Hoy, todos hemos contenido la respiración al ver a la gimnasta Simone Biles volver a la competición y subirse a la barra de equilibrio después de anunciar hace unos días que se retiraba de las finales de salto y barras asimétricas por problemas de ansiedad y ante la necesidad de “centrarse en su salud mental”.
Todos los que empatizamos con ella y su valiente decisión la semana pasada le dábamos ánimos desde el televisor, aunque estuviéramos al otro lado del mundo y supiéramos que de poco iba a servir. Al final se ha llevado el bronce. Todos hemos respirado tranquilos. Todos nos hemos alegrado mucho por ella.
Todos no. Quedan fuera aquellos que le criticaron tras tomar la decisión de no seguir compitiendo para no poner en riesgo su vida. Aquellos que la tacharon de débil, que no la creyeron a la altura de unos Juegos Olímpicos. Como si los deportistas de élite no fueran humanos. Como si no pudieran lesionarse mentalmente.
Uno de ellos fue el tenista Djokovic, el cual se pronunció sobre la decisión de Simone Biles en estos términos: “Para mí, la presión es un privilegio, y sin ella no existiría el deporte profesional. Si lo que quieres es estar en la cima de tu deporte, lo mejor que puedes hacer es aprender a manejar la presión y los momentos difíciles, tanto en la pista como fuera de ella”. A pesar de los consejos, manejar la presión no es precisamente el fuerte del tenista. Tras su derrota frente al español Pablo Carreño, destrozó una raqueta y lanzó otra a la grada, por suerte vacía. No era la primera vez que actuaba de esta manera. En el US Open 2020, acabó lanzando una bola que impactó en la garganta de una jueza de línea.
Y, mientras esto ocurría al otro lado del mundo (Tokio), en España se hacía viral la carta de una madre en Twitter contando que había perdido a su hijo de tan solo 14 años a causa de la depresión. El menor en cuestión, Rodrigo, se suicidó 4 meses después de que le diagnosticasen depresión severa.
Este hilo de tweets pretendía ser un llamamiento a la necesidad de que nos tomemos en serio la salud mental: “A Rodrigo le diagnosticaron depresión severa cuatro meses antes. Empezó a seguir un tratamiento farmacológico y acudía psicoterapia, pero creo que fuimos tarde. Teníamos que haberlo llevado al psiquiatra hace años. Hemos sido víctimas de la desinformación, la estigmatización y la infravaloración de la salud mental. Nos duele la rodilla y vamos al médico, nos sale una erupción y corremos al dermatólogo, les revisamos la vista a los niños, nos hacemos mamografías e, incluso, colonoscopias de manera preventiva, pero pasamos semanas con una tristeza enorme sin motivo y no se lo decimos a nadie, esperamos a que se pase esa etapa, disimulamos… No tenemos asumido que la salud mental es una parte fundamental de la salud física”.
Esta madre llega incluso a citar algunas de las frases que le decía a su hijo con la mejor de sus intenciones, pero “cargadas de desconocimiento”, como ella misma afirma: “‘tienes que cambiar el chip’ o ‘disfruta de la suerte que tienes’ o ‘hay que hacer por la vida’”. Una de las veces, tal y como ella cuenta, su hijo le contestó con mucha tranquilidad: “mamá, le estás pidiendo a alguien que tiene cáncer que deje de tenerlo”.
Este hilo de Twitter y la decisión de la gimnasta de abandonar la competición a causa de la ansiedad que sufría son dos acciones muy diferentes, pero han conseguido un objetivo común: poner sobre la mesa de nuevo el debate de la salud mental, una lacra invisible que afecta a muchas personas (al 10,8% de los españoles, según los últimos datos de Sanidad, y al 9% de la población mundial, según la OMS).
El primer paso para dar la importancia que merece a la salud mental es hablando de ella. De lo que no se habla no existe. Si no existe, no lo reconocemos cuando lo tenemos cerca y reaccionamos tarde. Si no existe, no se invierte en investigación y prevención. Y es para tomárnoslo muy en serio, y hablar muy alto y muy claro, porque el suicidio se ha convertido en la primera causa de muerte en los jóvenes españoles, algo que nunca había pasado en la historia desde que se dispone de estadísticas. En 2019 se quitaron la vida 309 personas entre 15 y 29 años, cifra que se sitúa ligeramente por delante de los accidentes de tráfico, que sumaron 307 defunciones, según datos de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio.
El segundo paso, y no por ello menos importante, es ofrecer una educación emocional a nuestros hijos. Diversos estudios confirman que la Inteligencia emocional es un factor protector a la hora de sufrir trastornos psicológicos, como la ansiedad o depresión. De inteligencia emocional tampoco vamos sobrados. Está claro que tenemos grandes tareas pendientes.
Los Juegos Olímpicos pueden ser un buen programa educativo que ver con nuestros hijos e hijas. En ellos hay personas ejemplares e inspiradoras. Simone Biles es una de ellas, sin duda, aunque no se hubiera llevado el bronce, aunque nunca hubiera vuelto a la competición. El problema es que vivimos en un mundo que sobrevalora el éxito e infravalora el fracaso. Pero lo cierto es que vamos a fracasar muchas más veces que ganar. Si no enseñamos esto a nuestros hijos, les estamos abocando a vivir en una frustración continúa, a lanzar raquetas a la grada cada vez que pierdan un partido, no solo en el ámbito deportivo, sino en el vital. El mundo necesita más personas como Simone Biles y menos como Djokovic.