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Cómo ayudar a los niños a gestionar su vergüenza

Conectar con nuestros hijos y su vergüenza y no forzarles a superarla son algunas de las claves

¿Cuándo fue la última vez que sentiste vergüenza? Seguro que ha habido una situación hace no mucho. La vergüenza es un sentimiento derivado de la inseguridad. No es tan extraño sentir vergüenza en una situación en la que puedes sentirte expuesta o humillada, y que te impide actuar con naturalidad. Cuando te pasa, quieres salir huyendo de ahí en ese mismo momento, ¡desaparecer, esfumarte, que te trague la tierra!

Con los años aprendes a camuflarla, a evitar situaciones de forma elegante, y a superarla en los casos en los que vas consiguiendo mayor seguridad en ti, desarrollando otras destrezas que te ayudan a desenvolverte cuando te sientes en apuros.

A los niños también les da vergüenza algunas cosas. “No es tan extraño”.

Los hijos vienen sin manual de instrucciones.

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Cuando a un niño le forzamos a no ser vergonzoso o no ser vergonzosa, no le estamos dando ni el espacio ni el tiempo para aprender sus propias estrategias que va a necesitar para superar y transformar la vergüenza en otra fuerza reveladora que le ayude a salir airoso o airosa de la situación cada vez que se le presente. Y si le obligas, ¿qué puede pasar?

Puedes hacerte esa misma pregunta de otra manera, ¿qué te ocurre cuando alguien te fuerza a hacer algo en lo que no te sientes preparado o preparada, o simplemente no te apetece? Seguramente te cierres en banda, y se consiga el efecto contrario: aparecerá tu rebeldía y una actitud de rechazo, ¿te suena? En estas situaciones y de forma muy clara, el cerebro recibe las señales de alerta, tratará de defenderte de algo que no es agradable para ti y surgirá la evitación y el rechazo.

Igual con los niños, o ¿conoces algún caso en el que no se hayan negado a hablar o han hecho justo lo contrario que suelen hacer con tanta gracia cuando hemos querido quedar bien delante de algún amigo o familiar, presumiendo de hijos?

Esa es la vergüenza: espíritu libre, como las emociones sin domar.

Qué podemos hacer para ayudarles con la vergüenza

Pues lo primero que te diría es “empatizando con ambos, con tu hijo y con su vergüenza”. Y lo siguiente, “no forzar”.

Ofrécele confianza, muéstrate accesible si necesita que le eches una mano, ¡no le hagas sentirse solo en algo así! Aunque tampoco hables por él, o ella, ni adoptes el papel de madre o padre ventrílocuo. No funcionará, ni le estarás ayudando en absoluto.

Puedo proponerte que elijas un momento tranquilo e íntimo para hablar de sus emociones: ¿te ha gustado que Fulanito se acercase a ti para conocerte?”, “¿Cómo tendría que ser para conocerte?” Con ese “tendría que ser” así de abierto, para que te responda en lo que considere importante, verás que en su respuesta se generan varias opciones, porque puede referirse a cómo tiene que ser la situación o cómo tiene que ser la persona (cómo mostrarse). Y eso le hará reflexionar sobre cómo hará para una próxima vez, si hay posibilidades de recibir esa situación con más agrado.

Si quieres, puedes leer una conversación que tuve hace muy poco con mi hijo en la que hablamos de cómo es su vergüenza y que nos ayudó a los dos a conocerla mejor.

Conversaciones cómplices para afrontar la vergüenza

Un día en uno de nuestros trayectos en coche mientras íbamos los dos callados. De repente, su voz:

-Mamá, es que a mí me da vergüenza hablar con gente que no conozco.

-Pero si es una amiga mía y trata de hablarte para conocerte, ¿también te da vergüenza?

-Sí. También. Y por eso me escondo detrás de ti.

-¡Ah! Te escondes porque te da vergüenza… entonces, ¿para qué te sirve la vergüenza cuando la tienes?

-Pues para protegerme, mamá. Si no conozco a alguien, la vergüenza me ayuda a protegerme.

-Yaaaa… y si tu vergüenza fuese algo, ¿Qué sería: algo pequeño, o grande, o mediano?

¡Sería un toro! Grande y negro. Con dos cuernos delante, y se tapa cuando se le acerca mucho alguien.

-Ya entiendo. Y si yo quisiera hacerme amiga de ese toro y acariciarle, ¿cómo me aconsejas que haga?

-“Umm- se quedó pensativo-. Pues le tienes que hablar suave y acercar tu mano despacito.

-¡Qué bien! Me has dado una alegría porque yo creía que los toros son valientes y se defienden también con sus cuernos, pero no sabía que a tu toro le gusta que le acaricien y le hablen bajito.

Ya sabemos muchas cosas más de la vergüenza de mi hijo y de cómo le gusta que se ganen su confianza. Para la próxima vez, veremos cómo actúa. De momento hemos conseguido que este sentimiento lo haya compartido desde una conversación cómplice y llena de confianza.

Y sobre todo, una reflexión muy auténtica para aprender de estos grandes sabios con los sentidos bien despiertos. Divertido, ¿verdad?

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Raquel De Diego

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