Llega un momento en la educación y crianza de nuestros hijos que no sabemos qué hacer con ellos: no nos obedecen, nos gritan (también nosotros gritamos), no quieren hacer los deberes, no quieren quitar la mesa cuando terminamos de cenar….
Nuestros hijos e hijas no hacen caso a nuestras órdenes y peticiones y la desesperación comienza a agobiarnos. Ante esta situación retadora, ¿qué podemos hacer para que nuestros hijos nos obedezcan? La respuesta la podemos encontrar si observamos las causas por las que nuestro hijo tiene esta conducta.
¿Por qué nuestros hijos no quieren obedecer?
María Soto, experta en disciplina positiva y creadora de Educa Bonito señala que muchas veces nos preocupamos mucho más por la conducta, en este caso que no nos obedezcan, y no prestamos atención a la emoción que se esconde detrás de esa acción. “Su conducta es importante, pero más lo es la emoción por la que reacciona así”, cuenta. Y es que esa desobediencia y ese malestar que presenta nuestro hijo es su forma de reaccionar ante una necesidad no cubierta.
Si nuestros hijos no quieren obedecer ni hacer lo que le pedimos, debemos prestar mayor atención a las necesidades que presenta para poder reconducir así su conducta.
Falta de conexión
¿Cómo nos perciben nuestros hijos: como figuras autoritarias inalcanzables que solo dan órdenes o como personas con las que tenemos una conexión?
La conexión es esencial para que nuestros hijos e hijas tengan confianza en nosotros y quieran cumplir las órdenes. “Por pretender que nos obedezcan, muchas veces nos alejamos tanto de ellos que es la propia búsqueda de conexión con nosotros por su parte la que los hace sentirse inseguros, inquietos, etc. Y de esas necesidades no cubiertas, nacen las conductas equivocadas. No nos ven disponibles como figuras de conexión, sino como autoridad vertical e inalcanzable. Si tu hijo siempre se porta mal es que está haciendo todo lo posible para que le tengan en cuenta”, cuenta Soto.
Los límites, las normas y las órdenes son necesarias, pero siempre que vayan rodeadas de amor y vínculo afectivo. Porque de otra forma, sin esta conexión, nuestros hijos verán las órdenes como normas con las que rebelarse y enfrentarse a nosotros.
¿Cuántas veces al día mandamos órdenes a nuestros hijos?
La profesora y escritora Carmen Guaita nos interpela y nos pregunta directamente en esta ponencia sobre la cantidad de veces que preguntamos y mandamos órdenes a nuestros hijos y cuánto tiempo lo invertimos en tener una conversación real con ellos. “¿Qué porcentaje del día y de la relación con vuestros hijos se lleva dar instrucciones y dar órdenes? Un porcentaje alto. ¿Qué porcentaje de las palabras que dedicamos a nuestros hijos son regañinas? Se nos puede pasar un día y otro en el que la conversación con nuestros hijos haya consistido en dar un orden, dar una instrucción y en regañar”.
Si la comunicación con ellos se basa solo en las órdenes, no habrá una comunicación real. “¿Cuántas veces hacéis preguntas a vuestros hijos que incluyen las respuestas? Las matemáticas se te dan fatal, ¿verdad? ¿Cuántas veces preguntamos por sus actividades? Por sus deseos, ¿qué quieres merendar? Pero nunca por sus sentimientos. ¿Cómo te has sentido?”, pregunta Guaita.
¿Qué hacer mientras el enfado se mantiene?
El primer paso que debemos tomar cuando nuestros hijos no quieran obedecer y se enfaden es mantener la calma. Nuestros hijos tendrán las emociones a flor de piel, por lo que responder nosotros con las emociones de furia o ira solo va a incrementar la tensión. Si no legitimamos que en esos momentos expresen su enfado, estamos negando sus emociones.
Una vez que se calmen, tenemos que aprovechar ese momento para hablar con ellos y poder explicarles que tienen derecho a experimentar esas emociones, pero que pueden expresar su ira de otra forma. “Ser capaces de “leer ese portazo”, nos ayudará a reconducirlo desde el respeto, porque al sentirse conectados con nosotros, podremos enseñarles que cualquier necesidad puede ser expresada de una forma más equilibrada”, expresa Soto.
¿Cómo pueden cumplir las órdenes nuestros hijos?
Los gritos suelen ser la herramienta más usada para que alguien nos obedezca, no solo los niños. Recurrimos a ellos porque no tenemos o no conocemos otras herramientas para hacer cumplir una serie de normas.
Amaya de Miguel, creadora de Relájate y Educa, expresa que la clave para cuando queramos que nuestros hijos cumplan las órdenes debe ser la firmeza. Para que esta firmeza se cumpla, los ritmos que llevamos, las rutinas y las normas deben estar muy claras. No podemos dejar que nuestros estados anímicos repercutan en la firmeza a la hora de cumplir las órdenes. “Hoy emocionalmente estoy bien te dejo mas cosas, hoy emocionalmente estoy mal, te dejo menos cosas. Hoy estoy cansado, pues hoy ves la tele mas porque así yo puedo descansar. Esto les deja en completa arbitrariedad, todo depende del estado anímico de los adultos y de los niños. El día que sus emociones son mas fáciles saben que pueden hacer mas cosas, pero el día que tenga las emocionas mas complicadas, que no las pueda controlar, se encuentra con restricciones”, explica Amaya de Miguel.
Por eso, Amaya de Miguel propone que tengamos unas rutinas fijas y unas normas que siempre se cumplan. “Todo los días te acuestas y te levantas a la misma hora, la comida es de esta manera, se cumplen los horarios. Todos los días recoges la mesa”, ejemplifica.
Hazles responsables de sus actos
Más allá de obedecer, nuestros hijos se tienen que hacer responsables de sus actos y tienen que vivir las consecuencias que conllevan. Antonio Ortuño nos da las claves para que nuestro hijo comience a responsabilizarse de sus acciones:
- Dejar que nuestros hijos tomen decisiones y vivan las consecuencias de sus actos.
- Hablar de las consecuencias que pueden tener sus actos si no cumplen una norma.
- Conversar con nuestros hijos sobre sus responsabilidades y dejarles que se hagan cargo.
- Permitir que resuelvan sus pequeños problemas, debatiendo con ellos sobre posibles consecuencias o repercusiones que anticipamos para apoyarles a tomar la decisión que ellos creen más acertada.
- Entender que nuestro objetivo educativo ha de ser enseñarles a elegir bien y no obedecer, y menos aún en función de nuestro desborde emocional.