Los que tenemos el privilegio de ser madres y padres, además de otras muchos roles y tareas las cuales tenemos que conciliar con esa gran misión, hemos podido comprobar el beneficio que nos aporta poder disponer de un espacio de aprendizaje como el de “Gestionando hijos”.
Quiero transmitir mi agradecimiento a todo lo aportado por este gran proyecto y a sus creadores y colaboradores, por ello aporto mi granito de arena desde mi visión y experiencia como madre y profesional comprometida con la educación emocional de las familias e implicados con la educación de nuestra infancia.
Posiblemente, tras vivir situaciones con nuestros hijos e hijas de desbordamiento, pérdida de la calma, paciencia, estallidos de enfado, tristeza, incluso agresividad… hemos experimentado la necesidad de pararnos para saber gestionar: gestionar tiempos, tareas, recursos, espacios, actividades… Para ello es fundamental aprender a gestionar nuestras emociones, competencia que no nos han enseñado en ninguna de nuestras escuelas, a pesar de ser una de las habilidades más necesarias para la vida y, en especial, para educar y acompañar a nuestras hijas e hijos.
En el tiempo que llevemos siendo padres o docentes hemos sentido la importancia de saber anticiparse, escuchar, dialogar, prevenir, afrontar, sostener, mantener, superar, acompañar, negociar, tratar y todos los verbos que podamos encontrar relacionados con entenderse con otros. La familia es el principal espacio donde aprendemos (o tendríamos que aprender) todas estas habilidades que tan importantes y necesarias son para nuestra vida. La escuela es otro gran lugar donde afianzar y equilibrar las posibles carencias familiares que tenemos en nuestras casas.
Educación emocional: la asignatura pendiente
Aprender estas funciones es muy complejo ya que cada uno de nosotros somos únicos, con nuestras emociones, personalidades, inquietudes, preocupaciones, historias vitales y hemos de llevarlas a cabo “emocionados” y relacionándonos, con el enfado, la tristeza, la ira, el miedo, el asco… a cuestas o liderando con equilibrio y facilitando la misión, con alegría, seguridad, calma, admiración… según lo gestionemos.
Los que somos padres, madres y/o profesionales de la educación hemos podido sentir la presión en ocasiones y el absoluto descontrol en otras, de nuestras emociones, más de las que nos gustaría, sabemos lo nefasto de reaccionar, estallar, responder de forma impulsiva dejándonos llevar inconscientemente por nuestras emociones más primarias.
La montaña rusa emocional al estrenarse y afianzarse en el papel (rol) de madres y padres nos demuestra la imperiosa necesidad de saber mantener la calma, la paciencia, la seguridad y la confianza para lograr el equilibrio fundamental en la difícil tarea de educar.
Calma cuando no podemos dormir, cuando lloran y no sabemos el motivo ni cómo ayudarles, cuando ocurren cosas nuevas que no entendemos y no sabemos cómo enfocar paciencia para afrontar sus insistentes peticiones, nuestras dudas, su inquietud, intensidad, confianza para acompañarlos en la gran labor de hacerse personas para que aporten lo mejor que son y tienen a este mundo tan complejo.
Paso 1: cómo identificar las emociones
Para ello hemos de comenzar conociendo las emociones y reconociendo estas en nuestras actitudes, puede ayudarnos hacernos algunas preguntas y prestar atención a mis reacciones durante un periodo de tiempo mínimo (una semana para empezar):
- ¿Conozco las múltiples formas que tengo de emocionarme?
- ¿Qué hago con esas emociones? ¿Cuáles son las emociones desde las que me relaciono con mis hijos?
- ¿Cuáles son los motivos y situaciones que me hacer reaccionar, perder la calma?
- ¿Cuál es la emoción más presente en mi familia?
- ¿Conozco las emociones más presentes en las vidas de mis hijos e hijas?
- ¿Qué tal se relacionan mis propias emociones y las de mis hijos entre ellas?
Al interactuar con nuestros hijos es fundamental tener en cuenta nuestro estado emocional y cuáles son los factores que le afectan. Todas las emociones son útiles, si sabemos reconocerlas y tenerlas en cuenta, nos pueden aportar información esencial. Lo valioso, positivo o negativo es que hago yo con esa emoción, con lo que demuestra la gran importancia de nuestra responsabilidad personal en nuestra actitud emocional y mi protagonismo en ser referente para nuestros hijos e hijas.
Nuestras emociones nos posicionan en una u otra actitud, el enfado anima a la defensa y/o el ataque, la tristeza la pasividad, la alegría a la actividad, el miedo puede hacer que huyamos, el asco al rechazo. Tener esto en cuenta es fundamental para saber anticiparnos y ubicarnos ante otras personas, en especial si son menores.
Paso 2: cómo regular las emociones
Una vez tomamos conciencia de nuestras emociones, podemos aprender a regularlas con habilidades personales y pensamientos, lo que facilitará nuestras relaciones, fundamental en el acompañamiento a nuestros hijos.
- ¿Cuáles son mis pensamientos previos, mientras y posteriores a cada una de mis emociones? ¿Estos pensamientos facilitan o dificultan el afrontamiento de la situación?
- ¿Soy capaz de regular mis emociones? ¿Tengo la habilidad de calmarme a mí mismo?
- ¿Cuáles son las actividades que me relajan, me ayudan a bajar el nivel de activación, ansiedad?
Las emociones son contagiosas, por lo que una competencia fundamental es aprender y saber calmarnos a nosotros mismos. Aprender a tomar distancia emocional de las circunstancias que nos desbordan, tomar perspectiva para no reaccionar y tomarnos el tiempo necesario para pensar cuál quiero que sea mi actitud.
La mayor parte de las dificultades que tenemos los padres se deben a no ser capaces de mantener la calma ante los desafíos que nuestros hijos nos plantean y a esto se aprende con desarrollo de nuestra competencia emocional.
Tomar conciencia, atender mis competencias emocionales y plantearme como objetivo aprender y mejorar en su equilibrio es fundamental para conseguir mejor clima relacional en la familia, ya que gestionar hijos, es también gestionar emociones.
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