Seguro que a muchos y muchas nos suena esta situación. Llegamos a casa cansados y nuestro hijo no quiere sentarse a la cena. Le repetimos que tiene que venir y no llega. Como no nos hace caso recurrimos al grito para que se acerque y se ponga a cenar.
A nadie le gusta gritar, pero muchas veces es la única herramienta que tenemos para que nuestros hijos e hijas nos hagan caso. Los gritos, además de crear un clima de tensión en en núcleo familiar, enseñan a nuestros hijos que la comunicación solo es posible si lo hacemos mediante los gritos.
Conseguir que nuestros hijos hagan las cosas sin gritar es complicado, pero no imposible. No podemos controlar la reacción de nuestros hijos, pero sí podemos controlar las nuestras. Tres expertas en educación y crianza, Amaya de Miguel, Miriam Tirado y Alba Castellví nos explican sus estrategias a la hora de conseguir dejar los gritos a un lado y llevar una crianza respetuosa con los hijos e hijas.
“Los gritos no dependen de los niños, sino de cómo nos encontramos los adultos”
Miriam Tirado nos recuerda que el uso de los gritos no depende de los niños, sino de cómo nos encontramos nosotros. Los niños y niñas no son los culpables de que usemos los gritos, sino que somos nosotros y nuestro estado emocional el que decide gritar porque nos sobrepasa una situación. Tirado nos cuenta su estrategia para desterrar los gritos:
- Hacer un registro de los momentos en los que gritamos: ¿En qué situaciones se dan los gritos? ¿Es cuándo nuestro hijo no se quiere bañar? ¿En qué momentos del día? ¿Cuándo estamos más cansados? Haciendo esa lista podremos anticiparnos a ellos e intentar afrontar las situaciones de otra manera.
- Buscar la razón por la que gritamos: ¿Es por el cansancio y el estrés? ¿Es porque nuestro hijo no entiende lo que intentamos comunicarle? La mejor comunicación para un niño son oraciones cortas y simples, y si se pueden complementar con el juego, nuestro hijo va a comprendernos mucho mejor y no tendremos que recurrir a los gritos.
- Decir las cosas desde su altura y mirándolos a los ojos: Si queremos que hagan algo y se lo decimos a distancia y gritándoles, nuestro hijo no nos va a hacer caso. Pero esto cambia si se lo decimos a su altura, mirándoles a los ojos y con voz bajita.
- Darles alternativas: Para evitar situaciones de tensión, cuando nuestros hijos vayan creciendo, podemos darles alternativas a aquellas cosas que no quieren hacer y podremos evitar los gritos.
“La repetición de una orden va casi siempre seguido de un grito”
Alba Castellví recuerda que la repetición de una orden va casi siempre seguida de un grito. Por lo que nos desaconseja repetir las órdenes para evitar llegar a esa situación:
- No repetir las órdenes más de dos o tres veces. Si lo hacemos, tenemos muchas posibilidades de acabar levantando la voz, exasperados por la frustración de no conseguir que hagan lo que deben. La repetición nos exaspera, vamos acumulando frustración. Al final, cansados y frustrados, lo que hacemos es levantar la voz.
- Ofrecerles la posibilidad de escoger entre varias opciones, asumiendo las consecuencias naturales que se deriven de su elección.
- Cuando sepamos que vamos a gritar, dar un paso atrás y buscar un modo para relajarse. El control de la respiración puede ayudar a relajarnos. Una vez más tranquilos, debemos bajarnos a su altura y hablarles bajito con un mensaje breve, incluso les podemos susurrar.
“Recurrimos a los gritos porque no tenemos otras herramientas”
Amaya de Miguel señala que los gritos suceden porque en momentos determinados nuestros hijos o hijas nos sacan de quicio o nos ponen a prueba. Y aunque creamos que el grito es una buena solución a corto plazo, a largo plazo nos vamos a seguir encontrando con el mismo problema: nuestros hijos no nos hacen caso. Por eso, Amaya nos da estos pasos para que en nuestra casa no estén presentes los gritos.
- Comprometerse para dejar de gritar: Debemos comprometernos con nosotros mismos para dejar a un lado los gritos. “El primer paso es decidir que este camino no me gusta. Y el segundo paso es pensar qué puedo hacer entonces”, cuenta Amaya.
- Sé tu primera prioridad: Los gritos muchas veces surgen por el cansancio acumulado de nuestro día a día. Por eso Amaya aboga por priorizarnos a nosotros mismos, cuidarnos y tratarnos, para así estar en paz con el resto de la familia y que el día a día sea funcional. “Si tú estas bien, el grupo familiar va a estar muchísimo mejor”, indica.
- Firmeza: Podemos manejar una situación en la que solemos gritar si dejamos muy claro los límites que deben cumplir nuestros hijos e hijas. Un hogar familiar no se puede regir por la arbitrariedad y por el estado emocional de los niños y de los adultos porque “el día que sus emociones son más fáciles saben que pueden hacer más cosas, pero el día que tenga las emocionas más complicadas, que no las puedan controlar, se encuentran con restricciones”. Es decir, los límites tienen que estar muy marcados para que nuestros hijos obedezcan y sepan qué pueden hacer y qué no, y así no tengamos que gritarles.
- Contacto visual: “En vez de decir las cosas chillando y repetirlas diez veces, lo que voy a hacer es ir a donde está el niño, le cojo la carita y se le dice la orden. Hay conexión, hay contacto visual y te aseguras de que ese mensaje ha calado. Tienes que volver a los cinco minutos para recordárselo y luego otra vez a los dos minutos. Siempre con contacto visual, se lo repites dos veces no desde la agresividad, sino desde la conexión”, cuenta Amaya.