Como sabéis, hemos estrenado una serie nueva en la que os pedimos que nos contéis anécdotas graciosas y divertidas (que las hay, ¡y muchas!) relacionadas con esto de educar. Y a cambio os regalamos un libro de nuestros expertos. Mónica Cerrada se ha animado a contarnos una anécdota que tiene que ver, como muchas gracias de nuestros hijos, con “caca, culo, pedo, pis”. Seguro que muchos os acordáis de la célebre canción de Enrique y Ana, un hit genial de la infancia de muchos, ¿verdad? Pues seguid leyendo, que de música va la cosa.
Siempre he sido bastante mía para mis cosas, ya sabéis, no me he sentido cómoda hablando por ahí de mis intimidades, me hace sentir vulnerable, insegura, “fragilmente humana”. No he sido de esas chicas que hablan con sus amigas de las largas noches de frenesí o los detalles concretos de una noche de amor desenfrenada, tampoco de mi facilidad o dificultad para ir al baño, si hago bien de vientre o tengo que seguir determinadas recomendaciones para el estreñimiento.
Sin embargo, parece que en cuanto te quedas embarazada se abre la veda sobre conversaciones decididamente incómodas (hemorroides incluidas). Si lo consideráis con detenimiento, creo que se trata de un entrenamiento mental previo a lo que la maternidad nos depara en materia de “conversaciones escatológicas”, y ahí es donde quiero ir a parar…
Desde que Zoe llegó a mi vida, no he tenido más remedio que ir superando mis barreras psicológicas en cuanto a hablar de cacas, pedos, pises y demás.
Hemos llegado al punto, incluso, de hablar sobre ello entre compañeros de trabajo mientras comemos; en realidad, no es más que parte de la conversación, algo anecdótico, gracioso, divertido. ¡Ha pasado de ser algo íntimo y personal a convertirse en un intercambio de anécdotas entre compañeros de trabajo!
Pero es que claro, cómo no hablar de lo imposible que es “concentrarse” 5 minutos en el baño cuando se es madre o lo utópico que resulta encerrarse 3 minutos sin que tengas tres interrupciones seguidas porque “tengo hambre mamá y no puedo esperar ni un segundo más”.
Por no hablar de ese momento cumbre en el que estás a punto de salir de casa, con el tiempo justo para llegar con la lengua fuera al trabajo, abrigo, bufanda, guantes y gorro de lana debidamente puestos , y justo, en ese preciso momento, ¡alarma! “Mamá, no aguanto, tengo pipí y caca”, no sabes si puede más tu furia o tu miedo: “Oh, Dios mío, aquí en el pasillo no, por favor”.
Llegados a este punto, tengo que admitir que incluso las cenas familiares se han convertido en la situación idónea para sacar el tema de conversación “estrella” y una, que es muy versátil e intenta normalizar las situaciones al máximo, ha llegado a comprar un libro (estupendo, por cierto) llamado Todos hacemos caca, para tratar el tema con mayor autoconfianza y propiedad.
Pero, si tengo que ser franca, la conversación que más me ha impactado en los últimos tiempos a propósito de estos temas, ha sido una que se produjo hace poco sobre el sonido de los pedos; sí, Zoe ha catalogado su culo como “instrumento musical”.
-Mamá, ¿sabes que mi culo es un instrumento musical?
Con una mezcla entre curiosidad y nerviosismo por la respuesta que se avecinaba le pregunté: ¿y esooo?
“Pues nada … puede convertirse, según el sonido de mis pedos, en una flauta, un tambor, unas maracas o un cajón flamenco”
Y yo me pregunto: ¿en qué momento se habrá sentado a reflexionar sobre ello?
Imagen de portada: Alexas /Pixabay.