Cuando llega la adolescencia, creemos que todo está hecho, que ya no necesitamos estar tan pendientes de nuestros hijos porque ellos ya no nos necesitan tanto. La realidad es mucho más compleja, porque, aunque no lo parezca, en la adolescencia es cuando nuestros hijos nos necesitas más. Su mundo está cambiando y, en ocasiones, se sienten tan abrumados con la intensidad de sus emociones que se sienten realmente solos.
La soledad de los adolescentes
Cuando llega la adolescencia, nuestros hijos buscan intimidad, ponen distancia física y emocional con nosotros, exigen libertad y autonomía e, incluso, se vuelven herméticos y dejan de contarnos sus cosas. Numerosas investigaciones aseguran que la soledad a estas edades puede provocar en nuestros hijos síntomas como baja autoestima, tristeza, aburrimiento, sentimiento de vacío o desconcierto ante situaciones en las que se sienten perdidos y no saben cómo reaccionar.
Nuestros hijos, a pesar de esa distancia que ellos mismos ponen con respeto a nosotros, necesitan seguir manteniendo el vínculo con sus figuras de apego, tal y como nos contaba el psicólogo Rafa Guerrero en el curso ‘Claves para desarrollar un apego seguro con tus hijos’. “Necesitan mantener relaciones sanas con sus iguales, experimentar cierta libertad, pero siempre con sus padres a su lado, en la retaguardia”.
Claves para mejorar la relación con nuestros hijos adolescentes
El psicólogo Ángel Peralbo, en un webinar que ofreció en Educar es Todo, habló precisamente de la adolescencia y de cómo podemos empezar a ver a nuestros adolescentes desde otra perspectiva, no como auténticos enemigos. Necesitan que estemos presentes para evitar ese sentimiento de soledad, ¿cómo conseguirlo? Este experto nos da las claves:
1. Reflexionemos sobre qué hay detrás de sus palabras
Es importante que tengamos en cuenta que lo que nos dicen nuestros hijos no tiene tanto que ver con lo que piensan sino con lo que sienten en ese momento. Por eso, cuando nos dicen “te odio”, tenemos que pararnos a reflexionar y poner el foco en que esa frase proviene del estado emocional en el que se encuentra nuestro hijo en ese momento y, por lo tanto, lo que en realidad está transmitiendo no es odio hacia nosotros, sino frustración, ira, decepción…
2. El vínculo por encima del enfado
Tenemos que hacer un esfuerzo para que el afecto que sentimos por nuestros hijos esté por encima del enfado, a pesar de esos pequeños desencuentros del día a día. Deben sentir que seguimos estando ahí, que los queremos. Realiza el siguiente ejercicio tras una discusión: siéntate a su lado, cuando menos se lo espere, y dile que le quieres y que siempre estarás ahí para lo que necesite, que confías en su buen criterio y en que se solucionará. Unas palabras de aliento cuando llevamos varios días de conflicto son un bálsamo reparador.
3. Miedo a poner límites
Lo de poner límites es algo complicado, pero “los valores solo se pueden trabajar si se establecen ciertos marcos a partir de los cuales ellos puedan ir desarrollando esos valores y haciéndolos propios”, apunta Ángel Peralbo. Esto es muy importante, a pesar de que a veces pensemos que “ya son mayorcitos”, nos necesitan y también necesitan que les pongamos ciertos límites.
4. Miedo al conflicto
Como hemos dicho, los límites son necesarios, siempre adaptándolos a su edad y a las circunstancias. Pero también hay que tener en cuenta que ellos están en edad de resistirse y que es muy probable que lo hagan ante los límites que les intentemos poner. Así pues, la posibilidad de conflicto no tiene que pararnos, al contrario, vamos por el buen camino.
5. Hagamos preguntas
A veces es realmente complicado llegar a ellos, pero que eso no nos pare. Necesitan sentir que estamos ahí, que nos interesamos por sus vidas. Es más, aprovechemos esos momentos en los que se sienten abiertos a la conversación, hablemos de su vida, sus inquietudes, miedos o temas sin importancia, pero estemos a su lado.
6. Pasemos tiempo con ellos
Según pasan los años es normal que busquen más espacios con sus amistades, pero podemos adaptar ciertos planes para que ellos puedan venir, por ejemplo, yendo al campo, al cine, jugando a juegos de mesa en familia, etc. Son nuestros hijos, los conocemos, es el momento de interesarnos por sus nuevas aficiones o incluso, buscar alguna en común.
Las relaciones familiares fuertes son uno de los mejores factores de protección que tienen nuestros hijos e hijas. Tenemos que quedarnos con nuestros hijos en casa, aunque sean adolescentes. Debemos evitar que coman solos, hagan sus tareas escolares sin compañía o se pasen los fines de semana prácticamente sin ver a nadie. Ahora, más que nunca, necesitan nuestra presencia y nuestro tiempo.