Escenas educativas 42: Guarda tus batallas para lo importante
Nos escribe Paula sobre la importancia de educar desde la calma, algo que, para ella, es el mayor de los retos en esto de ser madre. Y nos cuenta lo que ha aprendido de la típica batalla matutina por llegar pronto a clase, cuando en medio de su enfado monumental que parecía una tormenta perfecta su hijo llegó a decir: “Es el fin del mundo”. Si quieres compartir tu reflexión, escríbenos a autores@gestionandohijos.com.
Seguro que muchas y muchos habéis vivido justo esta mañana una carrera contrarreloj por llegar pronto al cole: “que si desayuna corriendo, que si por qué no guardaste todo en la mochila anoche, que tenemos prisa, que no llegamos, que qué desordenado tienes tu cuarto, que claro, así no hay quien encuentre lo que estamos buscando, que ya vas sin lavarte los dientes, que corraaaaas, que no llegamos”. Y así, día tras día. Hoy, cuando por fin hemos salido de casa, he mirado el reloj. Era, claro, tarde. Y, la verdad, me he sentido derrotada. Odio llegar tarde al colegio, odio perder aún más tiempo (y pasar vergüenza) teniendo que llevar a los niños a Dirección para que los lleven a su clase. Y me enfadado: “Chicos, esto no puede ser, hay que salir a la hora” y un blablabla lleno de reproches y quejas: en medio de un arrebato que deja en nada a la peor de las rabietas que han tenido cualquiera de mis hijos (o los dos juntos, y no han sido rabietas pequeñas ni breves) le he llamado a mi hija desordenada, boba y antipática, a mi hijo desobediente, irresponsable y tardón…
Y entonces, mi hijo pequeño, que es pequeño pero muy muy sabio, ha soltado una frase que me ha resonado en la cabeza: “Es el fin del mundo”. Desde luego, lo parecía: mamá enfadada, diciendo que ha pasado lo peor de lo peor, presagiando un día ya torcido, hablando de desastres, gravando a fuego etiquetas terribles… ¿Pero sabéis qué? Que ahora, una hora después de la carrera, de haberlos dejado en el cole (llegamos in extremis) y de haberme liberado de mi rabia, me pregunto: ¿de verdad importaba tanto? ¿De verdad es necesario desbordarse tanto por estas cositas todos los días? ¿De verdad quiero que mis hijos piensen que una pequeña contrariedad es (o le parece a su mamá) el fin del mundo? ¿De verdad quiero que mis hijos crean que su madre piensa que son bobos, irresponsables, tardones, antipáticos, desordenados? ¿De verdad puedo enseñarles a canalizar sus emociones de un modo sano y a aprender de ellas si yo me pongo así?
Hace tiempo vi en vuestro Facebook una frase con la que no puedo estar más de acuerdo y que es del jefe indio Luther Oso en Pie Dakota: “Tal vez la tarea más difícil de ser padres no era la de controlar el comportamiento de los hijos, sino controlar el propio”. Yo puedo comprender que educar a un hijo es un trabajo estresante, cansado, desafiante, muchas veces caótico… y que no somos perfectos y eso nos puede sacar de quicio. Y que, desde luego, podemos y debemos pedir perdón cuando esto pasa, y yo lo he pedido esta mañana cuando me he calmado (claro, después de soltar todo). Pero me gustaría ser capaz de calmarme antes, de decirles de una manera más positiva que es importante llegar pronto al cole, de tener más perspectiva para que no parezca que creo que cualquier obstaculito pequeño es el fin del mundo… Porque al final, el mundo sigue, no ha pasado nada realmente grave (excepto que me he puesto histérica por una chorrada y, como decía María Soto en uno de vuestros talleres, “no hay que flagelarse, perder la paciencia es humano”, pero nerviosos y gritando “no podemos educar, no enseñamos nada bueno”.
Quizá cuando uno exagera sus batallas es que lleva batallando por otros temas mucho y esto es una acumulación: en mi caso, tenía prisa y estrés por llegar al trabajo, me daba vergüenza ir otra vez a Dirección, me culpaba a mí misma si mi hija no iba con el material que necesitaba y encima me llenaba de pensamientos negativos como: “Ya me quieren hacer la mañana imposible”… Todas son creencias que yo he ido poniendo como una pesada carga sobre mis hombros y que han hecho complicada la situación. Y esto me lleva a pensar que no es con ellos, sino conmigo, con la que tengo que trabajar estos temas. Y que si pasara de los juicios de otros, si pensara que todas estas experiencias son oportunidades para aprender (ellos y yo) y si dejara de querer ser la madre perfecta que lleva a sus hijos a tiempo, con todo el material, perfectamente aseados y dejando la casa como las de una revista de decoración, me pondría las cosas mucho más fáciles a mí. Y a esto voy a dedicarme, a abordar la tarea más difícil de ser madre: controlar mi propio comportamiento (basado en creencias que son como losas).