“Yo quiero una escuela a la que los niños quieran ir. Una escuela que los respete y los escuche, que los tenga en cuenta, porque hoy en día nadie piensa en los niños”, decía la pedagoga Mar Romera en su libro ‘La escuela que yo quiero’. A lo que añadía: “El niño no paga, no vota y, en consecuencia, no se le escucha, pero es el “cliente” fundamental de este sistema”.
Escucharles, preguntarles, en definitiva, darles voz y que expresen abiertamente cómo debería ser la escuela en la que pasan cada día 8 horas fue el objetivo del psicólogo Albert Pi Munné cuando se puso al frente de un documental cuyos protagonistas son, como no podía ser de otra manera, los niños. Un corto documental en el que la primera pregunta que se les hace es si son felices en la escuela. La respuesta es una negativa prácticamente unánime que nos obliga a preguntarles cómo debería ser la escuela en la que ellos fueran felices. Y eso es lo que hace Pi Munné, preguntar y preguntar lo que nadie antes les ha preguntado.
Y, ahora, me callo, y dejo que sean ellos, los niños, quiénes alcen la voz.
Son bajitos, pero no por ello no son personas de pleno derecho, aunque a veces se nos olvide.