Si todos queremos lo mejor para nuestros hijos, ¿qué es lo que nos motiva a decidir qué es lo mejor para ellos? Podemos plantear una educación desde un estilo más estructurado (apostando por más extraescolares), o más abierto (más tiempo de juego libre). Lo que está claro es que la clave está en la observación de nuestros hijos para acertar con aquello que les ayuda a crecer y aprender. ¿Serán las asignaturas, o lo que envuelve su sensación de seguridad y disfrute en el aprendizaje?
¿Qué es lo mejor para nuestros hijos?
“Todos queremos lo mejor para nuestros hijos”. Es una verdad universal. Da igual en qué tipo de sociedad te encuentres. País, momento histórico… padres y madres partimos de un punto en común muy potente y que debería unirnos más.
Pero muchas veces no es así.
Cada uno de nosotros y nosotras venimos de una educación diferente, con sus creencias, con sus “escaparates”, exigencias, aprendizajes, modelos, frustraciones, aceptaciones y negaciones. Todo lo que quedó heredado se suma a lo nuevo que hemos construido. Todo este mix se antepone a veces a ese deseo de lo mejor para nuestros hijos, porque ¿qué es lo mejor?
Deberíamos preguntarnos si lo que valoramos en nuestras casas para decidir sobre la educación de nuestros hijos tiene ya que ver con una “imposición” escondida de la exigencia de moda de una época, como la de estudiar chino, saber inglés, francés, alemán. Hacer danza contemporánea y un poco de domótica tampoco estaría nada mal. Parece un estilo propio de las clases sociales acomodadas, con casas y niños “perfectos”, con grandes logros y una exquisita educación. Y todo esto no lo decidimos nosotros, nos cae impuesto por esa exigencia “fantasma” de la competencia del futuro a la que todos queremos llegar. Aunque a veces vayamos a remolque con tanta actividad y toda la organización familiar que supone: a ver quién a día de hoy puede asumir cómodamente tantos extras, contando con más de un hijo y teniendo en cuenta la salud, a todo esto.
Pero, realmente ¿es lo mejor para nuestros hijos, por sus necesidades, o por nuestros intereses, creencias o expectativas?
Hace falta investigar, leer, informarse, preguntar, conocer qué le hace al éxito en la vida. Pero no habrá respuesta escrita. En las aulas, docentes se aplican cada día para no solo ofrecer sus mejores cualidades y metodología como transmisores de información y conocimientos de las materias estipuladas por el Ministerio, también conviven con sus alumnos/as y les transmiten valores de compañerismo, respeto y paz, más protección, acompañamiento en su día a día, aliento y motivación para su aprendizaje.
Niños y niñas aprenden que, por muchas asignaturas que tengan, lo que les hace enganchar mejor o peor con ellas no solo son sus preferencias y afinidad por competencias (que deberían conocerlas y para esto somos los adultos quienes podremos orientarles, si sabemos ver). Es precisamente la relación con su profesor o profesora, la buena relación con sus compañeros/as de clase y la confianza que tengan sus padres o familiares en que pueden conseguir sus objetivos, desde una motivación interna, más la buena relación y el compromiso de la familia con el centro escolar.
Existe un estudio muy interesante al respecto “Contextos familiares y rendimiento escolar en el alumnado de educación secundaria” cuyo texto comienza así: “La familia es la institución social que proporciona uno de los contextos de desarrollo y promoción humanos más importantes para las personas que la integran.”
Gestión emocional
Desde Infantil, pasando por Primaria y Secundaria, el aprendizaje tiene que ver con el manejo de las emociones para que sea accesible a la memoria y aumente el rendimiento. Niños y niñas escolarizados de 3 a 6 años aún tienen un tipo de pensamiento abstracto, no es un pensamiento lógico como para asumir ciertos aprendizajes con la exigencia de otros niños de a partir de 7 años, cuyo pensamiento ya es lógico. Y esto es por desarrollo evolutivo estandarizado, natural. Por mucho que el padre o la madre quieran que se impartan muchas asignaturas en el Ciclo de Infantil, hay que saber relajarse porque todos los niños llegarán muy alto.
En Infantil lo mejor es la Asamblea, en la que cuentan sus experiencias, resuelven sus conflictos, se cuentan qué les gusta más y qué menos… aprenden a conocerse, a conectar, a empatizar, a comunicarse con los demás y a aceptar las diferencias como algo normal que forma parte de la realidad.
Apoyo totalmente la riqueza de compartir desde una relación personal y cercana. Apoyo la educación emocional en las aulas. En todas. Y por supuesto, apoyo en Infantil todo cuanto suponga acercar el aprendizaje natural y desde la experiencia a los niños, en el que adultos de referencia son su canal para aprenderlo. Por eso que el espacio compartido sea tan significativo, y no solo para los niños: aprendemos todos. Así se refuercen los talleres que las familias preparan para el aula, en los que aportan su tiempo, su creatividad, su vínculo con la escuela y el aprendizaje de sus hijos en ella, mas la relación con el docente que pasa a diario tantas horas con sus hijos. Estos beneficios no los aporta una asignatura, por muy buen libro en que se apoye. ¡Y aún hay familias que su exigencia por el aprendizaje de materias “para la preparación de un futuro” les pone una viga delante de los ojos y no les deja ver el ahora!
Ahora es el momento de explorar, de aprender desde la experiencia, desde el afecto y la seguridad, y siempre con el juego mediante como medio de aprendizaje. La familia que pueda participar de la vida en el aula abre un canal de motivación muy potente, ya que une los lazos de conexión entre las realidades en las que se encuentra el niño en un mismo entorno. Así comprende que el aula y el Centro son un espacio de convivencia seguro, donde se acude a aprender disfrutando; padres y profesores están allí con ellos para acompañar en su conocimiento de tantas cosas. Y si se sienten seguros, se abren al mundo.
Emociones a salvo, docentes nutridores de experiencias y familias realmente unidas desde un mismo fin.
Esto sí es inclusión: todas las clases sociales caben en la posibilidad de atender a sus hijos e hijas en sus necesidades esenciales, y de transmitir esa confianza en sus posibilidades de éxito. De aprender a conocer sus emociones para ofrecerles la posibilidad de que puedan elegir cómo afrontar las situaciones que les depare la vida.
Las aulas están llenas de vida con emociones, que son las emociones de cada uno de nuestros hijos e hijas y de todo un espacio en común que necesita ser respetado para avanzar como una sociedad futura que se fragua en el presente. El momento de acompañar las necesidades emocionales de los niños y niñas para que crezcan sanos, risueños, resolutivos, compañeros, valientes, curiosos y justos es ahora. Y mañana ya veremos.