Seguro que te suena la idea de desterrar los castigos y sustituirlos por las consecuencias. Pero como nos dice Alberto Soler, no debemos limitarnos simplemente a cambiar la palabra para nombrar lo mismo, “las consecuencias, en realidad, serían un tipo de castigo”.
Hay dos tipos de consecuencias que los actos o decisiones de nuestros hijos pueden desencadenar. Las primeras son las naturales: algunas relativamente inofensivas (no coge el abrigo y pasa frío, no se ducha y huele mal, no recoge la ropa sucia y se queda sin ropa limpia, no recoge su cuarto y lo tiene hecho un desastre…) y otras realmente peligrosas y que querremos evitar (cruza solo y sin mirar y le atropella un coche, toca una olla al fuego y se quema, se asoma a la ventana en un piso alto y se cae…). Y hay algunas consecuencias naturales que no son tan peligrosas pero que nos cuesta a veces asumir. Como nos cuenta María Soto, “si tu hijo pega, la consecuencia es que no tendrá amigos, no que tenga que pedir perdón porque tú le obligas“.
Como nos decía la psicóloga Mónica Cerrada, en estas ocasiones “no podemos permitir que actúen las consecuencias naturales; normalmente esto ocurre cuando una determinada conducta pone en peligro la seguridad del niño/a, de terceros (mi hijo/a pega) o del entorno. Entonces una posibilidad sería la aplicación de las consecuencias lógicas. Digo que sería una posibilidad porque mejor nos enfocamos en buscar soluciones; es decir, plantear mediante preguntas la solución más respetuosa para todos en un contexto determinado, o pactar con el pequeño la solución más adecuada para la conducta que queremos cambiar”.
¿Cómo tiene que ser una consecuencia lógica para que no sea un castigo encubierto?
Una consecuencia lógica, dice Mónica Cerrada, “a diferencia de los castigos (que normalmente son arbitrarios y pretenden demostrar una autoridad malenetendida), tiene que cumplir las siguientes premisas:
– Ha de estar relacionada con la conducta que queremos corregir.
– Tenemos que haberla anticipado o, mejor todavía, pactado con el propio niño/a.
– Ha de ser respetuosa con nuestro hijo/a.
– Ha de ser proporcionada a la conducta que se quiere corregir”.
Alberto Soler se muestra de acuerdo: “Las consecuencias, a diferencia de los lo que la gente normalmente entiende como castigos, están relacionadas con la conducta que queremos cambiar, son proporcionadas, se producen de manera contingente (inmediata) y, sobre todo, no buscan fastidiar al niño, sino mostrarle la forma correcta de comportarse”.
Por poner un ejemplo, podríamos decir a nuestro hijo que a partir de ahora no seremos los encargados de ordenar su cuarto, de modo que si no lo ordena tendrá que convivir con el caos. O podremos anunciar a nuestro hijo que cuando nos acerquemos a un paso de cebra nos tendrá que dar la mano o lo agarraremos. O diremos a nuestra hija cuando le demos su móvil que si hace un uso incorrecto se lo requisaremos y revisaremos el acuerdo que habremos dejado por escrito… O, como señala Alberto Soler, si dos hermanos se pegan, “aplicaremos una consecuencia lógica: “como estando juntos os estáis haciendo daño, será mejor que durante un rato cada uno juegue en una habitación”“.
¿Es bueno limitarse a educar con consecuencias?
La respuesta rápida es no. María Soto señala que “las consecuencias no son herramientas educativas como tal, son circunstancias que suceden en base a decisiones que tomamos” y simplemente considera que, con respecto a las consecuencias naturales, “la única forma de utilizar las consecuencias como herramienta educativa es dejando que lleguen y ayudando al niño a que las viva y aprenda de ellas”.
Por eso, los expertos abogan por educar enfocándose en las soluciones. Como señala Mónica Cerrada: “En el caso de que nuestro hijo/a no quiera colaborar dejando la ropa sucia en el cesto, volvemos a lo mismo: lo primero que nos preguntaremos es si el pequeño está lo suficientemente maduro para acordarse de llevar la ropa al cesto cada vez que se la quita. Si la respuesta es “no», nosotros lo acompañaremos y seremos su guía, en cada ocasión, con nuestro ejemplo. Si la respuesta es “sí», facilitaremos la tarea para que le resulte más fácil hacerlo. ¿Cómo? Poniendo un cesto propio de ropa en su habitación, por ejemplo”.
Ante situaciones habituales que queremos evitar (que nuestros hijos se peguen, que nuestra hija no quiera ducharse, que nos adviertan en el cole que nuestra hija se comporta mal habitualmete, que el cuarto parezca una leonera porque ya no nos ocupamos de ordenarlo, etc.) , podríamos tener en cuenta estas claves:
1- Lo ideal sería ver qué hay detrás de ese mal comportamiento, porque ya hemos dicho muchas veces que un niño que se “porta mal” se siente mal. Así, podemos tratar de averiguar cómo se sienten, qué les pasa, si necesitan ayuda para hacer lo que hemos acordado que han de hacer, etc.
2- Es necesario explicar la importancia de esa norma y cómo nos hace sentir que no se cumpla. Por ejemplo, por qué es importante que ordenen la habitación y cómo nos sentimos al ver ese caos.
3- Es buena idea escuchar su opinión y sus necesidades, sin juzgar. Tal vez si los escuchamos veremos que ese niño al que ha pegado en el cole le insulta y humilla o que el momento en el que le exigimos que ordene su habitación no le va bien pero puede hacerlo en otro momento, o que prefiere ducharse cuando llegue del cole en lugar de hacerlo por la noche, pero cuando llega del cole siempre le ordenamos que se ponga con los deberes…
4- Podemos acordar una solución desde la cooperación y desechando la idea de la educación como una batalla. Si escuchamos su punto de vista y damos el nuestro desde el respeto y entendemos que la idea es buscar soluciones y no quedar por encima, es bastante fácil llegar a acuerdos con los que todos ganemos.