Estaba en el supermercado haciendo la compra y presencié una escena que me dejó un poco triste y pensativa. Ante todo, quiero dejar claro que no pretendo criticar ni juzgar a ese papá. No lo conozco (ni conozco su historia) y, la verdad, todos podemos identificarnos con él en algún momento. Sirva entonces solo como ejemplo ilustrativo o descriptivo de la reflexión que quiero hacer.
Una niña de unos tres años estaba dentro del carro de la compra y su padre estaba ahí con la mirada perdida como con la mente en blanco. La niña movía sus manitas y hacía carantoñas para atraer la atención de su padre que no parecía ser consciente de que su hija estaba allí con él. La niña insistía sobrepasando la cabecita entre los barrotes en un intento en vano de captar la mirada de su padre. Era curioso pues muchos de los que pasaban al lado de la niña cogiendo productos del lineal se percataban de la escena y sonreían. Sin embargo, este papá parecía ignorarla por completo. Pensé: “¡Qué pena! ¡Se está perdiendo “algo” que la niña está haciendo sólo para él!”. Un breve contacto visual y una sonrisa bastarían para decirle “¡Sí, cariño, te veo! ¡Me pareces la niña más bonita del mundo y te quiero un montón!”. De repente, cuando llevaba un buen rato observando, me pareció que papá se percataba del hecho y cuando pensé que iba a mirarla, sonreírle y, tal vez, decirle unas palabras cariñosas, le espetó bruscamente un “¡Estate quieta! ¡Niña, eres tonta!”. La niña puso una carita entre desconcertada y desilusionada de la que papá no se dio apenas cuenta pues volvió a posar la mirada en el vacío.
Qué importante es, cuando somos pequeños, la mirada de aprobación de nuestros padres. Esa mirada de papá que nos da SEGURIDAD y nos envía el mensaje de que somos algo valioso, simplemente por SER, sin necesidad de nada más, de forma incondicional. Veo, valoro, y re-conozco lo que hay en ti, tu esencia. No porque nos portamos bien y obedecemos haciendo lo que nos piden. No por acabarnos la comida y hacer los deberes del cole. No por sacar la basura y hacernos la cama. Nada más y nada menos que por SER QUIENES SOMOS. ¿Lo recordaremos la próxima vez?