Todo se reduce a eso. Cuando tenemos tiempo, hemos dormido, estamos tranquilos y nada nos perturba, normalmente la paciencia nos acompaña en esos momentos en los que nuestros hijos e hijas hacen un alarde de genio endiablado, descontrol emocional o energía incontrolable

¿Pero qué ocurre cuando necesitamos que se comporten porque la situación lo requiere, porque estamos agotados, porque nos han dejado sin argumentos o los decibelios de sus gritos superan los límites de lo saludable para nuestros tímpanos? ​Pues que nuestro cuerpo, reaccionando (que no actuando)​ ante semejante ración de estrés, activa los mismos mecanismos que en situaciones de peligro, es decir…descontrol: máxima tensión y grito.

¿Y qué hacemos con eso? Pues que nos enzarzamos en una lucha de poder o cedemos a cambio de cualquier cosa con tal de que la situación se calme… Porque no nos venía nada bien un pollo en ese momento.

Entonces analicemos…¿Son ellos? ¿Somos nosotros?…¿Son las situaciones? Yo estoy convencida de que es la actitud ante todo lo anterior, porque todo se basa en comprender lo que está pasando para poder “tramitarlo”.

Si somos capaces de ver y “padecer” (desde el amor, por supuesto) sus peores momentos como una expresión inadecuada de una necesidad, seremos capaces de gestionar el “mal momento” de una forma mucho más respetuosa para todos.

¿Os acordáis del llanto de vuestros hijos e hijas recién nacidos pidiendo teta-bibe a horas intempestivas? Era un llanto insistente, impaciente y atronador, ¿verdad? ¿Os enfadábais con ellas o ellos? ¿Les catigabais? ¿Qué tontería de pregunta, verdad? Claro que no. ¡Tenían hambre!

Imaginemos que un berrinche al intentar abrochar el cinturón del coche fuera una expresión de agobio, que un plátano a medio pelar lanzado a la pared fuera una manifestación equivocada de frustración, que un portazo de un adolescente al “huir” de una bronca fuera sentimiento de culpa o vergüenza….Imaginemos todos esos “pollos” diarios como aquel llanto que suplicaba una necesidad (comer) y estaremos comprendiendo a  nuestros hijos e hijas.

No significa que no tengamos que enseñarles a expresar esas frustraciones o necesidades mal enfocadas de una forma correcta, pero en ese momento en el que no están receptivos lo único que nos queda es aceptar que ese “pollo” forma parte de la persona maravillosa en la que se van a convertir nuestros hijos e hijas si les guiamos de forma respetuosa. Buscando el momento apropiado para sacar aprendizaje de esa situación equivocada, así es como realmente avanzan.

No es fácil mantener la calma cuando el momento requiere que la situación fluya y a nuestros hijos se les ocurre “expresarse”, es muy difícil de hecho…pero si somos capaces de recuperar esa imagen, como si fueran bebés necesitándonos, seguro que nos resulta más fácil no tomarnos “el pollo” de forma personal y encontrar la forma de reconducir la situación.

¡Ánimo!