Domingo tras domingo y lunes tras lunes, escuchamos las mismas sentencias que dictan duros juicios contra los primeros días de la semana: “¡Horror…, lunes!”, “¡Los lunes me matan!”, “¡Todavía martes!”. Es a partir del miércoles cuando nuestras expresiones comienzan a tener un tono más optimista para alcanzar en el viernes la máxima cota de “felicidad”, que es tan efímera como las cuarenta y ocho horas que nos separan del domingo, para volver a empezar así el siguiente lunes. Como matemática no puedo evitar calcular que un 70% de la población se contenta con disfrutar 2/7 de la semana y que, añadiendo un mes de vacaciones, más o menos, suman un total de 31/84 partes del año: poco más de una tercera parte de nuestra vida. ¡Lamentable!
Es así que contemplamos con pena la falta de plenitud con la que niños, jóvenes y adultos de cualquier estado y categoría vivimos una semana. Tan habituales se han hecho estas expresiones que ocupan muchas de nuestras conversaciones y cientos de imágenes y vídeos en las redes sociales. Es una cultura negativa que se ha implantado en nuestra vida y nos va minando la ilusión y la capacidad de disfrutar de la escuela, del trabajo y de la vida en general.
Es también constatable como las expresiones negativas, las quejas constantes, las críticas, se han implantado en nuestras mentes y… en nuestro corazón. Conceptos como nerviosismo, estrés, ansiedad y angustia conforman de manera casi habitual el vocabulario de padres e hijos y se contabilizan así cotas considerables de niños y adolescentes que viven en la mediocridad o en el fracaso.
Y es entonces cuando, ante los sentimientos de tristeza y fracaso de nuestros hijos, los padres nos preocupamos. Los padres queremos hijos felices, pero… ¿Es posible educar para ser feliz?
La respuesta es sí, los padres tenemos la oportunidad y la responsabilidad de aportar elementos de bienestar y de felicidad a la vida de nuestros hijos que les acompañarán para siempre y que a su vez, podrán ser una revolución silenciosa para mejorar y cambiar este mundo.
Podemos enseñar a nuestros hijos a disfrutar en todo momento, a ser conscientes de que cada nuevo día es un regalo, a que afronten con optimismo los retos que se presentan, desarrollen las fortalezas personales y busquen y aprovechen oportunidades que aparecen constantemente.
La psicología positiva nos indica la importancia de potenciar los aspectos positivos del ser humano y de todo lo que le acontece, pues así se llena la vida de las personas de felicidad y bienestar a través del desarrollo de las fortalezas personales. (Peterson y Seligman, 2004).
Padres e hijos debemos favorecer las emociones positivas como la felicidad y la alegría a partir de las situaciones cotidianas y sencillas y aprender a desarrollar actitudes de optimismo y gratitud. Es así como podemos afirmar que ¡se puede enseñar y aprender a ser más feliz!
Para aprender a ser más feliz debemos desarrollar lo que llamamos “inteligencia emocional”. Educar emocionalmente desde la psicología positiva quiere decir ser conscientes de nuestros diferentes estados emocionales, aprender a nombrar y a detectar las diferentes emociones que somos capaces de sentir y gestionar esas emociones para evitar caer en la depresión, en la ansiedad o ser prisioneros de la rabia o la ira. Las emociones negativas son admitidas en nuestra experiencia vital pero estas no nos deben impedir vivir con plenitud. Se puede comprobar que sentir y hablar en positivo, que cuidar y tratar la felicidad no es necesariamente un evadirse o negar los problemas, no es vivir en un mundo irreal, es aprender a disfrutar y apreciar más las cosas buenas y mejorar nuestras relaciones con los demás.
Aprender a ser positivo a nivel emocional es realmente rentable en educación. Desde la felicidad y el bienestar la neurociencia ha demostrado que se aprende mejor. Vivir la vida de una manera positiva y plena nos permite potenciar las fortalezas de nuestros hijos y mejorar su rendimiento en el aprendizaje.
Los padres podemos ser los mejores profesores de felicidad para nuestros hijos, podemos enseñarles a vivir y sentir desde el optimismo para disfrutar más y crecer mejor. Aunque para ello es fácilmente evidente que debemos luchar por ser “adultos felices”
Aprender a vivir con alegría y sintiendo el bienestar es una tarea sencilla que fácilmente podemos transmitir a nuestros niños y jóvenes. Son pequeñas rutinas que debemos incorporar a nuestros hábitos diarios y que podrían ser objeto de otra reflexión.
Imagen: risassinmas.com