Hijos educados por máquinas

El título de este artículo pudiera parecer el de un ensayo distópico. Pero no lo es. Se trata de una realidad que crece y nos acompaña. Los niños y jóvenes hablan cada vez más tiempo con las máquinas y, es probable, que muchos de ellos acaben – principalmente- educados por ellas.

Videojuegos, robots, la inteligencia artificial presente en todas nuestras interacciones digitales configuran una relación sin humanidad (las máquinas no son personas por mucho que puedan llegar a parecérsenos) y que, en cambio, son capaces de sustituir las ausencias conversativas de los padres con sus hijos. Las máquinas no son humanas, pero son inteligentes: son capaces de ofrecer un diálogo mucho más cómodo y exento de las sorpresas características de las relaciones entre seres humanos.

Máquinas que siempre contestan porque nunca se apagan, que responden con una voz meliflua ofreciendo el cariño que otros humanos no proporcionan, especializadas en cubrir lagunas emocionales, preparadas para mantener una conversación aparentemente empática, aunque esta sea una cualidad inherente al ser humano, imposible de ser desarrollada por una máquina.

Nuestros hijos pueden acabar recibiendo sus más importantes mensajes de valores de unos videojuegos, resolver sus dudas al respecto de sus relaciones sentimentales o sexuales de una aplicación o manteniendo las conversaciones más profundas con un robot que “ha aprendido” a escucharle.

“Ahora debemos preguntarnos si de verdad nos volvemos más humanos si abandonamos las tareas más humanas. Es el momento para reconsiderar esa delegación de funciones. No es el momento de rechazar la tecnología, sino de encontrarnos a nosotros mismos” escribe Sherry Turkle psicóloga, socióloga, profesora del MIT y autora de “En defensa de la conversación”.

El minucioso y profundo trabajo de esta autora nos invita a reflexionar sobre la importancia de la conversación que adquiere un significado y valor especial cuando se desarrolla con nuestros hijos. La conversación es el principal instrumento educativo y como tal deberíamos cuidarlo, mimarlo y mejorarlo.

La competencia que acecha a nuestra labor educativa es dura. Compiten con nosotros máquinas potentes, creadas por seres humanos con ingentes recursos económicos, con sacos de buena información sobre qué es lo que le gusta y que no a un niño o a un adolescente.

Es el momento de demostrar que sabemos ser más humanos que nunca, que estamos preparados para dedicarle tiempo, cariño e inteligencia a nuestros hijos. Es el momento para mantener conversaciones largas, sin interrupciones, con gran capacidad de escucha y verdadera empatía.

Necesitamos hacer una revisión a nuestros actos y saber si preferimos estar al tanto de la última actualización del correo electrónico, del Whatsapp o, en cambio, preferimos estar atentos a la última ilusión o novedad de nuestra hija o hijo. Posiblemente, la primera hará feliz a nuestros jefes y satisfará nuestro impulso y necesidad irreal de “quedar bien en el curro”. La segunda dará más sentido a la que es, probablemente, la más importante decisión de nuestras vidas.

Tenemos una responsabilidad colectiva que como todas las responsabilidades colectivas solo se alcanzan a través de la suma del cumplimiento de muchísimas responsabilidades individuales. Tal como dijo Eduardo Sáenz de Cabezón en el evento Educar es todo somos la última generación que nació sin Internet y “nuestra generación tenemos la responsabilidad de trabajar juntos por un mundo mejor”. El matemático y profesor riojano nos invita a preguntarnos “¿Estamos perdiendo el contacto con la realidad?” y él mismo apunta la respuesta: “No sé si sí o si no. Desde luego quien tiene el mejor criterio para resolverlo es nuestra generación. Así que cumplamos con esa misión, que es muy importante”.

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Leo Farache

Nacido en Madrid, de la añada del 63. Su vida profesional ha estado ligada al mundo de la comunicación, gestión, marketing. Ha dirigido algunas empresas y escrito tres libros (“Los diez pecados capitales del jefe”, “Gestionando adolescentes”, “El arte de comunicar”). Ha ejercido de profesor – “una profesión que nos tenemos que tomar todos más en serio” – en la Universidad Carlos III, UAM y ESAN (Lima) en otras instituciones educativas. Es padre de tres hijos y ha encontrado en la educación su elemento. Fundó en 2014 la empresa Educar es todo desde donde opera esta iniciativa cuyo objetivo es ofrecer ideas e inspiración educativa a madres y padres que quieren saber más para educar mejor.

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