Esta es la semana. La GRAN semana. La última antes de las vacaciones de Navidad y de, por lo tanto, empezar a hacer encaje de bolillos con la conciliación para poder cuidar a nuestros hijos durante los días no lectivos. Pero si es la gran semana por algo es por los festivales de Navidad, las funciones del colegio, esas que nuestros pequeños llevan semanas preparando con sus maestros y maestras (gracias, por cierto, por la paciencia, el trabajo y la dedicación que supone).
Los padres y madres (y hasta algún abuelo) nos sabemos ya de memoria las canciones que van a cantar, los bailes y coreografías. Porque sí, ensayan en casa con gracia y salero, sin ningún tipo de pudor y con mucha ilusión. Y claro, eso crea expectativas en nosotros. Porque nos cuesta imaginar que el día D vayan a sentir pudor, miedo, vergüenza o incluso rechazo a la actuación. Pero pasa. Y más a menudo de lo que creemos.
Nos cargamos de autoexigencia y presión y se la trasladamos a ellos. Esperamos que lo hagan perfecto, que no lloren, que sigan los pasos y no se equivoquen y que encima tengan una sonrisa en la cara para que la foto salga lo mejor posible. Y así se lo hacemos saber, arriesgándonos a cargarnos su festival de Navidad y a generarles malestar y culpabilidad. Y solo son niños, a los que les cuesta un mundo cantar y bailar delante de decenas de extraños (familiares de otros compañeros) bajo luces y focos, con la música alta e incómodos en sus trajes de gala.
Seamos comprensivos. Esto no es una competición. Es un momento de disfrute y así debe ser tanto para ellos como para nosotros. Lo importante no va a ser nunca el resultado, sino el esfuerzo, el hecho en sí mismo de participar, y el trabajo que junto a los maravillosos docentes llevan haciendo en las últimas semanas.
Así que:
- No critiquemos delante de ellos a los docentes, ni a su elección musical, ni a otros compañeros o a sus actuaciones
- No invalidemos sus emociones ese día, acompañémoslas sean las que sean
- Seamos pacientes, comprensivos y respetuosos con sus deseos
- Dejemos de enfatizar el error si es que cometen alguno y valoremos el proceso y el esfuerzo
- No despreciemos sus preocupaciones si no quieren participar. No es ninguna tontería, es algo importante para él
- Quitémosles la mochila del perfeccionismo. Relativicemos el resultado si algo sale mal
- No obliguemos a nuestros hijos
- Tengamos expectativas realistas. Aparquemos nuestras autoexigencias, presiones y heridas de la infancia en este momento, en SU momento
Por mucho que nos encante almacenar vídeos perfectos de ese momento o que nuestro hijo lo haga de 10, ese es nuestro deseo, nuestra expectativa, pero no tiene por qué corresponderse con la realidad. Lo primero, como siempre, es el bienestar de nuestro hijo. Y estos eventos se realizan para que vivan una experiencia más, y una experiencia de la que pueden extraer muchos aprendizajes.