Las navidades ya están a la vuelta de la esquina y con ello las notas del primer trimestre de los niños y niñas. Es muy común escuchar mensajes como estos que lanzamos a los niños por sus notas: “¡Pero qué listo eres, has sacado un 10!”. Pero también conocemos otros mensajes negativos por los suspensos: ¡Estás castigado por suspender! ¡Vaya vago, que no ha aprobado!
Muchas de estas frases las vamos heredando de generación en generación y las seguimos perpetuando sin darnos cuenta. Pero hay que tener cuidado con ellas, porque estas frases o atribuciones, como las denomina el neuropsicólogo José Ramón Gamo, van a condicionar, por una parte, la forma de ser de nuestros hijos, su autoestima y, por otra parte, su capacidad de esfuerzo, mejora y resiliencia.
Efectos de estas atribuciones en los niños
El neuropsicólogo nos explicaba la función y el efecto en los niños y adolescentes de las frases como “¡Qué listo que ha sacado X nota!” en esta ponencia.
En ella explica que los niños que reciben estas atribuciones en las que se asocian los logros que consiguen a un rasgo de ellos (Logro: sacar un 10; Rasgo de ellos: ser listo; Atribución: eres listo porque has sacado un 10), cuando crecen no son capaces de enfrentarse a otros problemas porque no saben cómo hacerlo y han creído siempre en esa atribución que les han dicho. “Cuando le decís a los niños y atribuís sus éxitos o sus logros a lo listos que son, resulta que cuando estos niños llegan a la etapa adulta y se tienen que enfrentar a un problema que puede ser complejo y que anticipan mentalmente la posibilidad de fracaso, la tendencia de los niños que han sido alimentados su ego desde lo listos que son, es a no afrontar el problema”, cuenta Gamo.
Por una parte, Gamo explica que los niños se acaban “creyendo estas etiquetas y hacen de ellas su papel y su rol”, es decir, que acaban actuando según la atribución que les digamos. Si les decimos que son listos por sacar buenas notas, se creerán esa etiqueta y actuarán en base a ella, pero esto no implica que se vayan a esforzar más, ya que cuando tengan que enfrentarse a algo más complicado, confiarán en la etiqueta de “listo” y no se esforzarán. Por el contrario, si les atribuimos la etiqueta de tonto o vago por suspender, actuarán de tal forma, y tampoco se esforzarán porque ya van condicionados de que no son capaces de aprobar esa asignatura.
Por otra parte, cuando asociamos estas etiquetas de listo o inteligente por sacar buenas notas no les motivamos más para un futuro, sino que su nivel de esfuerzo y de resiliencia se reduce. “Si se ven obligados a afrontar el problema porque no les queda otra, en el momento en el que hay dificultades o fracasan, su nivel de resiliencia es mínimo. Es decir, abandonan les afecta a la autoestima, empiezan las depresiones”, añade Gamo. Estas atribuciones lo único que consiguen es que los niños estén condicionados por lo que nosotros les decimos, y no verdaderamente por su esfuerzo y el proceso para mejorar.
No valorar el resultado, sino el esfuerzo hecho
Entonces, ¿no podemos elogiar las notas de nuestros hijos? Las notas pueden variar debido a diferentes factores, circunstancias…, pero el esfuerzo no es cuestión de un día, sino que es una cuestión de un trabajo continuo. Por ello, debemos valorar y elogiar el esfuerzo que se hace, no el logro obtenido.
“No hace falta que digan a sus hijos: ¡qué bien, un 10! Ese es el resultado, no tiene mucho valor. El verdadero valor es aquello que me ayuda a conseguir ese resultado”, señala la psicóloga Patricia Ramírez. “No es el resultado en sí. Si tu hijo viene de casa con un sobresaliente, no digas: qué bien que has sacado un 9 o un 10. No, hazle la siguiente pregunta: ¿recuerdas lo que hiciste para sacar el sobresaliente? Te dirá pues me esforcé, dejé la Tablet.. Y eso es lo que tenemos que reforzar, los valores. Porque no siempre los resultados van a depender de nosotros, pero sí los valores y las actitudes que utilizamos para conseguirlo”, añade Ramírez.
La psicóloga Carol Dweck realizó un estudio que demuestra los beneficios de elogiar el esfuerzo y no la inteligencia o lo listos que son los niños. En la investigación que realizó, se repartieron a 400 niños un test de inteligencia. Al finalizar, a la mitad se les felicitaba por lo inteligentes que eran y a la otra mitad se les felicitaba por el esfuerzo que habían hecho. En el siguiente test, se les dio varias opciones a ambos grupos: uno más fácil y otro más complicado. En el grupo en el que habían elogiado su inteligencia, el 67% escogió la opción más fácil, y en el grupo que se había elogiado el esfuerzo, el 92% escogió el test más complicado.
Carol Dweck explica que esta elección que realizaron los niños se debe a que el grupo al que se le había elogiado por su inteligencia no quieren decepcionar y juegan sobre seguro, mientras que el grupo al que se le valoró el esfuerzo, escogió el complicado porque saben que pueden mejorar y se esfuerzan más. En el test final, el grupo al que se había elogiado por el esfuerzo sacó mucho mejores resultados que el grupo de los niños valorados por ser listos, que lo hizo peor y se rindió antes.
Este experimento demuestra la tesis de lo beneficioso que es la alabanza al esfuerzo y no tanto la alabanza por sacar buenas notas. “Cuando hacemos las atribuciones relativas a los logros de los chavales en función del esfuerzo y el compromiso, los resultados que tenemos son adultos que cuando tienen que anticipar la probabilidad o posibilidad de fracaso, la tendencia es a no achicarse, y si empiezan a fracasar son tremendamente resilientes”, complementa Gamo.
Si alabamos el esfuerzo, nuestros hijos siempre van a querer esforzarse, y a más esfuerzo, más posibilidades de aprobar, por ejemplo, una asignatura. En cambio, alabar el resultado puede provocar que no lo intenten por miedo a decepcionarnos o por miedo a suspender. Por eso, ahora que llegan las notas de los niños, valoremos su esfuerzo y no sus resultados.