Nos escribe Candela, que acaba de volver de las vacaciones y reflexiona sobre la ilusión que nos hace a niños y adultos estar en vacaciones, la ansiedad con la que las esperamos y las expectativas que tenemos puestas en esta época unos y otros.
Acabo de volver de vacaciones (del primer tramo de ellas, pero el más especial) y os escribo con un sentimiento que llamamos acertadamente “depresión postvacacional”. Hemos estado en la playa en unas vacaciones planificadas desde hace tiempo, esperadas con ansiedad ya desde casi marzo y por las que hemos contado los días, las horas, los minutos… Eso los adultos, porque nuestros hijos, de 10 y 4 años, no han tenido esa ansiedad, no se habían formado grandes expectativas. Lo hemos pasado muy bien, aunque a los padres nos embargaba a menudo una sensación de decepción, de haber esperado más: del alojamiento, que era más pequeño de lo que pensábamos, de la playa, que no era de la arena cristalina que soñábamos y las olas enormes no la convertían en la plácida playa donde esperábamos bañarnos, de la distancia a la playa, que no era los 4 pasos que queríamos dar, de la comida en los sitios de playa, que no era tan exquisita como nos habría gustado… Es como si nosotros, los adultos, los padres, pensáramos: “Tanto tiempo esperando, casi desde el verano pasado, ¿para esto?”.
Los niños no lo han vivido así. No creo que repararan mucho en que el alojamiento era pequeño. Con su imaginación ha sido una cárcel, un océano lleno de tiburones e islas minúsculas en las que salvarse, un colegio, un planeta para sus muñecos… La distancia a la playa se les ha hecho muy corta con sus carreras. Y en la playa llena de conchas cortadas que se te clavan en los pies han organizado concursos para recoger más conchas (o trozos de conchas) en menos tiempo o para encontrar el trozo de concha más raro. Y bueno… en cuanto a la comida digamos que nuestros hijos no son nada sibaritas y no participarán, creo, en ningún Masterchef junior. Ideaban todo el rato juegos con lo que había a mano y no se lamentaban de lo que no había (más espacio, menos distancia a la playa, más comida rica…).
La vuelta a casa no ha sido motivo de tristeza para ellos, porque dicen que así pueden ver a los abuelos, a los primos, a los vecinos, y jugar con sus juguetes.
Hace tiempo, vi un calendario de niños en la página de Facebook de la diseñadora Sarai Llamas y la verdad es que visto lo visto es muy real. Los adultos nos pasamos el año esperando las vacaciones de verano, nos hartamos del frío en invierno, odiamos el sofocante calor en verano, vemos la Navidad como una época agobiante llena de compromisos y de compras, etc. Quizá es que hemos olvidado un poco vivir con ilusión el presente, que se llama así porque es un regalo. Y quizá nuestros hijos todavía lo entienden, ¿no creéis? Así que dejemos que nos enseñen, porque en esto y en muchas otras cosas tenemos mucho que aprender de estos locos bajitos que tenemos al lado.