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Los pantalones de mi abuela

Imagina que existiese una máquina del tiempo que nos permitiese viajar a cualquier momento ya pasado y verlo como si fuéramos un fantasma, desde fuera, sin intervenir. Pero estando allí. Siempre que pienso en esta máquina me imagino cómo sería la vida de muchas de las personas a las que quiero.

Una de esas personas es mi abuela. Cuando me la imagino en su juventud veo a una mujer alta, fuerte, apasionada e inteligente. Una mujer siempre en falda, eso sí (no se puso unos pantalones hasta hace dos días, y fueron de pijama). Me imagino una jovencita a la que le encantaba leer, escribir, aprender… pero que lo dejó todo para seguir a su marido en sus aventuras y también en sus negocios.

Cuando pienso en mi abuela pienso también en todos los adjetivos que he escuchado a lo largo de mi vida que otras personas usaban para describirla. Una mujer “dedicada, atenta”, decían. Una mujer “que siempre lo ha dado todo por los suyos”, aseguraban.

Mi abuela es una de las mujeres más inteligentes que he conocido nunca, de esas personas que saben de todos los temas y tienen remedios para todos los problemas. Pero mi abuela no tuvo alternativa, ser “dedicada” o “atenta” era el papel que debía interpretar y que estaba escrito para ella desde antes incluso de que naciera.

También me gusta imaginar qué hubiera podido ser de ella si el rol de las mujeres no hubiera estado tan limitado y encorsetado por los muros que el patriarcado le impuso. Creo que hubiera sido una gran escritora, aunque seguro que también se le habrían dado genial los trabajos manuales. A lo mejor podría haber sido ingeniera, o arquitecta, o quizás científica, o doctora (se sabe todos los nombres de todos los medicamentos y todos los efectos secundarios posibles).

No siento lástima de mi abuela, no me malinterpretéis. Admiro cada decisión que esta gran mujer ha ido tomando a lo largo de los años. Pero no puedo evitar pensar en qué hubiera sido de ella si, en lugar de sentarse al lado de mi abuelo, le hubiera estado permitido levantarse y caminar por sí misma. Luchar por sus sueños, de la misma forma que me ha animado siempre a hacerlo a mí.

Desde que mi abuela fue joven han pasado algunos años, pero tampoco tantos, y muchos de los estereotipos con los que ella creció se siguen reproduciendo en nuestra sociedad actual. Sin embargo, ver que cada vez somos más quienes creemos firmemente que las niñas deben crecer sin las barreras que impone el género, me da esperanza.

Seguimos viviendo en un mundo que cree que a las mujeres nos corresponde ser dedicadas, atentas, cuidadoras, calladitas. Un mundo que sigue limitando los sueños e incluso truncando las vidas de muchísimas mujeres día tras día. Un mundo que sigue relegándonos a la “otredad”, que nos obliga sutilmente (a veces no tanto) a sentarnos en la silla de al lado de los hombres, pero eso sí, solo si han quedado huecos libres.

Yo no quiero que mis hijas, mis vecinas, mis amigas… que cualquier mujer en este mundo tenga que seguir el camino que le ha sido impuesto con el motivo (o la excusa) de ser mujer. No quiero que sigamos encajetando a las personas en pequeñas cajitas rosas o azules y echando sobre ellas todo lo que la sociedad espera que sean, limitando así su pleno desarrollo y potencial.

Cuando mi abuela tuvo hijas, la sociedad había avanzado un poquito -no mucho más- que cuando ella era pequeña. Las dos niñas, gemelas, se fueron haciendo mayores y, años más tarde, fue el turno de mi madre: primero vino mi hermana, y luego nací yo. Si algo tengo que agradecer a todas estas mujeres de mi vida, sin dudarlo, es haberme dejado volar con mis propias alas, ser yo misma. Que potenciaran mis talentos y sueños sin importar lo que dijeran los demás, dejándome a mí descubrir quién era.

Si esa máquina del tiempo existiera, me gustaría que nuestras nietas pudieran venir a “visitarnos” en el futuro, volver al año 2021 y ver cómo esta generación está cambiando las reglas del juego, cómo estamos rompiendo poco a poco esas cajitas y creando un mundo más justo e igualitario.

Así que, a mi futura nieta me gustaría decirle que, incluso en pandemia, seguimos luchando por una sociedad más igualitaria. Porque lo contrario del feminismo es la ignorancia, y me sé de unas cuantas (en realidad muchísimas) que tienen toneladas de munición preparadas para acabar con ello: la educación.

Y, a mi querida abuela, me gustaría decirle que gracias por allanar el camino para que las que veníamos detrás pudiéramos andar con menos piedras. No te preocupes, hemos cogido tu relevo y ya no hay quien nos pare.

Y, por cierto, estás guapísima con esos pantalones de pijama.

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