Ayer fue el día mundial de la obesidad. Y todos los expertos en salud y nutrición se empeñan en recordarnos la teoría que ya todos nos sabemos: los niños y niñas necesitan mejores hábitos alimenticios y más ejercicio. Pero ¿qué pasa en la práctica?
Pues en la práctica, en España, 1 de cada 3 niños padece obesidad infantil. Estos datos no hacen más que aumentar desde el año 2000, acercándose cada vez más a los datos que se dan en Estados Unidos. Alarmante, ¿verdad?
Teniendo en mente estos datos, y teniendo también en cuenta que se trata de niños, queremos que tanto en el colegio como en las horas no lectivas jueguen, se diviertan, se muevan. Y lo hagan libres y cómodos.
Pero… ¿os habéis fijado en cómo van vestidos nuestros niños y niñas al cole?
El otro día pasaba por delante del colegio que está justo al lado del edificio donde vivo actualmente. Mientras paseaba escuché la algarabía causada por los estudiantes que jugaban en el patio y que yo veía a través de las rejas que separaban la escuela de la calle. En ese momento un pensamiento invadió mi cabeza: ¿están cómodos jugando?
Queremos que los niños se muevan, jueguen, hagan deporte. Pero sin embargo los mandamos al colegio vestiditos como pequeños señores y señoras, con pantalones que limitan el movimiento… ¡Menuda paradoja! Y no hablemos ya de los colegios que obligan a las niñas a ir en falda.
Obviamente, no pretendo centrar la responsabilidad del aumento de obesidad infantil en los uniformes que llevan los niños en el colegio, cosa que sería profundamente limitada y claramente desproporcionada. Pero, sin embargo, sí me gustaría que nos paráramos a reflexionar al respecto.
Los niños y niñas que jugaban con completa libertad de movimiento eran aquellos cuyo vestuario del día era cómodo porque, a diferencia de muchos otros, ese día les tocaba llevar el uniforme deportivo. ¿Y qué pasa con los demás?
Creo que es algo que no nos hemos parado a pensar en profundidad, como muchos otros temas que no vemos porque estamos cegados en “nuestras cosas de adultos” y no percibimos como una problemática para nuestros hijos e hijas. Sin embargo, seguramente ninguno de nosotros se iría al gimnasio con unos pantalones vaqueros o saldría a correr con falda y medias en pleno invierno. Pero los niños que se apañen si quieren saltar a la comba, jugar al pillapilla o perseguir una pelota.
Puede que haya llegado la hora de que madres, padres y docentes pongamos este debate encima de la mesa y lo planteemos en los colegios. Los niños y niñas necesitan libertad de movimiento, y vistiéndolos como nosotros cuando vamos a la oficina, solamente les estamos limitando.
A lo mejor lo que nos hace falta es pararnos a recordar cómo nos sentíamos nosotros cuando teníamos su edad. Porque, a pesar de que han cambiado mil cosas desde entonces, otras son totalmente aplicables al presente. En mi caso, recuerdo llegar a casa día sí día también con los pantalones del uniforme (o, en su defecto, los leotardos) agujereados. Porque yo era de esas niñas inquietas -y un poco patosas- que lo daba todo jugando en la hora del patio o del comedor o cuando salíamos del cole a las 17:00h de la tarde. Eso sí, incomodísima.
¡Y encima me castigaban si me equivocaba y en lugar de llevar el uniforme “de vestir” me ponía el chándal!
Y aunque cuando era pequeña era algo que me incomodaba en mi día a día, me fui haciendo mayor y esta preocupación se fue quedando arrinconada en algún lugar de mis recuerdos. Hasta el otro día, cuando pasé por delante de este colegio. Y lo vi. Y me vi a mí de pequeña diciéndole a mi madre que no era mi culpa que los zapatos del cole se hubieran vuelto a romper por quinta vez en un mes, pero que me entendiera: jugar al fútbol con manoletinas tenía sus consecuencias.
¿Y qué iba a hacer yo? ¿Quedarme sentada un banquito? Obviamente, no. Continué jugando al pillapilla, al escondite, a fútbol, a voleibol, rompiendo zapatos, leotardos y obligando a mi madre a plancharme parches en todos y cada uno de mis pantalones agujereados del uniforme. Por supuesto, incomodísimo. Entonces… ¿no deberíamos hacer algo para que nuestros niños y niñas tengan más facilidades que nosotros para moverse con total libertad?
Al fin y al cabo, por muy ‘señoritos’ que los vistamos, siguen siendo niños.