Hace unos días un padre me comentaba, preocupado, cómo ayudar a su hijo de 10 años con un tema que le tenía muy preocupado. Parece ser que su hijo no le daba importancia a mentir a los profesores, ni a no presentar los deberes que le ponían. Cada tarde era la misma “batalla”…
Me explicó el caso con la esperanza de que yo le diera la “solución mágica”. Cuando acabó, me quedé pensando en cómo hacerle entender que yo no soy quien debe darle esa solución; que cada situación tiene su manera de hacer; que cada “pregunta educativa” tiene respuestas parecidas, pero no iguales; que cada niño es un mundo único e irrepetible… Cómo poder transmitirle esto… En esos momentos, me vino a la cabeza un fragmento de un libro:
Los padres deberían tratar de ser una propuesta viviente para sus hijos, y mantener viva la pregunta sobre sí mismos: <<Vamos a ver, pero yo, ¿qué estoy viviendo?>>
Me pareció un buen camino a seguir… Esta es una de las muchas afirmaciones que hace Franco Nembrini en su libro El arte de educar de padres a hijos. Incluso el propio título sugiere herencia. Herencia educativa. Transmite que no solo debo entender que el educar es un arte, sino que, como arte que es, queda para siempre.
Educar a los hijos pasa, en primer lugar, por preguntarse qué soy yo para ellos. Qué ven en mí, qué ofrezco, que dejo de dar… Me encanta cómo Nembrini pone el foco en el lugar adecuado: en uno mismo.
Tanto en las casas como en los colegios tendemos a poner el foco de la educación en el hijo, alumno… y muchas veces nos olvidamos de que el punto de partida de cualquier acto educativo soy yo: mi forma de mirar, de pensar, de reflexionar, de decir, de vestir, de hablar, de actuar… Por eso, la educación no es un acto que viene de fuera de mí, sino que parte de mí. Por eso la educación es ser y no hacer.
Ser padre, ser madre, ser educador implica tomar conciencia de uno mismo y hacer una seria reflexión sobre quién soy y qué puedo dar. Porque educar es un acto de amor que implica dar lo mejor de mí a aquel que lo necesita. Y nuestros hijos lo necesitan…
De ahí que Nembrini también afirme que el tiempo de la educación se llama paciencia, ya que la ley de la educación es el amor y necesita su tiempo.
Hay tanto que leer y reflexionar con este libro… Si quieres, podemos emprender un viaje juntos. Un viaje en el que visitaremos, gracias a Nembrini, a “Aceptación” o a “Voluntad”. Aunque me han dicho que uno de los personajes favoritos de nuestros hijos es “Libertad”… Habrá que escudriñar bien quiénes son y cómo son en nosotros para poder ser artista de la educación de nuestros hijos…
Por eso a este padre preocupado le recomendé que empezara por leer este libro… Y la respuesta a la pregunta que te he lanzado al principio…, ¿tú qué crees? Yo tengo una respuesta, ¿cuál es la tuya?