Hace ya un tiempo que os recomendamos ver (y mejor aún, leer) con vuestros hijos Wonder, la historia del niño August Pullman, que tenía el rostro desfigurado y sufría acoso escolar. Pues bien, hoy os recomendamos leer con ellos La historia de Julian, escrito por la misma autora, R. J. Palacio, contado desde el punto de vista del niño que acosa a August, un libro que nos hace reflexionar sobre la empatía, la ética, el arrepentimiento, el derecho a cometer errores y aprender de ellos, el peligro de las etiquetas y, también, los riesgos de sobreproteger a nuestros hijos.
La historia de Julian apuesta por la empatía en lugar de las etiquetas
Está fuera de toda discusión que Julian actuó muy mal: insultó a August llamándole monstruo, tuvo la idea de crear un juego cruel que provocaba el aislamiento social del niño, le escribió notas muy hirientes… En el libro no se discute eso en ningún momento. Pero lo cierto es que si nos refugiamos en que Julian es el malo no estaremos resolviendo el problema, no estaremos erradicando el acoso escolar.
Incluso el acosador necesita que nos pongamos en su lugar para recordarle lo que es la empatía y además necesita escapar de una cadena perpetua que supone la etiqueta de malo y que condena, de hecho, a todo su entorno, porque si el acosador es malo va a seguir actuando mal, no le dejamos otra.
La abuela del niño le dice: “Ya sabes que las cosas que hiciste no están bien. Pero eso no significa que no seas capaz de hacer lo correcto”.
Nos decía Alberto Soler en una ponencia sobre etiquetas que lo que hay que calificar son las conductas y no la persona. “Las personas no somos, el verbo ser es peligroso porque denota algo estabe, inmutable, que no cambia. Los niños no son nada inmutable, simplemente se comportan”.
La historia de Julian nos enseña la importancia del arrepentimiento y de aprender de nuestros errores
En una época en la que sentirse culpable no tiene muy buena prensa, entender el arrepentimiento como un motor para responsabilizarse de los actos y enmendar nuestros errores no parece poca cosa. Gregorio Luri, de hecho, considera que perdón es una de las cuatro palabras mágicas sobre las que se sustenta la buena educación (junto con “por favor”, “gracias” y “confío”). Para Luri, la palabra perdón “nos permite volver atrás en el tiempo y borrar los tachones que hemos hecho en nuestra biografía. Todos metemos la pata y nos equivocamos, vivimos en una situación, que es la de la vida, llena de ambigüedades. Si no tuviéramos el perdón de los demás estaríamos siempre sujetos a esos tachones que han marcado nuestro pasado”.
Y es que, como le dice su abuela a Julian, “lo único que importa es que te perdones a ti mismo, estás aprendiendo de tu error. Lo bueno de la vida es que podemos enmendar nuestros errores. Aprendemos de ellos, nos volvemos mejores”.
Tal vez sea interesante diferenciar con nuestros hijos la culpa que rumiamos y nos paraliza y el arrepentimiento que nos impulsa a corregir nuestros errores y a actuar mejor la próxima vez. Y este es un mensaje muy importante que nos deja el libro.
La historia de Julian enseña a responsabilizarnos de nuestros actos y afea la sobreprotección
Si hay un personaje que cae bastante antipático en el libro es Melissa, madre de Julian, que en todo momento justifica y excusa a su hijo de los tremendos actos que ha cometido, señalando que los niños no están preparados para asimilar algo así o que August debería ir a un colegio especial. Incluso llega a culpar al personal docente de la presión que ha sufrido su hijo. De este modo, la madre trata de sobreproteger a Julian, impide que tome conciencia de sus actos y que se responsabilice de ellos, porque en el fondo quiere evitar a toda costa que Julian sufra.
Con esta actitud, Julian se siente perdido, no reconoce su error, no sabe cómo enmendarlo pero al mismo tiempo no se siente a gusto consigo mismo. Con esta historia, queda claro que sobreprotegiendo a nuestros hijos los dejamos desvalidos y sin fuerzas para tomar las riendas de su propia vida.
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