Hace unos meses -que a veces parecen décadas y otras tan solo unos minutos, ¿no creéis?- nos cuestionábamos si el confinamiento, las pérdidas, la pandemia en general y todas sus consecuencias… nos iban a hacer mejores personas, si todo esto iba a afectarnos de forma colectiva y tener efectos beneficiosos en aspectos que parecía que habíamos ido relegando a un segundo plano (la solidaridad entre desconocidos, la unión social, la responsabilidad individual por el bien común…).
En este artículo que publicamos al inicio del confinamiento (Cuando el «nosotros» volvió a ser más importante que el «yo»: educar para no repetir la historia) y que os invitamos a leer y reflexionar, apuntábamos lo importante que era que todas las lecciones que nos estaba dando la pandemia no quedaran en el olvido, “que todas las mejoras y avances que consiguiéramos, especialmente en todo lo relativo a la valoración de lo social, no duraran lo mismo que tarda en desvanecerse el periodo de convalecencia”.
¿Y qué opináis? ¿Lo estamos consiguiendo?
Parece que, aunque ni siquiera ha terminado la pandemia, ya nos hemos olvidado de muchas de estas lecciones que tan positivamente valoramos durante el confinamiento.
Señalábamos también en el artículo lo importante que era que transmitiésemos todos estos aprendizajes a nuestros hijos e hijas: “Está en nuestras manos, en gran medida, porque depende de nosotros que los jóvenes recuerden lo que está pasando, valoren todos los aspectos que hemos mencionado en las líneas anteriores y lo utilicen para crear una sociedad que ponga en valor lo que es realmente importante. Porque este reto es nuestro, pero lo es aún más para nuestros hijos e hijas”.
Y resulta que, al final, los que nos han dado una lección han sido ellos. Los que se han comportado, en su gran mayoría, de forma ejemplar, han sido nuestros niños. Incluso los no tan niños, muchísimos adolescentes y jóvenes también han tenido un comportamiento mucho más responsable que muchos adultos, o incluso que los políticos o figuras públicas.
A pesar de estar en una época de sus vidas en que se empiezan a desapegar de nosotros, sus padres y figuras de referencia, en la que su círculo de amistades se convierte en su “religión” y sus quedadas en “misa”, a pesar de que han tenido que sacar adelante sus estudios de forma telemática… Aun así hemos utilizado algunos ejemplos irresponsables que han salido en los medios de comunicación para estigmatizar, culpar y generalizar a todo un grupo de edad.
Y no solo eso…
También tenemos que tener en cuenta otros factores que confluyen con la pandemia y que tampoco están contribuyendo a ponérselo más fácil a nuestros jóvenes.
Los que son más mayores, que empiezan o terminan su etapa universitaria y pretenden comenzar a incorporarse al mundo laboral, ya vivieron los efectos de la anterior crisis económica (aunque no tan de cerca), a la que se suma la crisis económica-social-laboral que se derivará de esta pandemia.
También se suma un cambio de paradigmas en el ámbito tecnológico al que ya venimos asistiendo en las últimas décadas: profesiones que desaparecen y otras que surgen nuevas, la preeminencia de las redes sociales y todos sus efectos, las clases online y el teletrabajo…
No podemos olvidar, por supuesto, a todos aquellos jóvenes (que no son pocos) que han tenido que vivir lo más duro de la pandemia en su piel: pérdidas de seres queridos, padres o madres en ERTE o que se han quedado sin trabajo, aquellos que no han podido seguir bien las clases por falta de recursos, o aquellos cuyas enfermedades o trastornos psicológicos se han agravado con todo esto…
¿La generación más irresponsable? No: la generación más desmotivada
Los niños, adolescentes y jóvenes también están sufriendo los efectos de esta pandemia, también están sufriendo grandes dosis de estrés y luchando contra la ansiedad, también lo pasan mal por no poder ver a sus familiares, amigos o seres queridos. Pero nos cuesta muchas veces ponernos en su piel, empatizar con ellos, intentar saber cómo se pueden estar sintiendo.
Por supuesto, es más fácil pensar que todos son unos irresponsables y que lo que quieren es salir de fiesta y emborracharse, coger los ejemplos que hemos visto en la televisión y convertir la excepción en la norma que marca a toda una generación de jóvenes.
Pero si nos paramos un poquito a pensar en cómo lo pueden estar pasando nuestros hijos, nuestras hijas, la vecina de arriba o vuestro sobrino pequeño, puede que nos demos cuenta de que no se trata de la generación más irresponsable de la historia. En todo caso, la generación más desmotivada de la historia.
Y no por falta de ganas, no nos equivoquemos. Sino por falta de oportunidades, falta de confianza por parte de los adultos, falta de esperanza en un futuro que prevén precario, falta de empatía por parte de una sociedad adultocéntrica que parece haber olvidado que todos, alguna vez, fuimos niños, adolescentes, jóvenes.
Desde aquí os invitamos a que si tenéis hijos e hijas, y si aún no lo habéis hecho, os sentéis con ellos para conversar (y, sobre todo, escuchar de forma activa) sobre cómo ellos están viviendo toda esta situación. A que intentéis cambiar el “los jóvenes hacen fiestas ilegales” por “algunos jóvenes hacen fiestas ilegales”, como nos sugería Cristina Gutiérrez en esta entrevista. A que intentéis recordar ese momento de vuestra juventud en que todo os incomodaba, en que no os sentíais a gusto con vuestro cuerpo, o con vuestra voz, o con lo que fuera…, en que queríais crecer y ser adultos, pero encontrar vuestra identidad no era nada fácil… Y cuando tengáis desbloqueado ese recuerdo, intentad añadirle la tesitura actual que nuestros jóvenes están viviendo.
Si nos acostumbramos a hacer este ejercicio (y no solo ahora con este ejemplo, sino de forma general) probablemente podamos entender mucho mejor a nuestros hijos, a los jóvenes que nos rodean. Y no solo eso, además, también aprenderemos muchísimo de ellos.
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