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Niños desmotivados

Hoy quiero escribir sobre una de las asignaturas pendientes que tenemos como padres: La motivación.

Hoy quiero escribir sobre una de las asignaturas pendientes que tenemos como padres: La motivación. No motivamos a nuestros hijos. No les motivamos cuando hacen las cosas bien y mucho menos cuando lo hacen mal. Y ¿qué podemos esperar de una persona desmotivada? Muy poca cosa.

¿Qué hacemos normalmente para conseguir que nuestros hijos “se comporten” y “hagan lo que tienen que hacer”? Hemos recurrido principalmente al chantaje (“si haces esto…”) y  la amenaza (“si no haces esto no tendrás…”), a la imposición, al sermón, a la “verborrea”, al grito… A veces intentamos hablar con ellos y decirles lo que tienen que hacer, para luego repetirlo infinitamente en toda la gama de “tonos de madre/padre” que existen. Porque esa es la cuestión: hagamos lo que hagamos, no terminan de aprender.

“Siempre estamos igual” “Siempre la misma historia” “Otra vez hay que decírtelo”

¿Y si el problema de base fuera que les da absolutamente igual lo que les digamos y cómo se lo digamos porque están completamente DESMOTIVADOS? Están cansados y aburridos de nosotros, y lo que es peor, no tienen el más mínimo interés por aprender porque no les dejamos hacerlo, queremos que OBEDEZCAN sin permitirles experimentar el proceso de adquisición de nuevas habilidades, que conlleva probar, equivocarse, discurrir qué ha fallado y buscar una solución.

Pensemos qué pasaría si intentásemos ponernos en su lugar en un día normal de su vida: ÓRDENES, IMPOSICIONES, INMEDIATEZ, CHANTAJES/AMENAZAS. ¿Qué nos provocaría? ¿Nos motivaría a intentar ser mejores? ¿A seguir intentando avanzar y crecer para madurar? No lo creo.

¿Y qué pasaría si comenzáramos a valorar los pequeños logros del proceso y no a esperar que “aprendan de una vez” a hacer todo lo que les pedimos? ¿Qué ocurriría si les dejásemos pensar y procesar por sí mismos qué hay que mejorar y cómo podríamos hacerlo?

Si intentáramos conectar con nuestros hijos, valorar su esfuerzo en cada nueva etapa y dejarles sentir la sensación de “al menos haberlo intentado”, probablemente estaríamos motivándolos para experimentar por sí mismos la satisfacción de ir superando baches y alcanzando nuevos retos. Si en vez de centrar nuestra atención en el fallo intentáramos enseñarles que para cada problema se puede buscar una solución estaríamos eliminando ese miedo irracional a equivocarnos que muchas veces aún de adultos nos bloquea y estaríamos formando personas resolutivas y seguras de sí mismas. Estaríamos MOTIVÁNDOLES.

¿Y cómo podemos hacerlo? Pues con mucha paciencia, ganas, imaginación y esperanza. Casi nada.

Si un niño siente que sus padres confían en él, si escucha frases tipo: “Sé que mañana lo vas a hacer mejor”, “Confío en que quieres mejorar en esto”, “Estoy segura de que vamos a encontrar una solución a este problema”, puede que se sienta un poco más motivado para no rendirse y para intentar avanzar. Puede que se sienta menos culpable y más capaz. Por el contrario si sólo escucha reproches, frases desmotivadoras y tonos de “agotamiento” de sus figuras “modelo”, de las personas a las que más quiere en este mundo, jamás se sentirá con el poder, las ganas y la fuerza para hacerlo mejor. Si encima ponemos el énfasis en lo que ha hecho mal, y no en lo que “va haciendo un poco mejor” su desmotivación será total.

Otra de las causas de la falta de motivación es que no tienen que pensar. No les dejamos. Les DECIMOS absolutamente todo lo que tienen que hacer (NO hacer más bien). Quizás si cambiáramos las órdenes por preguntas y escucháramos las conclusiones a las que llegan por sí mismos, nos sorprenderíamos y nos daríamos cuenta de que llevamos años anulando a nuestros hijos.

Tenemos que EMPODERARLOS. Permitir que sean conscientes de su propio poder. Que sientan que SON CAPACES aunque no lo hagan bien y se equivoquen.

Pero en eso también fallamos. ¿Quién no ha oído en un parque frases tipo “¡Por ahí no que está muy alto!”, “¡No corras que te caes!”, “¡Despacio que te haces daaaaño!”
¿Y si las cambiáramos por distancia, silencio y supervisión?¿Y si les dejáramos “caerse” un par de veces para que aprendieran por sí mismos a fijarse por dónde van, a agarrarse más fuerte, a esquivar los baches, a prevenir un tropiezo? No digo que seamos imprudentes y les dejemos HACERSE DAÑO, pero seamos sinceros: ¿Cuántas de esas veces que les “advertimos de un PELIGRO” serían motivo de tirita u hospital? ¿Ninguna, verdad?

Si un niño nota que el adulto que tiene al lado no le cree capaz de hacer algo, jamás se sentirá capaz. Frases como “¡vamos a intentarlo!”,”¿Practicamos un poco?”,”¿Quieres probar?”,”¿Te atreves?”,”¡Otra vez!”, “¿Cómo hacemos para que nos salga mejor?”… dan poder. Frases sin juicios de valor o falta de respeto, sin desmotivación, culpa o duda. Eso es lo que necesitan oír nuestros hijos, en el parque y en la vida.

¿Y qué pasa cuando nuestros hijos “son buenos” y “lo hacen bien”?
¿Les animamos y alentamos para que sigan avanzando o les ALABAMOS?

“MUY BIEN”. Cuánto pesan esas dos palabras. Cuánta importancia y valor le damos al “criterio propio” y qué pocas veces damos la oportunidad a nuestros hijos de desarrollarlo. ¿Y por qué? Porque juzgamos sus actos y no dejamos que ellos saquen sus propias conclusiones.

Father and son. Disgustipado /Flickr
Father and son. Disgustipado /Flickr

Si ante un dibujo bonito o un diez en matemáticas, en vez de alabar con un “muy bien” fuésemos capaces de dar ánimos y hacer sentir a nuestros hijos su propia satisfacción ante el logro conseguido, en lugar de la nuestra, estaríamos alimentando su autoestima, y no su necesidad de aprobación externa. Y, otra vez: ¿Cómo lo hacemos? Una de las maneras más fáciles y eficaces de hacerlo es eliminar el juicio y añadir una descripción y una pregunta:

” ¡Has sacado un diez! ¿Estás contento o contenta?”

Mostramos alegría por su triunfo pero, ¿quién juzga, siente y procesa lo ocurrido? Ellos.

No se trata de eliminar el “muy bien” del idioma español y condenarlo a la hoguera, simplemente hay que ser conscientes de que se puede motivar también en los buenos momentos, pero sin caer en la alabanza, para encaminar a nuestros hijos hacia la autoestima y eliminar futuras inseguridades. A partir de ahora podemos intentar DAR CONFIANZA Y PODER haciéndoles sentir que, aunque sus padres están orgullosos de ellos, lo importante es que ellos estén orgullosos de sí mismos.

Motivemos a nuestros hijos en el esfuerzo por mejorar mostrando que confiamos en ellos, dándoles el poder para hacerlo y enseñándoles que los errores son oportunidades maravillosas de aprendizaje. Estamos a tiempo de eliminar la culpa, la desidia y la inseguridad, y aprovechar cada nuevo reto del día a día para brindarles habilidades para toda la vida.


 

Imagen de portada: Pezibear/Pixabay.

Este texto fue publicado por primera vez en el blog de la autora.

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María Soto

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