Imaginemos que vemos la habitación de nuestro hijo hecha un desastre. Y queremos inculcar en él la importancia del orden, por varias razones: porque ser organizado es una habilidad y un hábito que consideramos muy positivo en la vida y que, además le ayudará a encontrar mejor sus cosas (y un cuarto ordenado es más bonito J). Ante una escena así, ¿es el castigo un buen compañero? O más en concreto: Si castigamos, presas de la ira, a nuestro hijo por su cuarto desordenado, ¿aprenderá a ordenarlo gracias a ese castigo? Hay otra pregunta más que hacerse sobre los castigos: ¿nos ayudan no solo a guiar a nuestros hijos, sino también a conectar con ellos?
Maite Vallet, pedagoga y fundadora del Colegio María Montessori de Madrid, afirma con rotundidad en su vídeo “Castigos o consecuencias”, que puedes ver completo en la plataforma Gestionando hijos que los castigos “están en función del estado de ánimo del que castiga y no están establecidos”. Es decir, si yo estoy de mal humor, podré castigar a mi hijo dos meses sin salir y si estoy de buen humor quizá ni le castigue. Pero es que además, señala Maite Vallet, los castigos se centran en el error y suponen “agredir y etiquetar”.
Por eso Maite nos propone “cambiar el castigo por que vivan las consecuencias de su manera de actuar” y nos recuerda que las consecuencias están establecidas, nuestro hijo sabe a qué atenerse. Las consecuencias son una ayuda para conseguir algo que le cuesta y se basan en la comprensión. No es un mero cambio semántico, es un importante cambio educativo. “Los castigos resaltan el error y las consecuencias ayudan a rectificarlo”, nos dice Maite. Puedes ver este capítulo de Inquietudes educativas con una parte del vídeo de Maite Vallet
Te proponemos estas claves en torno al castigo:
1.- Premisa: seguramente todos estemos de acuerdo en que nuestro objetivo como educadores es guiar bien a nuestros hijos, hacer de ellos personas autónomas, responsables, respetuosas, amables…
2- Cambiar los castigos por consecuencias supone dejar que nuestros hijos vivan las consecuencias naturales de sus actos (si dejan la habitación desordenada no encontrarán los juguetes) o las consecuencias que habremos establecido antes, en calma: Si tu habitación no está ordenada no podrás ver la tele.
3.- Cambiar el castigo por la consecuencia es un cambio de actitud de los educadores: no queremos que el que está aprendiendo ‘pague’ por haberse equivocado, sino que queremos animarle a aprender, de manera autónoma y calmada..
4.- Nuestros hijos están aprendiendo y explorando y es normal que cometan errores. Pero centrarnos en los errores y etiquetarlos por ellos no va a ayudar a que dejen de cometerlos. 5.- Si queremos de verdad que nuestros hijos sean responsables, es mejor que no los rescatemos de las consecuencias de sus actos y mantengamos la calma. Si nuestro hijo ha perdido su juguete favorito porque no lo guardó bien, es mejor mostrar comprensión y empatía por la pérdida sin ir corriendo a comprarle otro, sin ‘regalarle’ un precioso sermón que comience por “ya te lo dije” o sin dejarse llevar por la ira.
Si quieres saber cómo educar a tu hijo a través de las consecuencias y no del castigo, sigue los consejos que nos da Maite Villet en la versión completa del vídeo que encontrarás en www.gestionandohijos.com/plataforma.
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