Muchas veces, padres y madres pensamos, siquiera de manera inconsciente, que debemos solucionar los problemas de nuestros hijos, porque nosotros sabemos más que ellos, tenemos más experiencia que ellos y seguro que nuestras ideas son más brillantes que las suyas. Partimos, como nos contaba Heike Freire en un brillante taller, de una visión de la infancia (palabra que viene del latín y que significa “el que no tiene voz”) como la persona que no sabe, en contraposición al adulto (el que ya está nutrido). Pero esta frase y esta actitud no los prepara para la vida.
Cuando Elena, de doce años, sale del cole, su cara triste le llega hasta el suelo y va arrastrando los pies en verdadera señal de derrota. Sus padres, que la recogen juntos, se dan cuenta enseguida: Elena, claramente, ha tenido un muy muy mal día. Su madre, Lola, le da un beso y un abrazo y le pregunta, preocupada, qué le ha pasado. Elena le dice que se lo contará en casa, porque ahora no le apetece hacerlo. Así que se van a casa y Saúl, su padre, vuelve a preguntarle a Elena qué ha pasado para que esté tan triste mientras Elena merienda y Lola escucha. Elena le empieza a contar que su mejor amiga, Amanda, ha discutido con ella porque en un trabajo conjunto han sacado muy poca nota y Amanda cree que la culpa es de Elena, que no se ha esforzado lo suficiente. Muy triste, Elena le cuenta a su padre que Amanda le ha dicho que ya no volverá a hacer trabajos conjuntos con ella y que no quiere ser su amiga porque le ha bajado la nota.
-Y papá, yo me esforcé, me parece injusto lo que dice. Fue ella la que quiso copiar párrafos enteros de Internet y la profe nos ha echado la bronca.
Lola ve el problema absurdo y muy muy fácil de resolver:
-Elena, lo que tienes que hacer es pasar de Amanda y buscarte amigas nuevas. Está claro que Amanda no es una buena amiga si piensa así.
Elena, a la que lo que más pena le da de esta discusión es perder la amistad de Amanda, de la que es inseparable desde que entraron en el cole, hace nueve años, cree que su madre no la ha entendido y además las palabras de Lola le hacen sentirse un poco tonta, porque no lo ve tan sencillo. Su padre, que advierte la mirada atónita de su hija, aborda el tema de otra manera:
–Ya veo que lo que te pone triste es que Amanda te haya dicho que ya no seréis amigas. ¡Si sois uña y carne desde siempre! Seguro que se te ocurren ideas para hablar con Amanda y tratar de resolver este conflicto. ¿Quieres que las pensemos juntos?
La expresión de Elena cambia al instante. Se siente escuchada, entendida, deja de ver esta discusión como un drama inevitable y empieza a verlo como un conflicto que se puede resolver y se siente reconocida como capaz de manejarlo, tomar las riendas de su vida y solucionar el conflicto. Junto con sus padres, elabora toda una serie de ideas para resolver el conflicto con Amanda: hablar con ella de cómo se ha sentido e interesarse por los sentimientos de Amanda, expresar de manera asertiva su opinión sobre la mala nota e indicar a su amiga todo lo que cree que se perderán si dejan de ser amigas. Elena se ha dado cuenta de que no es una sin voz, que su voz es importante y apreciada. Y que ella puede tener ideas brillantes para superar los retos que la vida le pondrá por delante.
Imagen: Worried Girl. Ryan McGuire/Pixabay
