¿Os acordáis del detective Colombo? ¿Aquel desaliñado detective que parecía despistado y se rascaba la cabeza haciendo múltiples preguntas a todos los sospechosos como si tal cosa, aparentando verdaderas dificultades para comprender…? No adoptaba una postura amenazadora llena de juicios o prejuicios. Todo lo contrario, preguntaba con verdadera curiosidad y sin apego a su historia preconcebida. Señalaba sin juicio contradicciones en los relatos de los testigos y hacía que le explicaran lo que resultaba obvio, obteniendo información crucial para la resolución de los casos.
Pues bien, esta estrategia de interrogatorio puede convertirse en un truco sencillo para obtener información efectiva cuando los pequeños se enzarzan en una batalla campal. Una vez más calmados, probablemente, uno de ellos nos dirá que el otro le ha pegado sin motivo alguno. Nosotros podemos preguntar: ¿Quieres decir que estabas tan tranquilo y sencillamente vino y te pegó? Vaya, que extraño (aquí hemos de poner nuestras dotes teatrales en práctica). ¿Dónde estabas? Enséñamelo. Ah! Bien…y de ¿Dónde vino él? ¿De ahí? ¿O de allá? ¿Le dijiste algo antes de que te pegara?… Con preguntas semejantes, sin juicios y con curiosidad, sin desafiar directamente las afirmaciones de tu hijo (“mentira, seguro que antes le has quitado algo, ¡lo sabré yo!”) irán saliendo a flote posibles contradicciones y poco a poco la verdad va aflorando. Con este especie de rodeo y suave insistencia la verdad suele salir porque el niño siente que decirla es seguro. Además, la naturaleza opositora de los niños también les lleva a querer demostrar a papá o mamá “que parece tonto de remate” lo que realmente “no sabe”. Y, al fin y al cabo saber lo que ha sucedido es lo que nos importa para conocerlos, saber lo que les pasa y orientarlos hacia una conducta más apropiada y, así, prevenir conflictos más adelante.