Nos escribe Almudena sobre la película de Disney-Pixar Buscando a Dory y los mensajes que dejaron huella en sus hijos. Os recordamos que si queréis podéis compartir vuestras ideas y reflexiones escribiendo a autores@gestionandohijos.com.
Hace unas semanas fui con mis hijos al cine a ver la película Buscando a Dory. No iba con grandes expectativas, la verdad, más allá de pasar un rato fresquita en una cómoda butaca mientras mis hijos se divertían con una historia a la que yo no vería, probablemente, la gracia. ¡Qué equivocada estaba!
Para empezar, Disney-Pixar nos deleitó con un precioso corto sobre un polluelo de una especie que he sabido después que se llama correlimos, que debe buscar alimento en la orilla pero tiene terror a las olas. Cuando ya se ha llevado más de un susto con ellas, descubre que los cangrejos se meten dentro de la arena para protegerse de las olas y así encuentran el mejor alimento. Y Piper, que es así como se llama el polluelo, enseña a toda su familia a hacerlo. ¡Menudo canto a la humildad, a la idea de que aunque sean pequeños pueden hacer grandes cosas y a la capacidad de superación!
Y es que precisamente la capacidad de superación iba a ser la protagonista de esta velada en el cine. Porque yo creo que Buscando a Dory va de eso, entre otras cosas. No os quiero destripar la película, pero sí os puedo contar que la pececilla con problemas de memoria a corto plazo empieza a recordar algunas cosas y decide ir a buscar a su familia, a pesar de que el sobreprotector Marlin (el padre de Nemo) le dice que no va a poder encontrarlos, que ella no es capaz de hacer eso, que a saber dónde están. Vamos, mensajes muy negativos. Nemo, incluso, le llega a recriminar a su padre que no crea en Dory, que no le haya transmitido un mensaje de confianza y de cariño, que no le haya hecho sentirse capaz e importante.
El caso es que Dory, a pesar de esos mensajes, decide correr el riesgo de buscar a su familia. Y contará con la ayuda de amigos y de los recuerdos que, como flashes, le van llegando. Y descubrirá, maravillada, que es capaz de superar sus miedos y sus propias creencias limitantes sobre sí misma.
Mis hijos se divirtieron y se emocionaron, y yo también. Pensé mucho en que a veces, por nuestro propio miedo a que a nuestros hijos les pasen cosas, actuamos como Marlin y les decimos que no van a poder, que lo que quieren hacer es una locura o que se dejen de tonterías, directamente. Pensé incluso en mensajes que a mí me habían transmitido gente querida, también queriendo protegerme. Y pensé que para educar podemos elegir dos motores: miedo o confianza. Y claro, en la teoría yo ya sé cuál quiero elegir. Veremos si lo consigo en la práctica.
Lo que más me sorprendió de la película no pasó en la sala de cine. Pasó en mi salón el día siguiente. Mis hijos estaban jugando animadamente y mi hijo, de 6 años, quería separar dos piezas de Lego. Y tras mucho intentarlo dijo:
-Soy imbécil, no lo consigo.
Yo le dije que no me gustaba que se llamara imbécil porque era feo y no era verdad. Pero lo que dijo mi hija, de 10 años, fue mucho más brillante. Le dijo:
-Mateo, ¿qué hemos dicho de la confianza? No te puedes hablar así, tienes que creerte capaz de todo lo que te propongas.
Está claro. Buscando a Dory encontramos perlas para educar y crecer.