Frases prohibidas: “Mi niño me come fatal”
Sin ánimo de apelar a la culpa o a la vergüenza, hablamos de una frase muy común entre padres y madres en la que subyacen dos ideas que tal vez no nos ayuden a educar con tranquilidad: la comida como un campo de batalla y de angustia y preocupación y, por otro, el tomarnos cualquier decisión de nuestros hijos (no comer, por ejemplo) como una afrenta personal. Muchos expertos, ante esta angustia y esta batalla por la comida, recomiendan hacer de la comida en familia un momento tranquilo y aseguran que nuestra labor ha de ser garantizar la calidad de los alimentos y dejar que nuestros hijos decidan sobre la cantidad que deseen ingerir.
Rocío lleva cinco años angustiada por el mismo tema desde que tuvo a su hijo Jorge: come mucho menos de lo que Rocío considera normal. Desde que empezó a comer purés, las comidas se han convertido en un verdadero tira y afloja, un juego de cucharas que se convierten en aviones, una ardua negociación para tomar “una cucharada más”, un homenaje a toda la familia, primos lejanos incluidos (“esta por la tía Rosi, esta por el primo Jesús”) y un camino lleno de obstáculos para llegar al premio: su postre favorito. Ha llegado un momento en que Rocío, Jorge y Juan. el papá, se angustian por la llegada de la hora de la comida y se ponen en guardia, cual guerreros ninja, a la defensiva. Como la cantidad que el niño come de puré, de verduras o de filete es mucho menor de lo que Rocío y Juan consideran normal, intentan complementar con cosas que saben que al niño le gustan “porque así al menos comerá algo”. Y así, porque coma algo, Jorge toma quizá más cantidad de alimentos superfluos que de alimentos básicos.
Desde siempre ha sido un niño muy delgado, aunque el cuerpo le está cambiando ahora. En la consulta de la pediatra, Rocío habla de los problemas que tiene la familia con la comida del niño:
–Es que mi niño me come fatal. Apenas prueba la verdura, tengo que estar insistiéndole o engañándolo, y claro, cuando acaba la comida, que se ha dejado más de la mitad del plato, pues le doy yogures y galletas y cosas que le gustan, porque así come algo.
La pediatra se da cuenta enseguida de la angustia que siente esta madre y le pregunta por la dieta diaria del niño, cada vez más limitada a las cinco cosas que le gustan. Y le advierte:
–Rocío, creo que lo principal es que no convirtáis la comida en un campo de batalla. Jorge ha de comer porque tiene hambre y la comida debería ser un momento agradable. Como le digo a todos los padres, tú ocúpate de la calidad de los alimentos, cuanto más frescos mejor, que de la cantidad ya se ocupan ellos. ¡Qué menos que decidir cuánto van a comer!
Rocío salió de la consulta de la pediatra con la sensación de ser mucho más ligera, sin duda porque le habían quitado un enorme peso de encima. Se propuso ocuparse de que la alimentación de la familia fuera lo más saludable posible y olvidarse de la cantidad de comida que su hijo se metía en la boca. Al llegar a casa puso en marcha el plan y, aunque hubo mucha resistencia por parte del niño, que no terminaba de creerse eso de comer tranquilos, sin chantajes, pero también ¡sin premios!, finalmente la familia convirtió la comida en un momento relajado, en el que hablar de muchas cosas más interesantes que el número de trozos de verdura, carne o pescado que los padres acertaban a meter en la boca del niño.
Si queréis saber más sobre lo que es una alimentación saludable para vuestros hijos, no os perdáis este post del blog Lucía mi pediatra, que estará con nosotros en Barcelona el 6 de mayo.