Pensamos que debemos mostrarnos fuertes ante nuestros hijos, que nuestras muestras de debilidad (o simplemente el mostrarnos como seres sensibles) no les hace bien. Pero nada más lejos de la realidad. Ya lo escribió Lucía mi pediatra, que estará con nosotros impartiendo un taller en diciembre: “Quiero que mis hijos vean que su madre es de carne y hueso. Que no se avergüenza por llorar o por estar un poquito triste en circunstancias puntuales, que no se esconde. Quiero que lo vivan como algo natural… porque cuando a ellos les ocurra se acordarán de mí y lo asumirán como normal. Aceptarán su estado de ánimo y sacarán la fuerza necesaria para superar todo lo que obstaculice el camino hacia su felicidad”. Reflexionamos sobre esta frase prohibida con la historia de Quique.
Estando en el parque con su hijo Quique, de cinco años, Lorena recibe una llamada: su hermano, que acaba de mudarse a otro país le cuenta cómo se ha instalado, cómo es su vida en su nueva casa y lo mucho que echa de menos a Lorena. Lo cierto es que su hermana también lo echa muchísimo de menos: su hermano ha sido para ella siempre un gran apoyo y solían verse mucho. Las lágrimas no tardan en brotar de uno y otro lado del teléfono y Lorena trata de esconder su cara para que su hijo no lo vea desde el parque. Pero no lo consigue y cuando cuelga su hijo corre a decirle:
-Mami, ¿por qué estás llorando?
–¿Llorar yo? No, cariño, no estoy llorando, es que con el viento se me ha metido algo en el ojo. Todo está bien, Quique, vete a jugar.
El niño no se traga la historia porque además no hace nada de viento. Y se siente triste porque sospecha que su madre no le considera merecedor de sus secretos ni de su confianza. Como entiende que su madre no quiere hablar del tema, se va de nuevo al parque, pero vigilando a su madre desde allí. En cuanto Quique se aleja, Lorena se vuelve a tapar la cara para que su hijo no vea las lágrimas que vuelven a brotar. No quiere que su hijo crea que es débil, cree que ella tiene que ser fuerte porque se siente como el velero en el que va subido su hijo. Pero el niño vuelve a acercarse sin que ella lo vea y le da una verdadera lección:
–Mami, no me mientas, estás llorando. No pasa nada por llorar, yo también lloro muchas veces. Mi profe dice que así lavamos nuestro corazón.
Quique abraza a su madre, que, derretida, se promete contarle, cuando esté más tranquila, el motivo de su llanto y dejarse de mentirijillas, porque más que una madre por encima del bien y del mal Quique necesita unos padres que le enseñen a ser humano, sensible y consciente de sus emociones.
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