Frases prohibidas: “Me estáis amargando la vida”
Es una especie de segunda parte de la frase “Con lo que yo me sacrifico por vosotros”, de la que ya hemos hablado. En Gestionando Hijos pensamos que la ilusión debe ser el motor de la educación que brindemos a nuestros hijos, incluso la ilusión por encontrar solución a una situación problemática. Ya nos dijo Carles Capdevila que ” de los encuentros de Gestionando Hijos la gente está “divirtiéndose y saliendo con los ojos brillantes y con ideas porque cuando te dan ideas tienes ganas de aplicarlas. Incluso cuando te dan una idea tienes ganas de tener un marrón en casa para aplicarla. Fíjate lo maravilloso que puede ser llegar a casa esperando tener un problema porque te han dado una solución”. Pues bien, esta frase no transmite ilusión ni ganas de solucionar conflictos, sino amargura, resignación y un profundo desencuentro con nuestros hijos. ¿Podemos expresar nuestro disgusto con nuestros hijos de una manera más positiva? Lo vemos con la historia de Marta.
¡Menuda tardecita está pasando Marta con sus hijas, Lola, de 11 años, y Delia, de 8 años! Se están peleando todo el rato, le llaman todo el rato para cualquier cosa mientras ella está trabajando porque tiene que entregar un informe urgentemente, no quieren la merienda que Marta ha pensado, no quieren ir a la ducha, no quieren ordenar la habitación después de haberla dejado hecha un desastre, no quieren guardar silencio en el salón… Marta no puede estar todo el rato peleando o convenciéndolas porque tiene que terminar el trabajo y esperaba que sus hijas pudieran realizar todas las rutinas por sí mismas, con autonomía, sin que ella tuviera que estar todo el rato encima. Pero eso no está ocurriendo y Marta se va enfadando cada vez más, llenándose de pensamientos negativos (de esos que te hacen perder la paciencia, como nos dijo Cristina García, de Edúkame, en su taller): “se están portando mal adrede, me quieren fastidiar…”. En estas, llega a casa la madre de Marta, porque su hija le había pedido si podía hacer la cena. Lidia trata a sus nietas con mucho cariño, ve que tienen todo por hacer y les pregunta qué ha pasado, por qué no se han duchado ni recogido, que ya es muy tarde. Ante esto, Marta no puede reprimirse y le dice:
-Porque quieren fastidiarme. ¡Me están amargando la vida!
Las niñas siguen haciendo de las suyas, ignorando, tal vez, la frase de su madre (pero en el fondo cumpliendo el papel que su madre les ha asignado) y Lidia se las lleva a otra habitación para hablar con ellas tranquilamente. Con dulzura y confiando en que sus nietas colaborarán si les llega el mensaje de lo que se les pide y la idea de que creen en ellas, Lidia les explica que mamá está muy nerviosa por el trabajo, que hay que hacer las cosas rápido y que ella sabe que pueden hacerlo. Les pregunta cómo quieren organizarse, qué quieren cenar y qué ayuda necesitan de ella. Las niñas escuchan a su abuela y trazan un plan con ella, que nunca sale como se había previsto, porque ellas siguen remoloneando, pero al menos se han sentido bien valoradas, escuchadas, tenidas en cuenta, con poder de decisión y han colaborado mejor.
Cuando las niñas ya están en la cama, Lidia se sienta con su hija y le dice:
-Cariño, sé que has tenido una muy mala tarde, pero esa frase no me ha gustado, ni a las niñas le ha ayudado. ¿Les has contado cómo te sientes tú, diciendo : “Mirad, chicas, hoy mamá tiene un agobio tremendo, estoy muy nerviosa, me enfada que no colaboréis”? ¿Les has contado qué ayuda necesitas de ellas y has debatido con ellas cómo organizaros?
-Oye, mamá, que no tengo tiempo para parar a hacer un debate. Además con ellas no funcionaría…
-¿Y sí tienes tiempo para pelearte? ¿No has perdido mucho tiempo enfadándote, diciendo esas frases que encima te dejan mal cuerpo? ¿Estás segura de que no funcionaría? ¿Lo has probado?
Y estas preguntas se quedan en el aire, porque Marta no sabe qué contestar. Pero su madre sí le ha regalado, como decía Carles, ilusión y ganas de resolver este tipo de marrones de un modo diferente. Eso un un buen regalo, ¿verdad?