Experimentos científicos educativos: la importancia de enseñar a esperar

Os hablamos del Experimento de las golosinas o sobre la importancia de aplazar los premios, sobre la importancia de enseñar a esperar.

Muchos experimentos y estudios educativos nos ofrecen ideas contrastadas e inspiradoras para educar y nos enseñan las consecuencias de algunas decisiones educativas. Por eso, os queremos hablar de algunos estudios científicos que han llegado a hallazgos de lo más interesante. Hoy nos centraremos en el llamado Experimento de las golosinas o sobre la importancia de aplazar la gratificación o los premios, en definitiva, sobre la importancia de enseñar a esperar. De este importante experimento ya nos habló Álvaro Bilbao en su ponencia viral

El experimento de las golosinas

A finales de los años 60, en la Universidad de Standford el psicólogo Walter Mischel llevó a cabo un experimento: ofrecía a 90 niños de escuelas infantiles del campus de Stanford la posibilidad de una gratificación inmediata (una golosina de nube o una galleta) y prometía que, si esperaban 15 minutos sin comer el premio, les ofrecería dos. Lo impresionante fue que, en estudios de seguimiento posteriores, los niños que habían esperado más tiempo mostraban mejores calificaciones escolares, mejores niveles de satisfacción con su familia y compañeros y, en general, una más alta adaptación social.

La primera parte del experimento se llevó a cabo en 1960, con niños entre cuatro y seis años, que eran introducidos en una habitación vacía con la única compañía de un dulce o chuchería de su elección. El investigador les decía que si resistían la tentación de comer esa chuchería recibirían otra al cabo de quince minutos. Mischel cuenta que muchos de esos niños, contemplados a través de un cristal, se ponían de espaldas a la mesa o se tapaban los ojos para no ver ese objeto del deseo, otros daban golpes a la mesa y otros simplemente se comían el dulce en cuanto el investigador abandonaba la sala. En realidad, de los  que participaron en esta primera fase, una pequeña minoría comió el dulce enseguida, aunque solo un tercio de los niños aguantó la tentación lo suficiente para recibir un segundo premio.

18 años después, Mischel descubrió que los niños y niñas que habían aguantado mejor la tentación sacaron mejores notas en los exámenes preuniversitarios y tenían un más saludable índice de masa corporal. Ya entrando en su vida adulta, las personas que habían esperado por su doble premio presentaban una mejor salud, menor probabilidad de caer en adicciones a alcohol, tabaco o drogas y mayor probabilidad de disfrutar de relaciones sociales más positivas. Edelgard Wulfert adaptó la situación a adolescentes y descubrió que aquellos que podían esperar una semana para su paga obtenían mejores notas, tenían menos problemas de comportamiento en el instituto y tenían menos probabilidad de refugiarse en el tabaco, el alcohol y otyras drogas que los otros compañeros de experimento que decidieron no esperar a la paga semanal.

Un experimento que nos muestra la importancia de esperar

Nos decía Álvaro Bilbao que “no estamos acostumbrando a nuestros hijos a esperar. Y esperar es muy importante. Muchas veces los padres intentamos ahorrar a nuestros hijos las frustraciones. Sin embargo, si queremos tener hijos felices en lugar de hacer que el viento siempre sople a su favor hay que enseñarles también a navegar en tempestades”. Nos recordaba Álvaro Bilbao que “cuando yo quería ver mis dibujos animados favoritos, que podían ser David el Gnomo, tenía que esperar una semana entera para poder verlos. Nuestros hijos no tienen que hacer ese ejercicio de control de la frustración para esperar ese momento”.

Mischel dice en una entrevista en The Atlantic que “la habilidad para aplazar una gratificación es como un músculo”.

Un experimento cuestionado por no tener en cuenta el contexto socioeconómico

A finales de mayo pasado se publicó un nuevo estudio  que trató de replicar el experimento de Mischel,  pero con una muestra mucho mayor, de unos 900 niños, y cuidando que mostraran una diversidad de orígenes étnicos y socioeconómicos representativa de la sociedad estadounidense. Incluso tuvieron en cuenta la variable de los ingresos del hogar, algo que Mischel no había contemplado. En este segundo estudio, se concluye que la habilidad de esperar por un segundo dulce depende en muy buena parte del origen socioeconómico del niño y, por tanto, es la situación socioeconómica del niño y no su capacidad de esperar la que predice su éxito en la vida. Así, de entre los hijos de mujeres con estudios superiores los niños que esperaron por una segunda golosina no tuvieron más éxito que aquellos que no esperaron. Y del mismo modo, entre los hijos de madres sin estudios superiores, aquellos que esperaron no tuvieron más éxito en la vida que aquellos que comieron la chuchería enseguida.

Es importante puntualizar esto porque en las ciencias sociales, y la educación lo es, es muy importante tener en cuenta el contexto social y económico de las personas que participan en el estudio. Pero lo cierto es que para un mismo grupo socioeconómico la habilidad de esperar y de ejercer cierto autocontrol supone un factor importante a la hora de educar en el esfuerzo, la salud y las habilidades sociales.

Claves para enseñar a nuestros hijos a esperar

Si, como dice Álvaro Bilbao, es muy importante saber esperar, tal vez valga la pena reflexionar sobre cómo entrenar este músculo en casa, por complicado que parezca en esta sociedad consumista, hiperconectada y trepidante. Os damos algunas pistas para hacerlo:

  1. No darles lo que piden enseguida, permitir que esperen un poco. Por ejemplo, podemos disfrutar de un helado a la semana y no todos los días, pueden esperar hasta el sábado para comprar los cromos de su colección o, como Álvaro Bilbao de pequeño, pueden esperar a que emitan su serie favorita en la tele en vez de verla enseguida en la tablet.
  2. Si tus hijos son mayores de siete años, empezar a darles una paga semanal para que puedan ir ahorrando y haciendo sus pequeños gastos. Así aprenderán a administrarse y a esperar.
  3. Establecer unos límites y horarios claros de pantallas. Así, cuando ya se ha pasado el tiempo convenido del día, tendrán que esperar al día siguiente.
  4. Inculcarles que esperen su turno en las conversaciones y no interrumpan. Es una costumbre muy extendida, pero si les indicamos que estamos hablando y enseguida los atendemos les ayudaremos a esperar (siempre y cuando cumplamos nuestra palabra, claro).
  5. Por supuesto, ser ejemplo. Si nosotros nos pegamos una panzada de la temporada de nuestra serie favorita porque no podemos esperar, nos encaprichamos con el último aparato que aparece en el mercado, matamos las esperas enganchados a las pantallas o compramos compulsivamente, no les estamos enseñando a esperar.
  6. Como nos decía Catherine L’Ecuyer, “volver a actividades lentas, que requieren mucha paciencia, como la conversación, la lectura, la cocina o cosas tan sencillas como atarse los zapatos”.

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