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Frases prohibidas: “¡Venga, venga, date prisa!”

Muchas madres y muchos padres lamentamos no tener tiempo en el día para nosotros, pero, ¿lo tienen nuestros hijos? Tratemos de poner menos prisa y más magia y calma en nuestros días.

Volvemos con las frases prohibidas para tratar un problema quizá social: las prisas con las que vivimos, con las que llevamos el día a día, que quizá no nos dejen disfrutar de las pequeñas cosas y generen estrés en unos niños que, como nos dijo Lucía Galán (Lucía, mi pediatra) en su taller, “no necesitan llegar a tiempo”, ya que sus necesidades difieren de las nuestras porque su cerebro está dominado por emociones e impulsos y por el presente, porque ellos bien saben que presente significa regalo.

Marta llega corriendo del trabajo a recoger al colegio a sus dos hijos: Silvia, de 6 años y Raúl, de 10. Cuando salen del colegio, Silvia y Raúl dan un beso a su madre, le dejan las mochilas, responden a sus preguntas sobre cómo ha ido el día y se van a corretear con sus amigos por el patio del colegio. Marta les recuerda: “Nos tenemos que ir pronto, que tenemos música”, pero los niños ni la escuchan porque están muy entretenidos con sus amigos. Pasan cinco minutos y Marta ya se visualiza llegando tarde, así que se dirige adonde están sus hijos y les dice: “¡Venga, chicos, daos prisa o llegaremos tarde! Despedid a vuestros amigos y nos vamos”. Los niños ya se enfurruñan, les gustaría jugar un poquito más. Marta empieza a andar rápido mientras sus hijos siguen jugando detrás de ella muy entretenidos y avanzando más despacio. “¡Venga, chicos!”, resopla Marta mientras piensa: “Con lo rápido que corren cuando quieren, ¿por qué están andando así de despacio? ¡Con lo que saben que me molesta! ¡Otro día que llegamos tarde!”. Cuando llegan al coche, los niños no se sientan tranquilos a atarse, sino que planean un nuevo juego que consiste en saltar de un sillón a otro del coche. “¡Chicos, parad, sentaos y poneos los cinturones! Venga, que es muy tarde”.  Al final, Marta debe coger a Silvia y atarla ella porque la niña no quiere hacerlo, quiere seguir jugando. Marta vigila que Raúl lleve puesto el cinturón y ya arrancan hacia música, aunque de pronto se dan cuenta de que con las prisas las mochilas de los niños se han quedado en la acera, no se han dado cuenta de meterlas en el coche. Así que dan media vuelta, Marta coge las mochilas y las mete a toda prisa y se encuentra a los niños “volviendo a las andadas”, desatados y saltando por el coche. Marta no reprime sus nervios: “¿Otra vez? Que os sentéis y os pongáis los cinturones. ¡No sé cómo no me da un infarto, es que no me ayudáis nada!”. Finalmente los niños se sientan y llegan a música Marta con la lengua fuera, Raúl y Silvia sin parar de jugar (o “liarla”, como diría su madre) y solo cinco minutos tarde.

Cuando salgan, otra vez habrá prisas porque Raúl tiene un examen mañana y debe estudiar. Al finalizar el día, Marta le contará al papá de las criaturas, David, que han llegado tarde a todos los sitios, que sus hijos no le han ayudado y que están muy desobedientes haciendo lo que les da la gana. Y así será casi un día tras otro, porque el horario semanal de los niños es un como un puzzle mal encajado de cinco extraescolares, deberes y estudios. Marta reconoce que le agobia no tener ni un minuto para ella, tal como hablamos en el taller de María Jesús Álava Reyes. Pero podríamos llegar a pensar que sus hijos pueden opinar lo mismo…

Qué pasaría si te lo dijeran a ti

Imagina que vas andando por el campo y te has quedado maravillado por una flor extraña que te ha enamorado y la quieres examinar de cerca. A lo lejos, las personas con las que has venido te gritan: “¡Venga, que tenemos que llegar pronto al final del camino, que no llegaremos!”. Y tú mientras piensas que si no puedes disfrutar del paseo a tu ritmo, maravillándote del paisaje y sin agobios, ¿para qué has venido? Así que decides seguir contemplando el paisaje con placer, relajado y sin prisas. Las personas con las que has venido se pondrán más nerviosas porque no van a llegar a su destino y caminan rápido sin percatarse muy bien de la maravilla del paisaje. ¿A que te parece un poco absurdo visto así? Pues quizá es eso lo que piensen nuestros hijos de nuestras prisas. ¿Cuántas veces habrás oído “Qué pesado es mi hijo de tres años, vamos andando y se entretiene mirando una hormiga, cuando yo quiero llegar pronto al parque”?

Es normal que, en el mundo en el que vivimos, tengamos prisa, pero, como hablamos mucho en nuestro tercer encuentro, quizá no es necesario tener tantas extraescolares. No nos olvidemos de poner sonrisas, magia y calma cada día en nuestras vidas. Tiene mucha razón Fernando Botella cuando dice que “un día sin risa es un día perdido”.

 

 

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