Escenas educativas 36: “Con empatía y comprensión, podremos tener viajes felices”
Cualquiera que haya viajado en tren, avión o autobús con niños sabe que a veces el viaje puede torcerse, porque los niños se cansan, se aburren y lo hacen saber a todos los pasajeros de un modo muy vehemente. Cualquiera que haya vivido esto sabe que muchos de estos pasajeros también van a hacer saber al adulto (mediante miradas asesinas, bufidos, suspiros o incluso palabras poco amables) que está a cargo del niño que el niño molesta, que debería hacer que se callara. Sobre esta realidad reflexiona hoy Violeta. Si queréis compartir vuestras historias, os animamos a enviárnoslas a autores@gestionandohijos.com.
Recuerdo la primera vez que viajamos con mi hija, de un año, a ver a los abuelos en tren. Eran seis horas de viaje y mi marido y yo no sabíamos si podríamos entretener a nuestra hija tanto tiempo. Llevamos juguetes, cuentos, pinturas… Y sobre todo llevábamos un poco de miedo encima. Ahora que lo pienso, no era exactamente miedo a que nuestra hija lo pasara mal, sino miedo a que los pasajeros, que esperaban tener un viaje tranquilo, protestaran y nos juzgaran por habérselo truncado. Recuerdo que cuando nos sentamos inspeccionamos un poco el entorno para ver si estábamos en territorio amigo (si la gente parecía comprensiva) o enemigo (si parecían poco amigos de los niños). Y la verdad, el entorno era un poco desolador: parejitas jóvenes que en cuanto vieron a mi hija resoplaron en señal de protesta, señores mayores con sus libros, una mujer muy trajeada que trabajaba sin parar en el portátil… Sin lugar a dudas, nos dijimos con solo una mirada mi marido y yo, estábamos en territorio enemigo de los niños.
La primera hora del viaje fue muy bien: pintamos, contamos cuentos, jugamos al cucu-tras, cantamos… Pero al pasar esa primera hora, en la que los pasajeros empezaban a dirigirnos miradas de alivio y de aprobación y hasta una señora levantó la vista de su libro para decirnos: “Pero qué buena es esta niña, qué tranquilita”, nuestra hija dijo que ya estaba bien. Empezó a removerse en el asiento, a gritar, a llorar y luego directamente a berrear. Y enseguida empezamos a sentir miradas asesinas hacia nosotros. Tratamos de cortar la tormenta de la mejor manera que pudimos, pero imagino que estando tan nerviosos eso no ayudaba en nada. Hasta que mi marido tuvo la idea genial de turnarnos para recorrer el tren andando con ella. Y se pedía primer, así que me quedé sentada y pude escuchar los suspiros de alivio. Y aunque una vez yo hice lo mismo cuando no tenía hijos, no pude evitar sentir ira hacia esta gente que protestaba porque una niña se comportaba como una niña.
Por eso no me ha extrañado nada que este post en Facebook se haya vuelto viral. En él, una madre agradece a un pasajero que no la juzgara cuando su hija se puso a llorar y berrear en su viaje en avión. En lugar de suspirar, bufar o mirarla mal, este pasajero felicitó a la madre y entretuvo a la niña enseñándole fotos de sus nietos y contándole historias. Y, con cierta tristeza, pienso que este post se ha hecho viral porque muchos padres y madres nos hemos sentido juzgados, culpados, despreciados y criticados en muchos viajes porque nuestros hijos se muestran como lo que son, niños que cuando tienen malestar lo expresan con mucha vehemencia. No niego el derecho a viajar tranquilos y la responsabilidad de los padres de educar a sus hijos, pero sin esas miradas asesinas y con algo más de empatía educaremos mejor y el viaje será más feliz para todos.
Imagen: Unsplash/Pixabay