Muchas veces los padres y las madres nos consideramos protagonistas de la vida de nuestros hijos. Es lógico que nos importe mucho que nuestros hijos estén bien, que nos preocupen sus problemas y que les acompañemos y guiemos en su vida, pero de ahí a hablar en primera persona del plural de sus vivencias hay un paso muy grande que no parece muy recomendable dar.
María y su hija Leonor, de 14 años, van a visitar a los abuelos en su barrio. Al coger el ascensor se encuentran con una vecina de los abuelos que comenta lo guapa y alta que está Leonor (Leonor contesta con una sonrisa y un gracias, con timidez y visiblemente incómoda) y pregunta qué tal van los estudios. Leonor no quiere hablar, no reconoce a esta mujer y no le gusta hablar de sus cosas, y menos del instituto, acaba de salir de clase y lo menos que le apetece es hablar de exámenes, deberes, trabajos…. Y entonces su madre, María, le dice a la vecina muy sonriente: “Los estudios van muy bien, ¡hoy hemos aprobado matemáticas! Y nos ha costado mucho, ¿verdad, Leonor?”. Leonor frunce el ceño, ¿no es ella la que ha aprobado matemáticas? Puede ser que su madre haya estado demasiado encima para que ella estudiara, pero ¿por qué tiene su madre que hablar de su vida como si fuera propiedad de ella?
Qué pensarías si te pasara a ti
Imagina que vas caminando con una amiga que se encuentra con otra a la que hace tiempo que no ves y con la que no tienes nada de confianza. Ella te pregunta cómo te va la vida y no quieres extenderte mucho, le cuentas que bien, sin más. Pero tu amiga le suelta: “Me acaba de decir que estamos embarazados”, metiéndose a ella misma en un nosotros en el que no pinta nada. Primero, probablemente, pensarás que ya habías dejado bastante claro que no querías entablar una conversación demasiado personal. Pero es que además quizá pensarías que tu amiga no tiene derecho a contarle a una persona con la que no tienes confianza algo de tu propia vida y menos aún apropiarse de tu vida. Pensarás que tu amiga te ha faltado el respeto y ha invadido tu intimidad. ¿Quieres que tus hijos se sientan así?
Las madres y padres no aprobamos, ni suspendemos. Por mucho que estudiemos con ellos y suframos por sus notas (aunque habría que reflexionar sobre si estar encima de los hijos para que estudien es buena idea para educarlos), los que aprueban y suspenden son nuestros hijos. Detrás de comentarios como este, que pueden parecer solidarios o de entrega a los hijos e hijas, se esconde la idea de que negamos a nuestros hijos e hijas y a nosotros mismos y nosotras mismas el derecho a tener, por separado, nuestra propia historia. De este tipo de comentarios a los muy negativos “con lo que me he sacrificado por ti…”, hay solo un paso. Dejemos que nuestros hijos vivan su vida y compartan sus noticias con quien les apetezca, sin invadir su espacio. Nuestra misión no es evitar que nuestros hijos e hijas cometan errores y tampoco es rescatarlos de las consecuencias de los mismos. Quizá debamos pensar que es mejor que dejemos que cometan sus errores y vivan las consecuencias de los mismos.