Campañas que inspiran: “¡No lo toques, que se va a romper!”, de Catalana Occidente

Estáis llegando al parque y tú ya notas cómo tu hijo empieza a agitarse, tiene ganas de revolcarse por la arena, jugar en los columpios y correr detrás de sus amiguitos hasta que el agotamiento pueda con él. Tú, sin embargo, estás ya en tensión por si en cualquier momento se tropieza, se hace daño y toca acudir en su búsqueda, sacar el botiquín o salir corriendo al centro de salud. Tú estás preparado para lo que haga falta. No sea que

Entonces, tú, que ya sabes cómo es y quieres evitar que se haga daño, le avisas una y otra vez: “¡Ten mucho cuidado! ¡Así te vas a caer! ¡No hagas eso!”. Tu nivel de nervios empieza a subir, y mientras tanto tu hijo sigue dándolo todo en los columpios. Hasta que, de repente, se cae y se raspa las rodillas. “¡Te has caído! Si es que… ¡Mira que te lo había dicho! ¿Te había avisado ya de que te ibas a hacer daño o no? ¡Es que no me escuchas!”.

¿Os sentís identificados con esta situación? ¿Cuántas veces al día les decimos a nuestros hijos: “¿No hagas esto, cuidado con lo otro o no toques aquello que lo romperás”? La campaña de Catalana Occidente “¡No lo toques, que se va a romper!” nos hace reflexionar sobre esto, sobre todas las veces que anticipamos el desenlace negativo y así se lo hacemos saber a nuestros hijos e hijas una y otra vez, hasta que, cuando sucede, nos reafirmamos en nuestra premisa inicial: “Si es que ves cómo yo tenía razón, lo ibas a romper”.

Seguridad activa o seguridad pasiva

Sobre este tema nos hablaba la experta en innovación educativa Heike Freire. Cuando advertimos una y otra vez a nuestros hijos les estamos sobreprotegiendo y, por lo tanto, estamos fomentando un concepto de seguridad pasiva.

Porque estamos intentando que nuestros hijos no se hagan ni un pequeño rasguño, que no se caigan, que no jueguen demasiado por si se hacen daño… Mientras tanto, ellos no tienen que decidir ni hacer nada; por supuesto, ni siquiera jugar. No sea que hagan daño. O que rompan algo, ¡que con lo patoso que es!

Y, encima, si luego acaban cayéndose, nos regodeamos en nuestra sabiduría y nuestra experiencia como adultos: “¡Te lo dije!”. Este interés de hacernos ver como sabios, por encima de ellos, choca con su necesidad y su deseo de correr sus propios riesgos y vivir sus aventuras. Es decir, necesitan vivir todas estas experiencias, que les proveerán de conocimiento y les harán sabios.

Sin embargo, tenemos que tomar conciencia de que los niños son niños. Y que se van a caer, van a romper cosas, van a tropezar, a ensuciarse, a hacerle agujeros a los pantalones del uniforme que le compraste la semana pasada, a hacer añicos el jarrón ese que compraste en el viaje a no sé dónde… Y por mucho que grites: “¡Ves cómo ya te había avisado yo!”, no lo vas a poder evitar.

Educar en una seguridad activa

Educar en una seguridad activa implicaría lo contrario a la sobreprotección, a la anticipación constante de peligros y a la incapacitación de nuestros hijos para tomar decisiones.

De esta manera, como nos recomienda Heike Freire, sería aconsejable explicarles previamente -evitando el tono alarmante- las consecuencias que pueden tener sus actos, de forma calmada y sin exageraciones: “Si no tienes cuidado jugando, te puedes caer y hacerte daño”. Y, además, aportarle soluciones: “Si te subes al columpio, deberías agarrarte bien de las cadenas para no caer y estar protegido…”.

Por otro lado, es importante que no tomemos el control de su vida. Tomar decisiones por ellos, intentar evitar a toda costa cualquier riesgo, sobreprotegerles, privarles de su autonomía… todo eso no les aporta ningún beneficio a nuestros hijos, solo hará que se conviertan en personas dependientes, con poca (o nula) capacidad para tomar decisiones y actuar de forma autónoma y, por supuesto, con una autoestima que penderá de un hilo porque no habrán sido capaces de forjarla por sí mismos asumiendo retos y confiando en sí mismos y lo que pueden llegar a ser.

De esta manera, si ellos deciden columpiarse de forma demasiado brusca y se acaban cayendo, aun estando avisados previamente, aprenderán que cada decisión que toman tiene determinados riesgos y, por lo tanto, también consecuencias que deberán asumir. Les estaremos dotando de autonomía, de libertad para decidir, pero también de responsabilizarse de las consecuencias que se deriven esas decisiones.

Les estaremos diciendo que pueden actuar de forma autónoma, siempre bajo unas reglas determinadas, y bajo nuestra supervisión. Pero una supervisión que no implique tomar las riendas de su vida.

También les estaremos diciendo que confiamos en ellos, algo indispensable para que ellos mismos también confíen en sus capacidades y aspiraciones. Estaremos educándoles en una seguridad activa, y no sobreprotegiéndoles con una seguridad pasiva que les dejará indefensos ante un futuro lleno de riesgos inciertos, peligros que acechan y muchísimas aventuras que podrían perderse por tener miedo, al fin y al cabo, a vivir.

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Marina Borràs

Cuando era pequeña me sentaba a diez centímetros de la televisión para ver las noticias todas las mañanas antes de ir al cole. Cuando crecí un poco, se dieron cuenta de que la razón por la que me acercaba tanto al televisor era porque necesitaba gafas, aunque yo prefiero pensar que por aquel entonces ya había encontrado mi pasión: de mayor quería ser periodista. Y así fue. Estudié periodismo y comunicación política, y sigo formándome en los temas que me apasionan: educación, igualdad de género y nuevas tecnologías.

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