Hablamos hoy de una expresión que no nos gustaría escuchar de conocidos, amigos o familiares. Y que, por lo tanto, tampoco deberíamos decir a nadie. De hecho, hay una imagen de una cita que está circulando mucho por redes sociales ahora y que viene a decir: “Si usted va a criticar a los hijos de otra persona, siempre debe esperar a que los suyos tengan al menos noventa años. De otra forma, se expone a la posibilidad de terminar tragándose sus propias palabras”. Si esta cita se está haciendo viral es porque a madres y padres nos molestan las críticas, ¿no os parece? Si queremos que nuestros hijos e hijas aprendan empatía empecemos por enseñarles nosotros quitando frases de este estilo de nuestro vocabulario.
Lorena está en una tienda con bar con sus tres hijos: Andrea, de 8 años, Carlos, de 5, y Mario, de 3 años. Tiene que comprar un regalo para un cumpleaños. Esta tienda ha sido en alguna otra ocasión el escenario de carreras y juegos indeseados de Andrea y Carlos, a los que ha seguido Mario con mucho entusiasmo, de modo que antes de entrar Lorena les recuerda que no se puede correr y que si están tranquilos podrán ir a merendar al bar que está al lado. Cuando Lorena termina de comprar, como los niños han estado tranquilos, les invita a una buena merienda. Mientras está ojeando lo que ha comprado, los niños se escapan a correr por los pasillos. Lorena corre tras ellos y les dice que deben volver a sentarse a la mesa o jugar cerca. Los niños obedecen por un rato, pero pronto vuelven a las andadas. Mientras Lorena paga, los niños vuelven a desaparecer, jugando muy divertidos y sin poner en peligro a nadie. Lorena nota miradas de crítica de las personas que se encuentran alrededor. Una señora algo mayor opina delante de Carlos, en un momento en que Lorena ha conseguido atraparle: “Hay que ver qué mal se portan tus hijos… No te haces con ellos”. Aprovechando la ocasión y quizá para dar la razón a la señora, Carlos se vuelve a escapar. Lorena termina de pagar y se va avergonzada, pensando que nunca más volverá a visitar esa tienda con sus hijos. Luego Lorena tendrá una charla con sus hijos para saber qué ha pasado, explicarles de nuevo que en esa tienda no se puede correr y buscar posibles soluciones entre todos (como ir más rápido en la compra, llevar juguetes para que se entretengan, llevar pinturas y papel o, directamente, no volver allí nunca más con ellos). Carlos, que se ha pegado unas carreras tremendas en la tienda, aun reconociendo que sabía que no podía hacerlo, confiesa a su madre: “Es que quería correr y no lo he hecho en todo el día”.
Lorena entiende entonces que, como nos contaba Lucía Galán en su taller, las necesidades de sus hijos y las suyas no han coincidido en esta ocasión y que tendrá que buscar alguna forma de hacerlas compatibles. Pero eso no hace a sus hijos malos o inmanejables.
Desde que nuestros hijos son bebés, nos damos cuenta de que las personas alrededor, incluso perfectos desconocidos, empiezan a opinar sobre todo: “Abrígalo más”, si le ven muy fresquito, “quítale la manta”, si le ven muy abrigado, “qué malo es”, si el bebé llora mucho durante las vacunas, “qué mal se porta”, si corren en sitios donde no toca… Si estos comentarios los hacen delante de los niños, podrán influir a la hora de que nuestro hijo se forme una imagen de sí mismo. Y estos comentarios gratuitos pueden producir en nosotros, padres y madres, vergüenza, frustración, ira o culpa, emociones que no nos pueden ayudar a educar mejor.