Elisa es la madre de una niña que no quiere que alaben todo el rato la belleza de su hija y menos aún diciendo que es la más guapa del mundo. Ella misma nos lo cuenta.
“Mi segunda hija, Amanda, que ahora tiene 5 años, es rubia, con ojos azules, con la piel blanca y suave y es muy muy coqueta (algo que ni yo ni mi hija mayor hemos sido nunca). Es curioso, porque sus padres y su hermana mayor somos más bien morenitos, con el pelo y los ojos oscuros. Así que ya os podréis imaginar las bromas sobre de dónde habrá salido tan rubia y clarita. Amanda es pues una niña que encaja a la perfección en el canon de belleza infantil, porque desgraciadamente para eso también hay cánones. Desde bebé, he escuchado a familiares, amigos e incluso a desconocidos que nos saludaban por la calle decirle “¿Quién es la niña más bonita del mundo?”, “Pero qué guapa es esta niña, por favor” y cosas así.
No sé si es porque ya tengo otra hija a la que no le dijeron eso o porque soy profesora y estoy en contacto con otros niños, pero este tipo de frases nunca me han gustado. Sospecho que han exacerbado la coquetería de mi hija por las mañanas, que rebusca en el armario el vestido más bonito, se mira mil veces en el espejo y me dice, todo el rato: “¿A que estoy guapa, mamá?”. Y además estimula su deseo de quedar por encima de los demás, y yo no quiero eso en la educación de mi hija.
Un buen día, en una de esas interminables pruebas de vestuario, como las llamamos de broma en casa, me dijo: “Mami, ¿a que soy la más guapa?”. Me lo pensé un poco, pero al final le dije: “Amanda, no. Eres preciosa, para mí eres la niña más guapa de todo el universo de niñas de cinco años, pero para cada madre su hija será la más guapa y eso es normal. Aparte de guapa, eres lista, valiente, buena amiga, te empeñas en conseguir lo que quieres, eres generosa… Yo creo que eso sí es lo importante y no ser la más guapa”. Y, con miedo a darle un sermón, le expliqué que era mejor ocuparse de superarse a una misma que de compararse con las demás.
Las pruebas del vestuario ante el espejo siguen, la gente sigue llamándola guapísima cuando la ve por la calle, pero creo que el mensaje va calando y ahora mi hija no está obsesionada con no mancharse y no está todo el rato comparándose con las demás amigas. Y, de vez en cuando, me cuenta cómo en el cole ha sido valiente o generosa. Y, qué queréis que os diga, me parece que eso es educarla en los valores adecuados”.