Sin lugar a duda, la fiebre es el motivo de consulta más frecuente en nuestro día a día. ¿Cuánto ha de pasar para que la fiebre nos deje de asustar? Os diría que años y que incluso hay padres y madres que, sabiéndoselo todo, siguen pasándolo mal cuando sus hijos amanecen con fiebre. Hoy, junto a mis amigos de Miniland y Educar es todo, educamos en salud.
¿Qué es la fiebre?
Simplemente es una elevación de la temperatura corporal por encima de los límites establecidos como normales que son 38º (rectal), o 37.5ºC (axilar).
La causa más frecuente son las infecciones. La fiebre es un síntoma más de la enfermedad, al igual que los vómitos, la diarrea, la mucosidad nasal o la tos. No debemos darle más o menos importancia que la que tiene. Los pediatras valoramos todos los síntomas del niño en su conjunto para emitir un diagnóstico. De entrada, le quitaré protagonismo ya que, la mayoría de las veces, la fiebre, no es el dato clave que nos da el diagnóstico de la enfermedad.
¿Y por qué sube la temperatura?
Para defendernos. Curioso, ¿verdad? La fiebre no es el enemigo, todo lo contrario, es nuestra primera barrera defensiva para luchar contra las infecciones. Los virus y las bacterias crecen a temperaturas más bien bajas, en torno a 37ºC. Nuestro organismo, cuando detecta un agente extraño, lo primero que hace es elevar la temperatura para eliminar al germen. Como les digo yo a los niños de la consulta: “Tu cuerpo sube la temperatura para achicharrar a los virus”. Si nosotros insistentemente bajamos la temperatura con Ibuprofeno, con paracetamol, con baños y con todo lo que está nuestro alcance, lo único que conseguimos es favorecer la multiplicación de los gérmenes porque les damos la temperatura perfecta para ello. Además, la fiebre activa nuestro sistema inmunitario para fabricar glóbulos blancos y anticuerpos que lucharán contra la infección.
Entonces… ¿No debemos tratar la fiebre?
No trataremos la fiebre en sí, trataremos el malestar. Es decir, si nuestro hijo tiene 38ºC y está bien, tranquilo y sin malestar, déjale. No le des medicinas, aunque tu madre insista y no pare de dar vueltas por el salón con los ojos como platos ”estas cosas nuevas que hacéis ahora… no las entiendo”– te dirá. Desabrígale, dale agua y vigílale. En ese momento, su cuerpo se está defendiendo, ya está haciendo su labor. Si por el contrario tiene 38ºC y además tiene dolor, está muy irritable o la fiebre le da náuseas y vomita; entonces sí es el momento de tratar. Le damos paracetamol porque no se encuentra bien, independientemente de su temperatura.
¿Dónde es mejor medir la temperatura?
Y esta es la pregunta del millón desde que desaparecieron los termómetros de mercurio, que a pesar de tener que esperar los cinco minutos de rigor con el termómetro bajo la axila, no fallaban, ¿verdad? Y además, como no había otros mecanismos, pues no nos planteábamos otras opciones.
Temperatura axilar: ahora contamos con termómetro digitales o de galio que son muy fáciles de usar, pero tiene el inconveniente del tiempo: hay que esperar varios minutos y los niños no siempre colaboran. Con este tipo de termómetros diremos que nuestro hijo tiene una temperatura normal si tiene menos de 37.5ºC.
Temperatura rectal: utilizada sobre todo en los bebés menores de un año. Es rápida y fiable, aunque en ocasiones molesta, por lo que si podemos evitarla mejor. En este caso, consideraremos una temperatura normal si esta se encuentra por debajo de 38ºC .
Temperatura en oído o en frente con termómetros de infrarrojos que todos conocéis. Tienen la ventaja de que son casi instantáneos, son cómodos, pero como todo en esta vida, los hay muy buenos y los hay muy malos. Además, los hay con contacto y sin contacto.
¿Cuándo debo acudir a urgencias?
- Temperatura elevada mantenida más de 3 días.
- Fiebre alta y alguna enfermedad crónica grave (cardiopatías, inmunodeficiencias…)
- Convulsiones.
- Dificultad para respirar o para mantenerse despierto.
- Rigidez de nuca o dificultad/dolor para flexionar el cuello (pedidle a vuestro hijo que se mire el ombligo. Cuando tiene fiebre a veces tiene una falsa rigidez de nuca, pero si ha bajado la fiebre y el niño es incapaz de mirarse el ombligo, ojo, a urgencias).
- Manchas en piel de color rojo vino o moradas que no desaparecen al estirar la piel.
Tomar la decisión de acudir o no a Urgencias es lo que más les angustia a los padres, y os comprendo. Os entiendo porque yo también he tenido que llevar a mis hijos en alguna ocasión a Urgencias. El ser pediatra no te exime de enfermedades, ni de sustos, ni de grandes y pequeñas preocupaciones, creedme.