Frases prohibidas: “¡Qué pesado eres!”

Frases prohibidas: “¡Qué pesado eres!”

Hemos hablado en muchas ocasiones de la necesidad de no etiquetar a nuestros hijos lanzando una frase lapidaria a nuestros hijos empezando por “Eres…”. Y aunque es cierto que nuestros hijos son muy demandantes, que muchas veces no nos dan un respiro y que nos gastan el nombre que solo ellos usan, quizá haya formas más positivas de decirles que en ese momento no podemos atenderles que recurriendo al socorrido desahogo de etiquetarlos como “pesados”.

Óscar, de 7 años, lleva bastante tiempo escuchando que es un pesado. Sus padres, Elisa y Javier, están bastante cansados de que les llame todo el rato para todo, de que no pare de hablar, de que interrumpa conversaciones con sus constantes reclamos o de que no les deje trabajar en casa. Y claro, el recurso siempre es: “¡Ay, Óscar, qué pesado eres!”, o un “qué pesado”, musitado en compañía de muchos suspiros. El llamar a Óscar pesado no ha conseguido que deje de reclamar e interrumpir constantemente, que es lo que sus padres querrían, y quizá sí ha hecho que en entornos en los que Óscar no tiene tanta confianza no se exprese con tanta soltura por miedo a ser rechazado, porque, claro, es un pesado (si lo dicen sus padres es verdad, ¿no?).

Un día, en un parque, estando con otros padres y su hija Silvia, Óscar vuelve a interrumpir otra vez una animada conversación:

-Papá, ¿dónde está mi muñeco? Es que se lo quiero enseñar a Silvia.

-Ay, Óscar, -le dice Javier bastante molesto, mientras busca el muñeco en cuestión y se lo entrega-, siempre estás interrumpiendo, ¡qué pesado!

Un rato después, Silvia, también de siete años, se acerca a sus padres e, interrumpiendo la conversación, les dice:

-Mamá, ¡dame mi juego de cartas! Queremos jugar a las cartas Óscar y yo.

La madre se pone a la altura de los ojos de su hija y le dice:

-Silvia, estoy hablando con los padres de Óscar y no me gusta que me interrumpan. Las cartas están en la mochila. Tienes dos opciones: o las buscas o te esperas un ratito.

La niña se pone a buscar en la mochila, exclama un “¡Ya las tengo!” y se va a jugar con su amigo.

Como de todo se aprende (y ya nos decía Carles Capdevila que de quienes más ha aprendido es de otros padres), Elisa y Javier se dan cuenta de que, ante el mismo “problema”, la madre de Silvia ha actuado de una manera muy diferente: no ha juzgado, se ha puesto a su altura, le ha expresado con claridad cómo le hacen sentir las interrupciones, le ha dado opciones y ha sido coherente: no ha interrumpido la conversación para buscar las cartas. Y, mirándose a los ojos, deciden probar esta estrategia en vez de etiquetar a su hijo y bufar mientras hacen justamente lo que reclama.


Imagen de portada: Jason Rosewell/Unsplash

 

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