A todos nos gusta sentirnos escuchados y que nos miren cuando estamos hablando. A nuestros hijos, claro, también. Pero muchas veces las prisas, las otras cosas que tenemos que hacer o el alto nivel de demanda de nuestros hijos hacen que olvidemos que cuando nos cuentan algo necesitan no sólo que les escuchemos, también que lo parezca. Mirarlos a la cara, ponerse a la altura de sus ojos o incluso repetir algunas palabras para demostrar que estamos siguiendo el hilo son algunas de las formas de demostrar que estamos escuchando de verdad. Y ser asertivos si en ese momento no podemos atenderles en lugar de atenderlos solo a medias podrá evitarnos algunos problemas.
Olga, de diez años, quiere contarle a su madre algo muy importante para ella sobre su empeño de entrenar a Lila, su perra. Pero en ese momento la madre de Olga, Sofía, está revisando un informe del trabajo para terminar de enviarlo. Aun así, Sofía, que se siente un poco culpable porque está prestando poca atención a su hija con el lío del trabajo, le dice que se lo cuente.
-Mami, tengo que contarte algo muy importante.
-Vaya, Olga, cuéntame-le dice la madre levantando un segundo la mirada de la pantalla del ordenador.
-Pues que he conseguido que Lila se siente y me dé la patita. Mamá, ¿me estás escuchando?
-Claro, cariño, ¡qué bien!, ¿no? – le dice Sofía sin dejar de mirar la pantalla. Ha visto que casi al final del informe había un error muy gordo y no quiere alargar la conversación, pronto podrá hacerle todo el caso a la niña.
A Olga esa respuesta no le satisface nada. Está muy emocionada con su logro y le gustaría ver por parte de su madre un poco más de interés. Así que enfadada, se da la vuelta y le dice, con toda la carga de ironía que puede con sus 10 años:
-Sí, sí, muy bien. ¡Muchas gracias por escucharme con tanta atención e interés!
Sofía se siente un poco mal, pero debe terminar el informe. Sabe que se ha equivocado pero confía en que tendrá la oportunidad de rectificar. Así que cuando le da al botón de guardar el documento va a la habitación de la niña y se la encuentra abrazada a la perrita sentada en el suelo. Sofía se sienta también en el suelo, a su altura, y le toca el hombro con suavidad.
-Olga, lo siento. Estaba acabando el informe y tenía que enviarlo ya. Te he escuchado pero no tenía tiempo para alargar la conversación.
-¿Y por qué no me dijiste que hablaríamos más tarde? Yo soy capaz de entender eso… -le dice la niña.
-Pues es buena idea. Eso haré la próxima vez. – Y mirándola a los ojos le pregunta-: ¿Me quieres contar ahora cómo has conseguido que Lila se siente y te dé la patita?
Al principio la niña se teme que se repita la historia del desinterés de su madre, de modo que empieza a contarlo con poca fe, sin mucha emoción y sin mucho detalle. No quiere extenderse en la historia si no hay interés.
-Pues me he puesto de pie a su lado y le he extendido el brazo y le he dicho “¡sienta!”. ¡Y me ha hecho caso!
-¡Anda! ¿Me puedes enseñar qué gesto has hecho? ¿Cómo pones el brazo? – dice la madre, entusiasmada e invitando a su hija a levantarse para representar la escena otra vez.
La niña ya tiene la prueba de que su madre de verdad tiene interés por la historia. Y se la cuenta con todo lujo de detalles y muy contenta de sentirse escuchada.
En el libro Cómo hablar para que los niños escuchen y cómo escuchar para que los niños hablen, Adele Faber y Elaine Mazlish nos dan algunas ideas clave para escuchar con atención plena (mirando a los ojos, sin interrumpir, sin sermonear y sin juzgar). De este libro está sacada esta ilustración que refleja muy bien cómo podemos mostrar que escuchamos activamente simplemente mirando a los ojos.
Imagen de portada: London Scout /Unsplash