Escenas educativas 37: “¿Y si viéramos la educación de nuestros hijos como un largo viaje?”
Miriam nos escribe una reflexión sobre cómo los padres esperamos ansiosos avances en nuestros hijos (que anden, que hablen, que sepan leer, que coman verdura…) y cómo nos impacientamos cuando nuestro trabajo no nos lleva a buen puerto (cuando los educamos en valores y no los vemos reflejados en su comportamiento). Y su conclusión es que viviríamos la educación de nuestros hijos con menos impaciencia si lo viéramos como un largo viaje, lleno de sorpresas, imprevistos y confianza. Si queréis compartir vuestras experiencias o reflexiones, escribid a autores@gestionandohijos.com
Aún recuerdo cuando mi hija, que por entonces tenía 5 años, no quería ni ver nada verde en el plato. Probé mil métodos para tratar de convencerla: el premio, la amenaza, el ayuno… Nada funcionaba. Incluso mi hija se declaró en huelga de hambre con tal de no tomar la verdura. No lograba entenderlo: yo predicaba con el ejemplo, pues tomaba muchísima verdura con gusto, y me parecía que todos los métodos que empleaba debían dar resultado pronto. Y me impacientaba. Y no confiaba en absoluto en que un día a mi hija le pudieran gustar las verduras.
Recuerdo también con qué ansiedad investigaba en mil métodos diferentes para superar las temidas rabietas. Probaba todos los métodos un par de veces, pero no daban resultado. Y me impacientaba. Y pensaba que, como no funcionaba nada, mi hija tendría rabietas hasta que se fuera de casa. Y esa idea me aterraba.
Tengo más presente el preocuparme porque mi hija, que ahora tiene 8 años, daba pocas muestras de empatía. Intentaba promoverla recurriendo a cuentos, películas, juegos… Pero eso no conseguía que de un día para otro mi hija se pusiera de manera natural en la piel del otro. Y me desesperaba.
Con estos ejemplos, aunque hay muchos más (cuándo dejaría de venir por la noche a nuestra cama, cuándo dormiría del tirón, cuándo gatearía, cuándo andaría, cuándo ordenaría su cuarto por sí misma), quiero decir que muchas veces a los padres y madres nos puede la impaciencia. Vivimos en un mundo que va muy rápido, con muchísima información a la que podemos acceder, y queremos que en todo, también en la educación, las cosas funcionen rápido. Y si no funcionan las desechamos. Pero olvidamos que la educación es un viaje de largo recorrido. Parece lógico pensar que si nos fuéramos a un viaje muy largo elegiríamos bien nuestro equipaje escogiendo cuidadosamente cosas duraderas, resistentes y que realmente tengan sentido para el trayecto que vamos a recorrer, los lugares que vamos a visitar y las actividades que vamos a realizar. Del mismo modo, si la educación es un viaje de largo recorrido, deberíamos escoger con mucho cuidado nuestro equipaje de ideas y valores que realmente duren, que tengan sentido para nosotros y para acompañar a nuestros hijos. En un viaje largo, por otro lado, no nos impacientamos por la siguiente etapa, disfrutamos la que estamos viviendo y le sacamos el mayor provecho, porque sabemos que ese es el objetivo y la base para disfrutar de las siguientes etapas y para asegurarse de que el viaje va bien. Del mismo modo, cuando educamos quizá deberíamos disfrutar del momento con nuestros hijos y educar con el ejemplo, sin agobiarnos por los frutos futuros, porque el disfrute con nuestros hijos y el ejemplo que les brindamos serán la garantía de que este viaje va bien. Además, en un viaje no vamos pensando que todo va a salir mal, que o bien las cosas salen exactamente como decimos o bien será un desastre: sabemos que no controlamos todas las variables, que no todo va a salir como pensamos, pero no nos impacientamos y confiamos: dejamos mucho espacio para la improvisación y la sorpresa. Pues bien, en la educación de nuestros hijos las cosas pocas veces salen exactamente como esperábamos y eso a veces nos desespera. Nos impacientamos si un camino no nos lleva donde esperábamos o si es demasiado impracticable en lugar de disfrutar del paisaje mientras buscamos otro camino mejor.
Desde que veo la educación de mis hijos como un largo viaje, estoy menos ansiosa por quemar etapas y superar obstáculos. Y confío en que todo llegará, que todos los paisajes que estamos recorriendo juntos terminarán calando en ellos y que llegaremos a buen puerto, aunque no sea el que yo había imaginado, sino uno lleno de sorpresas.
Mientras nos guíe el viento de la confianza en lugar de los agobios de la impaciencia, todo irá bien. Tenemos que entender que la impaciencia, aunque nos pueda guiar a buen puerto, nunca nos dejará disfrutar del viaje. No nos lo perdamos.
Imagen: Austin Bar / Unsplash