras intentaba untar matequilla en un trozo de pan. Se untó todo menos el pan y Fina le gritó desde la otra punta del comedor: “¡Mirad todos! Eduardo al ataque, se ha vuelto a poner perdido!! Eres un desastre!!!!”
“Eres un desastre”
No.
No era un desastre, era ex presidente de la primera cadena de tintorerías del país, miembro de 1 ONG, fundador de una asociación pro-niños con problemas, padre de 3 hijos y marido fiel. Nunca nadie le había humillado tanto. Ni cuando había estado en la cárcel, ni cuando aquellos ingleses le habían pegado “la paliza de su vida” al desembarcar en Dover, de camino a su vida de emigrante. Ni cuando le habían robado todo en su primer local.
Así que dejó de mirar travieso, de intentar ser un gentleman y de comer solo. Pasaron 6 meses y Eduardo pasaba más tiempo encamado que fuera de la habitación.
Hasta que llegó Irene, que le dio un auténtico repaso en cuanto a ojos bonitos se refiere. Irene era la cuidadora nueva y la chica con el verde más puro en la mirada que había visto jamás.
Durante su primer encuentro Irene le acomodó la almohada. Con tanto tembleque no aguantaba en su sitio más de 10 minutos.
“Hola D. Eduardo ,me llamo Irene y voy a acompañarle a partir de ahora. Si necesita cualquier cosa estaré cerca para ayudarle. ¿Me permite acomodarle la almohada? ¿Puedo levantarlo?”
Primer roce: Le pidió permiso para tocarle.
A los pocos días Irene vino a hacerle la cama. Eduardo ya estaba despierto y temiendo que fuera Fina la que apareciera por la puerta.
“Buenos días D. Eduardo, ¿Qué tal ha dormido hoy? Como ya sabrá vengo a hacerle la cama. ¿Le importa que le ayude a bajar y sentarse en la butaca? Sé que es un fastidio para usted pero …¡ya sabe!”
Segundo roce: Se interesó por él, le informó de lo que iba a hacer y se puso en su lugar.
Esta chica era un ángel.
Al día siguiente surgió la chispa. Irene, con su actitud y un solo gesto fue capaz de devolver a Eduardo las ganas de mirar como él sabía, bonito.
Era la hora de la merienda y Fina estaba de baja, no vendría en 15 días. Por eso Eduardo estaba más traquilo y en el comedor no había gritos.
Sentado frente al café y las galletas Eduardo esperaba a que viniera alguien a “alimentarlo”.
Irene entró en el comedor y se paseó por su lado varias veces,ocupada con mil encargos.
Entonces sus ojos se cruzaron y ella le hizo un gesto hacia una galleta…mirándola como diciendo “¡vamos, que usted puede!”.
Él sintió una pequeña chispa por dentro y pensó que a lo mejor no estaba todo perdido. Decidió intentarlo para agradecerle a Irene su gesto, su confianza.
Como era de esperar la galleta terminó sus días aplastada contra su codo y el café regando a todos su compañeros a menos de 10 metros a la redonda.
Silencio. Todos le miraban. Eduardo empezó a sudar. Irene le guiñó un ojo, sonrió de medio lado y dijo bien alto “¡Ojito con Eduardo que reparte galletas a diestro y siniestro! ¿Alguien más quiere café?” Carcajada general.
Eduardo lloraba de risa, de emoción, de alivio, de pena, de viejo, de agradecido…todo a la vez.
Cuando cada uno de los demás “usuarios” volvió a lo suyo, Irene volvió con Eduardo. Limpió el desastre a su alrededor, le quitó los trozos de galleta del pelo y secó el café de su cara sin dejar de mirarle a los ojos ni de agarrarle fuerte de la mano.
Después se sentó a su lado, cogió una galleta, partió un trozo y le dijo : “¿Me deja que le ayude un poco? Pero no se acostumbre que me gustan los hombres ‘echaos p’alante’, ¿eh? Mañana pensamos cómo hacer para que pueda seguir intentándolo si le apetece, hoy seré sus manos un ratito”
Eduardo merendó feliz, sintiéndose un poquito gentleman ora vez, pero sólo un poquito 😉 “
Respeto.
Empatía.
Conexión.
Relaciones horizontales, de igual a igual.
Son los pilares básicos de las relaciones humanas.
Éste principio de la Disciplina Positiva no es fácil de transmitir. A veces cuesta interiorizar y asumir que las relaciones horizontales son positivas a la hora de educar. Tendemos a pensar que “tenemos que mandar” para “imponernos”. Pensamos que el respeto “se impone” y no se modela.
Esa posición de superioridad respecto al niño, en determinados contextos y momentos, puede llegar fácilmente a la falta de respeto.
Por eso he decidido escribir una historia en la que la persona dependiente es un anciano, para que así veamos fácilmente cómo se le puede arrebatar la dignidad a alguien que ha vivido más que nosotros y extrapolarlo a un niño, sobre el que muchas veces tendremos que decidir o guiar, por su bien y para su seguridad o desarrollo como persona.
Es importante que, además de ser tenido en cuenta, el niño se sienta respetado, porque solo así aprenderá a respetar y tendrá la seguridad y autoestima suficientes para afrontar cada nuevo reto que se le vaya presentando en la vida.
Hablarle a su altura, con un tono adecuado, validando sus sentimientos, respetando sus ritmos, comprendiendo sus reacciones a veces desproporcionadas, manteniéndonos firmes ante los retos que nos propongamos o en los límites que hayamos decidido… Sólo así podremos ofrecerle seguridad, respeto y dignidad como persona, ¡Aunque sean más bajitos!
“Bah, es un niño, no se da cuenta”
Sí. Sí se dan cuenta.