“Los niños tienen que obedecer”, “un niño bueno es un niño que hace caso (a la primera si puede ser)”, “tienes que ser obediente” ¿os suena? Damos por hecho que esto es así. Pero… paremos un momento y cuestionemos esta creencia: ¿es eso cierto? ¿ de verdad los niños tienen que obedecer? Mi opinión es esta: NO. Y ahora te cuento el porqué.
¿Qué significa obedecer”? Obedecer (según el Diccionario de la Real Academia Española) significa “cumplir la voluntad de quien manda”. Es decir, complacer a otros independientemente de cual sea tu voluntad, tu criterio o tus necesidades intrínsecas. Doy por hecho que la mayoría de las veces cuando les decimos algo a nuestros hijos es “por su bien” o por algún motivo bien justificado. No obstante, y siendo honestos, que nuestros hijos nos hagan caso es algo que también nos hace la vida más fácil a los padres. Nuestro día a día suele ser complejo y agotador; ¡un poco de colaboración por su parte nos va de maravilla! Eso está claro. Pero ¿y para ellos? ¿Obedecer es algo que les va a ser útil para la vida? ¿Es esto lo que queremos para el adulto que va a ser, que se someta a las decisiones que otros, con más autoridad, (maestros, jefes, …) tomen por ellos, las compartan o no?
Lo que quiero decir es que obedecer es un recurso que utilizamos desde la urgencia y que nos sirve para el corto plazo. Podemos conseguir que obedezcan diciendo las cosas bien, con gritos, castigos, amenazas, etc… y quizás lo consigamos. Pero ¿qué precio estamos pagando? Quizás hacer que tu hijo recoja su habitación hoy (con gritos, amenazas, castigos, etc. ) signifique descuidar tu relación con él creando distancia y desconexión. Y creedme cuando os digo que la relación lo es todo.
Con esto no estoy diciendo (y esto quiero que quede muy claro) que no debamos poner límites a nuestros hijos (siempre es necesario poner límites) ni que debamos dejarles hacer lo que quieran para “no perjudicar la relación”. Eso también sería una fuente de conflicto tanto en el corto como en el largo plazo. A veces la palabra límites se asocia al castigo o al enfado, y no es así. Se puede poner límites desde el amor y el respeto, es de eso de lo que va este post.
Tampoco quiero decir que los niños no deban tener en cuenta lo que les decimos, o que no les debamos castigar o reñir nunca. Cuando les advertimos de que no toquen algo porque se pueden hacer daño o que no peguen a su hermano, no sería educativo ni constructivo pasar de todo y no decirles nada. Lo que quiero decir es que podemos conseguir que nuestro hijo ordene su habitación de otra manera y sin que nuestra relación con él se vea afectada.
Vale, entonces ¿qué propongo para conseguirlo? Lo que propongo es que probemos a enfocarlo de otra manera. En vez de “los niños tienen que obedecer”, os ofrezco esta otra perspectiva: “los niños tienen que respetar y confiar en lo que les dicen los padres”. Los niños no tienen que hacer caso porque les amenacemos o porque nosotros como padres siempre sabemos mejor que ellos lo que tienen que hacer. Con eso les enseñamos a ser sumisos. Los niños tienen que respetar lo que les decimos como padres porque confían en nosotros y en que lo que les digamos es por su bien y el de la familia. Ese es un valor que sí les va a servir en un futuro.
Ahora es cuando me preguntáis: “Si, esto es muy bonito, pero ¿como se hace esto de que confíen? Mi hijo si no le amenazo, ordeno, castigo, no hace caso”… Hay muchas cosas que podemos hacer para darle la vuelta (muchas de ellas son las que ofrecemos en nuestros cursos de “AEIOU”). Ahora bien, la primera y más importante es esta: Si quieres que tu hijo respete lo que dices y confíe en ti, respétale y confía en él tú primero.
Al principio, como el “antiguo hábito” (hacer que obedezcan) suele estar muy arraigado, puede no funcionar a la primera. Pero ¡si persistes verás el cambio! Cambiar nuestra forma de relacionarnos con nuestros hijos no es algo fácil (lo sé de sobra y por eso me dedico al coaching educativo). Pero SIEMPRE se puede cambiar, mejorar y aprender. Y lo mejor de todo es que como nuestros hijos son esponjas, ¡tiene un impacto rapidísimo en ellos!
Todo empieza por ti, papá o mamá. Los niños no tienen que ser obedientes, los niños tienen que saber que sus padres dicen las cosas por su bien y confiar en que es así. Y para lograr eso, hay que invertir en construir una relación fuerte y sana con ellos. Y, aunque quizás te parezca que no, la mayor parte del éxito está en tus manos.